Próxima la renovación de la dirigencia nacional de diferentes partidos en el país, la efervescencia política interna en cada uno de ellos se incrementa y agudiza. Si las contiendas político-electorales han sido ríspidas en los últimos años, la lucha por el poder interno en los partidos será cruenta. Las descalificaciones y reclamos airados se escucharán a lo largo de los próximos dos meses.

El PRI no es la excepción, a pesar de que es evidente la costumbre de sus militantes y dirigentes a la imposición, y la falta de interés de los pocos grupos opositores que buscan la democratización interna, como consecuencia de los resultados del pasado 1 de julio, o porque no cuentan con las condiciones de fortaleza interna que les permita participar con efectividad.

Hoy parece que la cúpula partidista del PRI ha decidido que José Narro Robles sea su próximo dirigente nacional y seguramente cortará, muy pronto, las aspiraciones del aún gobernador de Campeche, Alejandro Moreno, y la ex gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega. Así es como funciona en el PRI.

El ex rector y ex secretario de Salud del gobierno anterior, José Narro, sumaba entre las credenciales que siempre lo impulsaron para ser atractivo a las fuerzas políticas el prestigio que públicamente exhibía; prestigio, que hoy es amenazado por la información que ha fluido respecto a posibles actos de corrupción, por millonarias cifras, en la secretaría que hasta hace unos meses encabezó.

José Narro llegó a ese cargo por designación de Enrique Peña Nieto, quien, al interior del PRI, ahora es repudiado y hay quienes incluso lo quieren expulsar de esa fuerza política; el argumento es contundente, los resultados obtenidos en el pasado proceso electoral. Y por supuesto, Narro, que hoy aspira a dirigir al priísmo nacional, no ha tenido ningún empacho en deslindarse de su anterior jefe y ser contundente al precisar que él es pre Peña, es decir que él cuenta con una trayectoria pública anterior al sexenio pasado y con su propio prestigio, que por supuesto hoy por lo menos está amenazado.

Hasta hace unos meses, el propio José Narro sostuvo reuniones con dirigentes nacionales de otras fuerzas políticas, quienes buscaban ser dirigidos por él. Es claro que Narro ya tomó su decisión y es la de abanderar al PRI y no a otra fuerza política como en algún momento se lo sugirieron y él mismo vislumbró. Tal vez de ahí surgió la idea de dirigir a un partido político, lo malo de todo esto es que, según se sabe, ni siquiera les dijo ‘agua va’ a quienes se reunieron con él y que veían la posibilidad de renovarse con una figura pública como la de Narro.

El PRI seguramente volverá a desairar a todos aquellos dirigentes que después de la derrota del 2000 sostuvieron como pudieron sus estructuras territoriales y conservaron la mermada militancia de esa fuerza política.

Como sucediera en la Ciudad de México, en donde solamente el grupo de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, Tonatiuh González e Israel Betanzos tuvo la capacidad de mantener una estructura en algunas zonas de la capital del país. Y qué decir de Adrián Ruvalcaba, quien no sólo acreditó su liderazgo al interior de ese partido, sino que además es el único alcalde del priísmo nacional en la CDMX.

¿Hará el PRI un justo reconocimiento a estos dirigentes? ¿O habrá de aplicar su conocida práctica de imposición para dar espacio y juego político a algunas figuras de este instituto que hoy nomás no se hallan, por no contar con nombramiento público alguno?

Hoy más que nunca observaremos que algunos partidos políticos como el PRI, el PAN, el PRD o Morena vivirán por diferentes causas una lucha interna donde los golpes entre “compañeros” serán contundentes.

Diputado federal

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