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Lo que define a la irregular, versátil y a veces sobrevalorada carrera del director Gavin O’Connor, es su gusto para dirigir actores. Esto lo demuestra ampliamente en su séptimo largometraje para cine, El contador (2016), escrito por Bill Dubuque, donde se construye con toda minucia la vida de ese autista convertido en sabio matemático Christian (Ben Affleck), quien se gana la vida “cocinando” la contabilidad de diversos criminales. Por supuesto, en la vida de Christian desde niño (Seth Lee) hay un giro violento: la necesaria educación especial es reemplazada por una por completo inesperada.

La película muestra dos vertientes: la primera es la formación vital de Christian, fascinante respecto a sus rutinas y desarrollo. En la segunda, ya adulto, la crónica intimista sobre autismo se transforma en cómo se crea un sociópata que trata (entre otras cosas) de esquivar la mano de la justicia encarnada por los agentes Ray (J. K. Simmons) y Marybeth (Cynthia Addai-Robinson), mien-tras intenta relacionarse de alguna forma, como si deseara recuperar cierta emoción humana antes que sentimental, con Dana (Anna Kendrick), la auxiliar de contabilidad que trabaja en la única empresa legítima que Christian atiende.

Mezcla de varios géneros, que van del estudio de personaje al violento policial, pasando por el espionaje, todo con “romance” para condimentar, la dirección de O’Connor se concentra en lo que mejor sabe: la dinámica con sus actores para acentuar las emociones (o la falta de las mismas en Christian). Pero la historia, cuidadosamente fotografiada por el veterano Seamus McGarvey, tiene vericuetos que parecen exagerar, tras el minucioso análisis clínico hecho, la violencia. Así que el estudio del personaje queda de lado conforme la cinta avanza. Sí, entretenida, espectacular, pero tuvo en sus manos los elementos para ser más profunda e interesante. Es buena; merecía ser genial.

Lo que define la filmografía de la experimentada Mira Nair es su gusto por personajes que no encajan en diversas circunstancias, ya sociales o amorosas; tanto en un grupo familiar como individualmente. Esto aplica para su décimo largometraje cinematográfico, La reina de Katwe (2016), que narra la historia real de Phiona Mutesi (Madina Nalgwanga), una de las primeras ganadoras de ajedrez en la historia de Uganda, quien con todo en contra salió del depauperado barrio del titulo contando sólo con el apoyo de su madre Harriet (Lupita Nyong’o) y del programa de ayuda que dirigía Robert Katende (David Oyelowo). La historia que escribió el periodista deportivo Tim Crothers sirve de base para esta película, que Mira Nair dirige recurriendo a colores brillantes (elegante foto de Sean Bobbitt) para destacar la esperanza que representa Phiona, quien no encaja en su situación existencial pero cada que juega ajedrez pertenece a algo más importante: la inteligencia pura, liberadora, igual que la sintieron Los jugadores de ajedrez (1977, Satyajit Ray). Producida por los Estudios Disney, es un regreso al estilo optimista de alto contenido social protagonizado por adolescentes que hacia mucho no abordaba, tal vez desde Natty y el lobo (1985, Jeremy Kagan).

Historia donde el contexto es igual de importante que la vida misma de Phiona; es agradable de ver ante la oscuridad que a nivel político y social domina la actualidad. Este es un filme eficaz, sencillo, que narra una historia edificante llena de gran emoción materno-filial, la que hacia tiempo no presentaban los Estudios Disney, otrora especialistas en ella.

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