El table dance en Coahuila evolucionó. Desde la prohibición en 2012 de estos giros, un par de sitios en Torreón supieron darle la vuelta a la ley y mantener el negocio. Lo único que hicieron fue adaptarse a los nuevos tiempos: las mujeres no llevan el espectáculo al tubo ni se desnudan. El sexo, la venta de caricias, los “privados”, la exhibición cuasi desnuda de las mujeres, todo se mantiene.

Es viernes por la noche y en El Carrusel, uno de los tantos establecimientos que burlan la ley en Torreón, se hallan 12 mujeres semidesnudas: con faldas entalladas, escotes pronunciados y vestidos transparentes que permiten ver la ropa interior.

Según el penúltimo párrafo del artículo 65 de la Ley para la Regulación de la Venta y Consumo de Alcohol, “en el estado de Coahuila, está prohibida la presentación de espectáculos con personas desnudas o semidesnudas o en los que la vestimenta de los participantes permita al espectador ver en todo o en parte los órganos reproductores externos o la región genital y además, en el caso de las mujeres los senos”.

Ahí estriba, quizá, una primera laguna en la ley: presentación de espectáculos. Las mujeres semidesnudas en El Carrusel no presentan ningún espectáculo. No bailan. Sólo esperan por un hombre ávido de desembolsar unos pesos a cambio de arrumacos.

No hay dj como en otros tiempos. La música se proyecta a través de una pantalla. En el lugar bailan las luces de neón al ritmo de banda, norteña o corridos: “Un amigo se metió a la mafia porque pobre ya no quiso ser. Ahora tiene dinero de sobra, por costales le pagan al mes. Todos le dicen El Centenario”, dice la letra que suena en el lugar y las mujeres corean la canción.

Llego con un amigo y nos sentamos en la parte de atrás. Apenas sirven la primera cerveza y dos mujeres, una con vestido azul entallado y otra con un vestido negro transparente que deja a la vista la piel, se acercan a nosotros.

—Pensé que ya no existían estos lugares —le digo a la del vestido azul.

—Todo sigue igual, nomás ya no bailamos, porque ya no podemos.

—¿Hay privados, puedes tener sexo, todo sigue igual?

—Sí. Los privados valen 150 pesos cuatro minutos y por tener sexo mil 600.

—Hoy está tranquilo.

—A veces sí hay variedad y bailamos, pero ya no con tubo, como antes.

—¿Y tú qué opinas de que hayan prohibido el table como era antes?

—Pues ya ves cómo es Moreira… Dicen que va a regresar a ser como antes. Yo digo que está mal. No hay nada de narco ni nada. Sí hay peleas o gente que se pasa de lanza con las chicas, pero bien tranquilo.

—¿Ustedes están aquí como qué?

—Se puede decir que como meseras.

“Marisol”, nombre ficticio de la mujer de vestido azul, cuenta que tiene cinco años trabajando en el lugar. Antes, cuando era oficialmente un table dance, el lugar se llamaba Queros, uno de los primeros del tipo en Torreón. Marisol no tiene otro trabajo. “Con tanta desvelada no podría”, se excusa.

—¿Me invitas una copa? —me pregunta después del cortejo protocolario.

—En otra ocasión —me escabullo.

Invitarle una copa hubiera significado desembolsar 150 pesos para tenerla a mi lado el tiempo que tardara en bebérsela. Hubiera tenido “derecho” a caricias y agasajos; a que mi mano se paseara libremente por su cuerpo, como lo hace un hombre treintañero con una chica del lugar a lado de nosotros. Hubiera tenido “derecho” a bajarle el escote y manosear sus senos, como lo hacen enfrente de mí un cuarentón y un muchacho albino con otra chica del lugar. Sería como en cualquier otro table dance.

Sin embargo, en Coahuila, la fracción 15 del artículo 65 de la Ley para la Regulación de la Venta y Consumo de Alcohol, prohíbe que en los establecimientos que venden bebidas alcohólicas permitan que “los clientes tengan cualquier tipo de interacción que implique contacto físico impúdico con las meseras o meseros, artistas que se presenten, bailarinas o bailarines o cualquier empleada o empleado del lugar”. Al hombre cuarentón y al albino no les interesa.

