sabemos que actos como golpes, jaloneos o gritos son formas de violencia que se ejercen contra otras personas, pero, por increíble que parezca, hay grados de agresión que pueden ser tomados por normales o justificados por las personas que los padecen. En ello mucho tiene que ver el entorno en el que las víctimas crecieron y el ejemplo que recibían de sus padres o personas de su círculo familiar directo, como tíos, primos o abuelos, así como el grado de escolaridad alcanzado y el nivel de ingresos.

En muchas familias, la primera agresión que se recibe proviene de los propios padres, en la que tanto víctimas como victimarios aceptan como parte del proceso de educación y formación de los niños. Así, los menores son reprendidos cuando se desvían de los modelos de conducta que se esperan de ellos o por errores que puedan exhibir. A esta distorsionada forma de crianza basada en el castigo físico, se suma la amonestación verbal, las muecas de desaprobación, las burlas o los gritos o incluso el silencio como forma de castigo.

No sería de extrañar que las mujeres que crecieron en entornos familiares donde la violencia se aceptaba como una parte necesaria de su proceso de formación como personas, ya en su vida adulta admitan y consientan un trato similar por parte de su pareja, a quien pueden ver incluso como continuador de la labor de los padres. Otras mujeres, en cambio, son conscientes de ser víctimas de agresión pero no la denuncian por temor a perder algo, como pueden ser los hijos, el hogar o la manutención cuando dependen económicamente de la pareja. Incluso algunas manifestaron no denunciar por vergüenza, por desconocimiento, por amenaza directa de su agresor y hasta por desconfianza en las autoridades. A la agresión física, también se deben sumar otras formas de maltrato —el emocional— como la restricción de dinero, el bloqueo de las relaciones familiares y el contacto con otras personas, el silencio, la burla o el descrédito, así como repercusiones en su vida sexual, etc.

El Inegi informa que 7 de cada 10 mujeres han experimentado en su vida algún episodio de violencia, y de ellas, casi la mitad (43.9%) la recibieron de parte de su esposo, novio o pareja. Y sorprende que pese a la gravedad del asunto, la denuncia sea escasa, sobre todo en zonas de baja escolaridad en el país.

Pensar que el maltrato físico por parte del esposo, novio o pareja es "normal" evidencia un problema por parte de la víctima, que debería ser atendido con educación y acciones de apoyo de las oficinas de gobierno, pero también con facilidades para denunciar al agresor ante instancias judiciales, así como con medidas de protección para las víctimas que hayan decidido demandar.

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