Hace seis años, en la víspera de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto, la discusión se centraba en si su figura tan telegénica y mercadológica podría trascender el estilo y la forma y meterse al fondo de los temas que preocupaban: un magro e insuficiente crecimiento económico y por consiguiente poca creación de empleos; un marco regulatorio al mismo tiempo engorroso y permisivo que inhibía la competitividad; el anquilosamiento de la vida sindical y su perniciosa cohabitación con el gobierno; el crecimiento exponencial de la violencia provocada por el crimen organizado y la respuesta dura pero ineficaz del Estado. Y tal vez lo más grave de todo, un ambiente de crispación y polarización que hacía casi imposible alcanzar acuerdos entre las principales fuerzas político-partidistas.

De Peña y el regreso del PRI se esperaba un retorno a las viejas maneras de la política mexicana, de extrema cortesía, cuidado de las formas y del discurso, capacidad de ejecución y la inevitable corrupción que le acompañaba. Tras 12 años de gobiernos panistas la sociedad parecía dispuesta a darle una segunda oportunidad a esos “corruptos pero eficientes”.

Enrique Peña sorprendió a propios y extraños cuando sentó a la mesa a los tres principales partidos (PRI, PRD y PAN) no solo a dialogar, sino a alcanzar y firmar acuerdos en eso que se llamó el Pacto por México y que comprendía reformas en materia educativa, energética, financiera y de telecomunicaciones que llevaban lustros estancadas.

Fueron casi dos años de ensueño, en los que los grandes cambios regulatorios y/o constitucionales se aprobaron y comenzaron a tomar forma. Es cierto que existía también una desconexión de lo que da por llamarse la inteligentsia, ese círculo rojo de opinadores e intelectuales, con los que el equipo peñanietista nunca logró entablar una conversación productiva. Aun así, los resultados hablaban por sí mismos.

La prolongada luna de miel terminó abruptamente, como todo aquello que es demasiado bueno para ser cierto. Dos escándalos casi simultáneos (el de la Casa Blanca y la cancelación del proyecto del tren rápido a Querétaro) le estallaron en la cara al gobierno. Los maestros de la escena trastabillaron y no pudieron con la narrativa. A eso sobrevino la desaparición de 43 estudiantes normalistas que en Los Pinos se quiso dejar inicialmente como asunto menor que correspondía solo al gobierno de Guerrero, y que una vez atraído por la Federación jamás pudo ser resuelto de manera que dejara satisfechos ni a los familiares de las víctimas ni a una opinión publica ya agraviada. Esa fue la constante: el gobierno que no supo comunicar ni tampoco medir los deseos y frustraciones de sus ciudadanos.

A partir de ahí, como en el final de la Montaña Rusa, todo fue cuesta abajo. Pese a un resultado engañosamente exitoso en las elecciones intermedias de 2015, la popularidad y la credibilidad del gobierno iban en picada. La situación tocó fondo cuando en un acto inusitado Los Pinos intervino directamente en el proceso electoral estadounidense invitando a quien ya para entonces era el villano favorito: Donald Trump.

Al final quedan, para intentar un balance más completo, varias de las reformas que han dado resultados positivos y que seguirán su marcha. Queda sin duda un buen manejo de las finanzas públicas que ha permitido solventar este periodo de confusión e inestabilidad generado en la transición. Una gran paradoja: así como uno de los grandes errores fue invitar a Trump a México, uno de los grandes logros de Enrique Peña Nieto y su gobierno fue saber aguantar estoicamente las embestidas del candidato y luego presidente de EU, rescatar todo lo posible del TLCAN y mantener en buenos términos una relación que es vital para nuestro país.

Y algo que no es menor, aunque hoy se menosprecie: la vocación democrática de un presidente que facilitó un proceso electoral que a leguas se veía venir adverso para él, y protagonizó una de las más tersas transiciones de las que yo tenga memoria. Queda para el registro de sus haberes.

Así concluyen seis años que se fueron como un suspiro.

Twitter: @gabrielguerrac

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