Puntero en las encuestas, ubicado como el que representa más claramente al votante antisistema, López Obrador es hoy la única opción para que México logre sumarse a la lista de países latinoamericanos donde un partido o coalición de centro-izquierda pueda llegar al poder por la vía electoral.

La nota clave de este 2017 es que el lopezobradorismo ha comprendido que este objetivo implica una gran dosis de pragmatismo. La alianza con el PES es sólo una parte de la pócima, aunque ha causado estupor por su agenda conservadora en temas como el aborto o el matrimonio igualitario. Hay al menos tres tipos de opositores a esta alianza:

1) Los izquierdistas que ingenuamente creen que se puede llegar al poder sin mancharse en lo más mínimo, puros hasta el final, aunque en el fondo eso los condene a ser toda su vida una izquierda testimonial; al “infantilismo de izquierda”, para utilizar un término leninista; a la “izquierda tirapiedras” del todo o nada, como la llama Rafael Correa.

2) Quienes creen que la agenda progresista y un proyecto de izquierdas se reduce a sus agendas particulares —aborto, matrimonio gay, equidad de género — y son incapaces de ver el conjunto, el tamaño de lo que está en juego (con todo lo importante que son esos temas para una agenda progresista). En los últimos días este sector ha sido especialmente vociferante.

3) Los opositores orgánicos a AMLO, quienes de todas formas lo van a criticar, haga lo que haga y diga lo que diga. Algunos repiten hoy las mismas formulaciones de 2006. Que su izquierda está “peleada con el mercado”, que es “antimoderna” y “antiglobalista”. Ese sector está inquieto —y crecientemente ardido—, porque en el fondo percibe que esta vez AMLO sí puede ganar.

Seamos claros: el PES es un partido rancio, nauseabundo, creado al amparo del régimen. Pero si algo demostró la elección en el Estado de México y otros procesos electorales, es que esas alianzas son necesarias en el contexto de un sistema político-electoral donde el apoyo de los pequeños partidos —del corte ideológico que sea— es altamente codiciado por los grandes. Incluso si los pequeños aportan medio punto porcentual pueden marcar la diferencia entre ganar o no la Presidencia de la República.

En honor a la verdad, estas alianzas electoreras no son nuevas: En 1988 Cárdenas fue postulado por partidos paraestatales, satélites, como el PARM, el PFCRN y el PPS. Y en el 2000 concurrieron a su tercera candidatura un partido sinarquista, el PAS, y un adefesio de partido-negocio llamado Sociedad Nacionalista.

La negociación más reciente entre Morena, el PES y el PT se dio en torno al reparto de posiciones, no involucró una discusión programática; tampoco se forzó a Morena a dejar temas fuera de su plataforma. Formalmente, el PES se adhirió por completo a la plataforma de Morena; en ningún sentido ocurrió a la inversa. En las negociaciones no se pusieron sobre la mesa temas de agenda, como pude confirmar a través de distintas fuentes.

No es la primera vez que un partido de izquierdas se alía o pacta con un partido conservador. En Chile el Partido Socialista se alió a la Democracia Cristiana en varias ocasiones; Mandela acordó en lo oscurito con los representantes del apartheid. Lula en el 2002 postuló a la vicepresidencia a un empresario de un partido de derechas, para más tarde gobernar con el apoyo del PMDB y de los evangélicos. Quienes hoy critican a AMLO por este giro pragmático se sorprenderían si leyeran la historia de aquel sindicalista que acabó por entregarle a los banqueros la presidencia del Banco Central.

Es difícil pensar que un partido de centro-izquierda —de la izquierda posible— puede llegar al poder sin pagar un alto costo: sin atraer a figuras del antiguo régimen que todavía mueven los hilos del poder, sin aliarse a fuerzas conservadoras, sin pactar con grupos de interés o sin hacer acuerdos en la oscuridad. No nos llamemos al engaño.

Investigador del Instituto Mora.
@hernangomezb

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