Le dan la vuelta a la ley

Pasadas las 11 de la noche, entran al lugar policías municipales, inspectores y soldados. Un hombre pide que apaguen la música y grita: “Es una inspección. Los hombres se van a la izquierda y las mujeres a la derecha”.

“Soy homosexual”, grita un hombre ya entrado en alcohol, pero nadie ríe ante la broma. Los policías locales empiezan a registrar a los clientes. Ponemos llaves, celular y cartera en las mesas para que los oficiales palpen por algo ilegal en los pantalones.

Los inspectores revisan los permisos. El Carrusel tiene licencia de restaurante-bar, que ante la ley significa comercializar alcohol, acompañado o no de alimentos. Verifican que las mujeres cuenten con su permiso sanitario, lo que confirma que son sexoservidoras.

Sergio Ayala, director de Inspección y Verificación del municipio de Torreón, admite que tienen en la mira a El Carrusel. “Vamos a vigilarlo, si se comprueba esa práctica vamos a denunciarlo en tribunales”, asegura.

Ayala explica que para aplicar la ley se necesita la flagrancia de los hechos, observar la falta en el momento. Esa noche, los inspectores no hallan nada.

Cuenta el caso de un establecimiento en Torreón, al que hace 10 meses trajeron un artista y presentaron un espectáculo donde prácticamente tenían sexo. “Nos trajeron videos de todo, pero yo no puedo clausurar un establecimiento con un video”, explica.

Ese establecimiento, del cual prefirió omitir el nombre, solicitó un permiso para presentar espectáculos con desnudos y bailes eróticos, temas prohibidos por ley. En el último año, al menos cuatro establecimientos solicitaron permisos para presentar este tipo de espectáculos, entre ellos El Carrusel y Paulito’s bar, otro establecimiento que burla la ley. A todos se les negó.

—¿Los establecimientos que antes eran table dance entran ahora como estos negocios?

—Vamos a hacer una inspección a fondo para ver qué está pasando. Ya tenemos la alerta y necesitamos la flagrancia, las evidencias, fotografías y presentamos la denuncia.

En La Laguna, los table dance eliminaron el espectáculo del baile y el desnudo arriba de la plataforma. No cobran dinero por bailar. No al menos 15 o 20 pesos. Hay una pista de baile y cuando los clientes “contratan” por una copa a una de las chicas, suelen bailar con ellas música de banda.

También se modificó la Ley de Asentamientos Humanos y Desarrollo Urbano del estado, que prohibió “la autorización de uso de suelo y de licencia de construcción para casinos, casas de apuestas, juegos de sorteos y similares, cualquiera que sea su denominación, así como de los denominados table dance o centros donde se presentan espectáculos con personas desnudas o semidesnudas o en los que la vestimenta de los participantes permita al espectador ver en todo o en parte los órganos reproductores externos o la región genital y además, en el caso de las mujeres los senos…”.

En el artículo cuarto, en el glosario de términos aparece en el inciso IV la palabra “cabaret”, a la que la ley denomina como los “establecimientos en donde se expenden bebidas alcohólicas en envase abierto o al copeo y se presentan espectáculos exclusivamente para adultos”. En ninguna parte de la ley se detalla lo que comprenden los “espectáculos exclusivamente para adultos”. Lo que es un hecho es que los cabarets están permitidos.

Sergio Ayala, director de Inspección y Verificación del municipio de Torreón, confirma que tienen establecimientos que entran dentro del giro del cabaret.

—¿Qué es un espectáculo para adultos?

—En el baile que se puede dar entre la mujer y el hombre que se tomen una copa, no estamos permitiendo que se dé el trabajo sexual.

—¿No los limita o restringe el hecho que se permitan los cabarets, con esta definición?

—No porque no vamos a encontrar espectáculos que atenten contra la moralidad.

—¿Es limitante también no saber hasta dónde es semidesnudo?

—Semidesnudo es un bikini, un traje de dos piezas y en el hombre una trusa.

—¿Y la “interacción impúdica” de la que habla la ley?

—Puedes bailar, salirte del lugar y te vas a un motel, pero dentro nada. No hemos encontrado que se esté dando esa situación en el lugar.

