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Escuadrón suicida (2016), sexto largometraje del guionista especializado en cintas de acción David Ayer, lo protagonizan personajes más cerca de la comedia que del súper heroísmo. Se trata de una colección de inadaptados, recluidos en una prisión de máxima seguridad y reclutados por Amanda Waller (Viola Davis, disfrutando sus tablas de How to get away with murder). Destacan Deadshot (Will Smith) y la reveladora Harley Quinn (Margot Robbie, robándose cada escena que puede), obligados a actuar en favor de valores que defenderían mejor héroes convencionales. El manejo irónico de este ejército de mercenarios al servicio de su íntimo interés por ver reducidas sus condenas, hace entretenido al argumento que se toma la libertad de hacer alusiones sexuales o darse vuelo creando evidentes caricaturas, como el delirante Joker (Jared Leto) y el fuera de serie Killer Croc (Adewale Akinnouye-Agbaje).

Estos personajes tan moralmente equívocos actúan como equipo eficaz, y amplían el panorama de este género. Hay que reconocer que las películas de superhéroes se están volviendo demasiado serias. La abundancia de apocalipsis de bolsillo como que ya basta. Sin embargo, reinventar el género a partir de lo extremo es algo más que bienvenido.

Ayer extrae para su guión lo mejor del cómic de John Ostrander. No sólo la anécdota y la fulgurante concepción de sus personajes; también da juego para que su equipo, principalmente el director de fotografía ruso Roman Vasyanov y el diseñador de producción germano Oliver Scholl, logren una interesante equivalencia visual entre la gráfica original del cómic y la esencia de lo fílmico. De ahí los escenarios de una tonalidad gris-verdosa, las superficies aceradas llenas de coruscantes brillos o pétreamente devastadas, elementos que le dan al filme un hipervisualismo que nunca pierde el equilibrio entre el humor y su violenta espectacularidad. Es el uno a uno en el terreno del cómic fílmico adulto. Deadpool anotó primero para Marvel. Ahora DC empata los cartones con Escuadrón suicida.

El abogado del mal (2016), segundo largometraje de la sensitiva Courtney Hunt, con guión del veterano Nicholas Kazan, es otra película de tribunal a las que tan afecto es el cine hollywoodense; otra más donde el abogado Richard (Keanu Reeves) y su asistente Janelle (Gugu Mbatha-Raw) deben descubrir dónde está la verdad, si es que existe, para exonerar a su cliente adolescente del parricidio que se le acusa y que tiene entre otros sospechosos la propia madre del chico (Renée Zellweger, irreconocible en su inexpresividad).

Juego de astucias legales con óptica innecesariamente compleja, y con situaciones y personajes que sobran, parece un suicidio estético para las carreras tanto del protagonista como de la directora.

El engaño del siglo (2015), película 22 para cine —de 60 con su firma entre largometrajes, cortos, y TV filmes—, del siempre ultra cool Stephen Frears, es la demoledora crónica de la fraudulenta trayectoria del ciclista Lance Armstrong (Ben Foster, notable en su cínica ambigüedad moral) develada por el periodista David Walsh (Chris O’Dowd, excelente en su indignación ética ante tan exigente deporte totalmente pervertido por infinidad de intereses). Tensamente escrito por
John Hodge, basándose en el libro de Walsh, capta el vértigo de las carreras ciclistas; sobre todo el de la estrepitosa caída de un arrogante ídolo de barro que cometió el suicidio profesional deportivo más insólito gracias a su adicción al triunfo a cualquier precio.

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