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A Gabriela D. Ruvalcaba siempre le ha obsesionado cómo funciona la memoria de la gente y cómo la vida de alguien, hasta hace unos años atrapada en fotos, ahora puede estar en megabytes digitales.

“¿Qué significa grabar todo el tiempo, todos los momentos?”, se pregunta la realizadora chiapaneca.

“Elegimos historias para recordar y construir nuestra identidad”, apunta.

Usando eso como base, tomó los viejos archivos familiares, incluyendo aquellas cintas en súper ocho ya casi disueltas de su tío abuelo y los beta de su madre, y lo puso en un documental llamado La danza del hipocampo.

En él, que estrena hoy en Cineteca Nacional y Casa de Cine, más la plataforma digital Filmin Latino, se utiliza a sí misma para demostrar científicamente la construcción de memorias.

En agosto llegaría a Cine Tonalá de la Ciudad de México y de Tijuana.

“Aparezco, pero no soy yo, sí son historias que pasaron, pero no así, se crea una tercera realidad que todos tenemos”, advierte al espectador.

“Hay por ejemplo anécdotas como la de mi hermano en la bicicleta, digo, siempre ha habido rivalidades entre hermanos, pero resulta que de pronto alguien cuenta algo más y se va nutriendo con más momentos que uno no sabía”, externa.

La danza del hipocampo se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2009, obteniendo una mención, pasando después por los de Morelia, donde cosechó críticas favorables y Monterrey, triunfando en la sección oficial Documental.

Para el largometraje de 80 minutos, Gabriela contó con más de 40 horas de material, no visto del todo para la edición, pues mucho de eso le gustaba ver en su adolescencia.

“Vengo de una generación donde hemos ido pasando del cine al formato de video que fue mi adolescencia y luego el celular que ya es una maravilla, es algo que no pasa y hay varias imágenes y videos, pero no sabemos qué dicen de nosotros”, considera.

“Aquí fue ir buscando como arqueóloga, uniendo piezas para saber algo más”, establece.

Con la película bajo el brazo buscó distribuidores y no concretaba. Hasta que un día ella misma, sin intermediario alguno, hizo llamadas con directivos de los sitios en los que será proyectada y todos la apoyaron.

“Al final lo más sencillo fue eso: ir directo para que se abrieran las puertas y aquí vamos”, expresa.

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