“Los niños enseñan las cicatrices como medallas. Los amantes las usan como secretos a revelar.” dice Leonard Cohen. El mundo contemporáneo parece no estar de acuerdo con él; la presión social prohíbe las cicatrices porque inhibe la posibilidad de aceptar una herida. Todos debemos ser perfectos, tener las opiniones adecuadas, creer en las causas correctas, dedicarnos a lo nuestro; no salirnos nunca de la línea. El ecosistema contemporáneo está construido de ese modo, en Instagram debemos enseñar lo maravillosa que es nuestra vida, en Twitter lo brillantes que son nuestras opiniones, podemos por momentos ser agresivos pero jamás vulnerables.

Cuando tenía quince años mis papás me regalaron un libro sobre el universo. En la parte de atrás una lista revelaba el nombre de las estrellas por su lejanía de la tierra. Me gustaba memorizar el nombre de los astros más distantes e inventar sus historias. Entre ellas había una que era mi favorita: Aldeida. La idea era sugestiva, aunque no pudiera verla, Aldeida estaba ahí en algún rincón de la noche.

Los escritores tenemos una tendencia a novelizar todo. En ocasiones nuestras propias vidas son víctimas de ello. Hace dos años todo parecía ir bien; acababa de visitar a mi novia en su país y le preparaba una gran sorpresa: había conseguido trabajo allá y me iría a vivir con ella. El error del escritor suele ser que su visión está sesgada por su perspectiva, pero todas las historias tienen dos puntos de vista. Mientras yo me ocupaba preparando los pormenores de mi gran sorpresa, me volví distante. Desde mi óptica hacía todo para acercarme, desde la suya, me alejaba más y más. No hay cómo echar culpas; dos semanas antes de mudarme, me habló por teléfono y acabó la relación. Tuve que irme a su país, pero nunca pude darle la sorpresa.

Admiro a los escritores que pueden conllevar estas situaciones con la elegancia del lenguaje escrito; a mi me parece que a veces las palabras necesitan melodías que las liberen. Afortunadamente sé tocar la guitarra; durante años compuse canciones, pero nunca pensé que el refugio tuviera algún tipo de valor. Cuando ella acabó la relación, yo tomé la guitarra y me puse a componer. La música salió instantánea, desgarrada. Habían muchos fantasmas acumulados, demasiada estática. Canté un coro desesperado pero transparente y en los siguientes días mi amigo Daniel y yo le dimos forma: “y cuando quise regresar, tu ya amabas a alguien más, nunca quise ser tu estrella fugaz.” Cuando acabamos, Daniel se volteó sorprendido; “Suena increíble ¿Qué más tienes?”

Cuando le toqué las canciones en noviembre de 2016 mi intención era grabar alguna de ellas para que quedara en mi recuerdo, pero las canciones fueron enamorando a diferentes personas y mi proyecto se convirtió en un grupo y mi canción se volvió un disco. Tardamos 2 años en grabarlo, 12 canciones que de alguna forma contaban la historia de las heridas y sus necesarias cicatrices. Por fin, el 10 de agosto pasado, salió al público.

Las langostas necesitan del dolor para evolucionar. Cuando la presión de sus conchas es insoportable se ven forzadas a deshacerse de ellas; esto les permite crecer. Los más optimistas de nosotros nos hemos vuelto torpes imitadores de las langostas. Vemos en el dolor la posibilidad del crecimiento, vemos en la herida, la plausibilidad de una cicatriz. Formas en las que podemos reconstruirnos o reinventarnos; el columnista que sacó un disco, la langosta que cambió de caparazón.

No hay mayor ironía que un escritor que pierde una relación por no saber comunicarse. En mis artículos siempre me sobran palabras, en ese momento me faltaron. La canción que escribí buscó compensar esa falta de palabras intentando articular con música lo que no pude enunciar con palabras. De alguna forma la canción fue una suerte de oración a algo que ya no podía ver pero que sabía que estaba ahí en algún lado. Me acordé del libro del universo y de mi estrella favorita; la canción se llamaría Aldeida.

Hace unos días visité la casa de mis papás y encontré aquel libro sobre el universo. Lo abrí en la lista de estrellas que me había cautivado años antes. Leí la lista varias veces pero no había ninguna Aldeida. Me metí a internet y busqué el nombre: nada. Aldeida solo existía en mi imaginación.


Dice Leonard Cohen que las cicatrices son palabras vueltas carne. Yo diría más bien que las cicatrices son como las estrellas en el cielo; pequeñas interrupciones en la piel que nos permiten la esperanza de brillar. Algunas estrellas existen pero no podemos verlas, otras no existen y las creamos, pero nunca hay que dejar de buscarlas. Las heridas dan sentido a nuestra vida porque nos obligan a cicatrizar; literalmente, a cambiar de piel. Aldeida es mi tributo a aquellos que no tienen miedo a expresarse, a ser diferentes, a doler y a regenerarse.

Analista político

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