No es lo mismo polarización que conflicto. Evitar la polarización, y encausar el conflicto político y social es una prioridad y una responsabilidad de todos los actores. Al parecer esta distinción está en la cabeza de quienes asumirán el gobierno. Gobernar desde la polarización es una alternativa a la mano que puede acarrear consecuencias desastrosas.

El cambio del sentido de la política y del muy necesario gobierno para beneficio de la mayoría no requiere, en estricto sentido, de que se auspicie la polarización desde el poder. En el discurso político ahora dominante, las élites (sin distinciones, pues a todos califican de “fifís”) se han significado como una externalidad negativa, atizando la polarización. Pero si asumimos la perspectiva fértil del conflicto canalizado en la política, las élites pueden resignificarse bajo nuevas condiciones: su cambio genuino y tangible a favor del país, en el caso de los que le han fallado y reconociendo a las que han luchado por el cambio en muchos sentidos, desde intelectuales hasta organizaciones especializadas. Parece que algo así trató de hacer el presidente electo al crear el “consejo asesor empresarial”, pero le salió mal al “rescatar” a representantes de la élite empresarial parasitaria y rentista prohijada desde el Estado.

Si ha de tener éxito, la 4T necesita recurrir a mecanismos de inducción de transformaciones relevantes para el mejoramiento de la vida pública, para que los valores republicanos encarnen en realidades tangibles, en actores ejemplares para la sociedad, en especial, en y para los más desfavorecidos. Si se encaminan a ese fin, tales mecanismos tienen que ser democráticos.

Una de esas transformaciones es la profundización de la presencia de los ciudadanos en las instituciones políticas. Desde que se inauguró la democracia en 1996, hemos insistido en ampliar y profundizar el paradigma sobre el que se edificó, pues ha arrojado resultados mixtos; por una parte reglas electorales ciertas y competitivas y, por otra, una partidocracia voraz y alérgica a la acción autónoma de la ciudadanía. Todas las investigaciones y encuestas, incluida la más completa de que se dispone, Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México (INE/Colmex, 2014), coinciden en señalar su mala calidad. Una conclusión es reveladora: el estudio encuentra una inclinación a “la irrelevancia de la interacción sociedad-Estado en espacios de innovación democrática”.

En el lenguaje del día se alude a la democracia con tres adjetivos: representativa, participativa y directa. Muchos morenistas las presentan como opuestas entre sí y en abierto desprecio a la primera. Esto puede ser un error fatal. La democracia representativa es esencial si de gobernar democráticamente se trata. Pero las formas de participación e incidencia directa en decisiones no son rechazadas por la naturaleza de la primera. La calidad de la representación y de la participación es responsabilidad de los ciudadanos y de la calidad de su cultura política. La ampliación de la democracia en el espacio autónomo de la política y el Estado debe procurarse a partir de la inclusión de los ciudadanos en formas de asociación que se ocupen de los problemas públicos, empezando por los que le aquejan. La innovación en la participación ciudadana ha avanzado en otras latitudes. En Columbia Británica (Canadá) el sistema electoral fue reformado para hacerlo más representativo mediante una asamblea de ciudadanos (seleccionada al azar) que trabajó 9 meses para reformularlo. En Suiza se ha introducido el referéndum para tomar decisiones sobre varias materias de importancia para el público, al igual que en California.

Nada haría más bien para ventilar la democracia mexicana y para depurar el régimen político obsoleto que la ahoga, que establecer acuerdos constitucionales para instituir nuevas formas de organización de ciudadanos para la decisión pública. La condición es abrir el espacio normativo para que sea la gente la que se organice y tome las decisiones; renunciar a la tara que deja todo esto y más en manos de un partido y un líder supuestamente portadores de la “voluntad del pueblo”. Así ocurrió en el priato. No hay que repetir esa experiencia.

Académico de la UNAM. @pacovaldesu

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