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La primera ilustración que sacudió su mente cuando abrió el libro del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) fue un pato, cuya especie nunca conoció debido a que su niñez y adolescencia la vivió en cuevas y campos del municipio de Amacuzac, limítrofe con el estado de Guerrero.

Al paso de las lecciones de español se aficionó por la historia, las leyendas, novelas y la Biblia, aunque tuvo tropiezos con las matemáticas, sobre todo con los “quebrados”.

Pero cuando su asesora le notificó que había aprobado los exámenes para obtener su certificado de secundaria, alzo las manos y elevó una plegaria. “Gracias Dios. Voy a seguir estudiando hasta donde yo pueda”, prometió.

El esfuerzo de Victoriana Jaime Nieto, de 93 años de edad, es reconocido por sus familiares, asesores del INEA y los directivos de la casa hogar Olga Tamayo de Cuernavaca, donde convive con otros alumnos de edades que van desde los 60 hasta los 93 años.

“Me siento muy bien, le doy gracias a mi maestra. A Dios le pido que se me graben los quebrados; me da trabajo. Le di gracias a Dios porque yo me sentí impotente, pero había personas que me ayudaron mucho. Por eso pasé, por las personas que me ponía la maestra y que me ayudaban. Yo solita no podía”, dice Victoriana cuyas lecturas las realiza sin el apoyo de anteojos.

Vito, como le llaman en la casa hogar, fue atrapada por el libro de Salmos cuyo número 50 la cautivó pues narra que el pecado del Rey David fue ordenar a los mandos de su ejército colocar al soldado Urías al frente de una batalla para que muriera y así quedarse con Betsabé, la esposa del militar sacrificado.

Vito se auxilia de una silla de ruedas para desplazarse, pero su lucidez sorprende cuando habla de su descubrimiento por la cultura, por ese aprendizaje que le fue negado durante su infancia y adolescencia por ser parte de una familia de 13 integrantes.

Fue la única de los 11 hermanos que no pudo estudiar porque su padre, un ranchero dedicado al cultivo y la crianza de ganado bovino, vivía en cuevas con su familia luego de ser desplazado de sus terrenos por una ley de expropiación gubernamental.

“No pude estudiar porque cuando comenzaba en época de aguas, se me olvidaba todo en las secas, luego mi papá nos llevaba a otro lugar y luego a las cuevas donde vivíamos. Todo se me olvidaba, pero yo si quería estudiar”, cuenta Vito, cuyo destino la sujetó a sus padres y nunca logró casarse.

—¿Qué le hubiera gustado estudiar (de licenciatura)?

—No, nunca pensé en eso, sólo quería saber leer y escribir, nunca pensé en estudiar una carrera.

—¿Y ahora que ya sabe como leer y escribir no lo piensa?

—No lo sé, porque no me siento capaz todavía, necesito aprender más.

—¿Quiere continuar?

—Pues la maestra Tere me dice que estudie la preparatoria.

—¿Qué materia le gusta más?

—Mire, las cuentas no las retengo, pero leer si me gusta mucho.

—¿Cómo qué le gusta?

—Mire las antologías, me han gustado mucho o la historia de los reyes. Las leyendas o historias, como la historia del sol.

—Cuente, se le pide.

—Una que apenas leí decía que había personas que creían en el sol y entonces se apareció un niño y una niña y les hicieron una casa bonita en una tribu; ahí los pusieron. Se enamoraron, se casaron y después se portaron mal y los corrieron. Los maldijeron; como eran tribus, los corrieron. Así hay leyendas, explica brevemente.

Chica “Alfa”. Vito, la número dos de la lista, comenzó su instrucción escolar desde la etapa de alfabetización, y durante cinco años aprendió de su maestra María Teresa Amelia Terán Iruz a sujetar el lápiz, a realizar los primeros trazos y las vocales.

Luego cursó la primaria y la semana pasada recibió su certificado de secundaria de manos de Eliseo Guajardo Ramos, Director General del Ineea Morelos, en una ceremonia que preparó Jimena Perdomo Cerdán, directora de la casa hogar Olga Tamayo, dependiente del Sistema DIF nacional.

“Fue un trabajo de mucha paciencia y amor, sobre todo amor, porque había personas que se desesperaban y decían que ‘para qué les iba a servir la secundaria a esa edad’. Pero Vito es una personita muy ágil, muy linda, tiene el don innato que invita a la gente a estudiar, además como las clases son los jueves de cada semana, uno se va satisfecho porque aprendieron la lección, pero cuando regresamos, los alumnos ya no se acuerdan”, dice Amelia Terán, una licenciada en Economía que prometió alfabetizar luego de sentir de cerca la muerte en el terremoto de 1985 en la ciudad de México.

Pero el esfuerzo de Vito cobra relevancia porque para obtener su certificado de secundaria tuvo que leer 34 libros. 10 en la etapa de alfabetización, 12 para primaria y 12 para secundaria, además de materias formativas como Vivamos mejor, Un hogar sin violencia y Aguas con las adicciones.

Su boleta registra un 10 en la materia Hablando se entiende la gente, nueve en Vamos a escribir, siete en Seguir aprendiendo, ocho en Fracciones y porcentajes, 10 en Operaciones avanzadas, ocho en México nuestro hogar y 10 en Nuestro planeta Tierra. Su calificación más baja fue cinco en matemáticas, pero en su segundo intento pasó. Su promedio general fue de 8.9.

Conoció por los ojos. Fue precisamente la materia de Nuestro planeta Tierra donde Vito comenzó a conocer el mundo. Dice la maestra que la fascinación de la nonagenaria al abrir las páginas del libro y conocer los animales que no viven en el campo fue sorprendente. El pato y un águila la cautivaron.

—¿No conocía los patos doña Vito?

—No porque estábamos en el campo y allá sólo conocíamos las ratas y alacranes, responde con risas.

Ahora tiene afición por un libro de vida y salud que le enseña cómo debe cuidarse, cómo ser amable, porque cuando alcanzan esta edad ya no hay convivencia y comienzan a desesperarse, dice su maestra.

Luego con láminas del libro que ilustra la flora y fauna respecto a la entidad, conoció más animales y las diferentes flores que hay en Morelos.

“Cuando veía los animales no les veía la forma, expresaba algo así como ‘¿eso existe? y ¿para qué sirve? Todo era extraño para ella”, cuenta la maestra.

Pero Vito no es la única satisfacción de la maestra Amelia, porque antes tuvo como alumno a don Jesús Merino, también en esta casa hogar, quien explotó en llanto cuando recibió su paquete de libros del INEA.

“Un hombre, jefe de familia, que vivió en la época de los cristeros; era pequeño cuando sus padres fallecieron y las tareas las hacía en tabiques donde rayábamos las letras y así hay varias historias más”, cuenta la maestra.

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