No lo han encontrado, pero los llamados “privados” siguen funcionando. En El Carrusel las mujeres piden a los encargados que les autoricen entrar al cuarto de los privados. Los encargados, con radio en mano, les entregan un talón cuando el cliente paga 150 pesos. Entran y el encargado se queda custodiando el cuarto. Mira el reloj, sonríe a lo lejos con otro encargado. Habla por radio. Cuatro minutos: “Sonia, tiempo”. Y la mujer sale.

Además, no se permite el sexo en esos lugares, pero se reconoce que se da en las llamadas “salas de masaje”. Existen 16 registradas, 14 funcionando. “No hay reglamentación, no se permiten pero tampoco se prohíben”, refiere Ayala.

Según la ley, a los que den un uso de suelo para table dance, la sanción oscila entre 5 mil y 10 mil veces el salario mínimo vigente.

Giros negros

En la exposición de motivos para prohibir los table dance y también casas de apuestas, el gobernador Rubén Moreira relacionó a estos giros como fuente de financiamiento de la delincuencia organizada. “De ahí la imperiosa necesidad de inhibir cualquier actividad que provoque inseguridad en el estado, y una manera de lograrlo es evitando la instalación y funcionamiento de ese tipo de establecimientos”. También para combatir fenómenos como la trata.

Silvia R llegó a su casa cerca de la media noche de un sábado de julio de 2011, en Torreón. Les dio un beso a sus dos hijos y les dijo que los amaba mientras ellos dormían. “Regreso en dos horas”, le aseguró a su madre y se despidió. Jamás regresó. Trabajaba en uno de cinco table dance que existían en ese entonces en la ciudad, antes de que fueran prohibidos en 2012.

Era madre adolescente desde los 15 años. Abandonó sus estudios y se puso a trabajar. Antes laboraba para un restaurante de tacos. Su madre cuenta que un día Silvia se encontró con una amiga, quien la invitó a “ser bailarina”.

“ Mi hija era alta, muy guapa, blanca, con ojote. Se emocionó. Le pedí que no, que no era necesario, pero no me hizo caso. Después siempre le pedía que se saliera”, cuenta la madre, que pidió el anonimato. Silvia tenía 17 años.

Esa madrugada de un sábado de julio de 2011, un taxista regordete que solía transportar a las mujeres que trabajaban en el table llegó hasta la casa de Silvia y sus papás. Arribó con dos litros de leche y pan. “Aquí les traigo”, le dijo a la madre de Silvia. “¿Dónde está mi hija?”, preguntó Ángela. “Los jefes son los jefes, hasta que ellos digan”, respondió el taxista.

Ángela buscó a su hija en el establecimiento en el que trabajaba, al oriente de Torreón. Preguntó y encontró el silencio, el miedo quizá. A los pocos días, la madre recibió una llamada a la casa: “ No le mueva sino le puede pasar algo al güero [su nieto]”, y colgaron.

Ángela buscó una y otra vez al taxista, pero él siempre la evitaba. Al poco tiempo, Ángela lo reconoció en una nota de un diario local. Al taxista que transportaba a su hija y que llevó leche y pan la última noche, lo habían encontrado muerto en un paraje del municipio de San Pedro, a 60 kilómetros de Torreón.

El temor encarceló a la madre y la orilló a esperar. En tres años, optó por guardar silencio y no denunciar. Hasta que un día de 2014 se sacudió el miedo. Primero fue a Províctima, donde le tomaron muestras de ADN y después fue a la Procuraduría General de Justicia.

De 2007 a 2015, según datos del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), desaparecieron 416 mujeres en Coahuila, de las cuales 270 (65%) tenían entre 14 y 30 años. En 2011, el año de la desaparición de Silvia, 42 mujeres entre 14 y 30 años no regresaron a casa en el estado.

“Son años sin ninguna pista. Con ella desaparecieron otras dos muchachas que también trabajaban en el mismo lugar”, explica Ángela. En los primeros meses, a su casa entraban llamadas. No había voz al otro lado, sólo silencio. El próximo 19 de septiembre, su hija Silvia cumpliría apenas 25 años.

Google News

Noticias según tus intereses