EFE/Reportajes

En Marruecos la primera impresión que uno tiene en una playa pública o una alberca es que cada quien se viste como quiere, y que junto al bikini-tanga convive el traje de baño islámico o integral, que es como en estas latitudes prefieren llamar al burkini.

Sin embargo, las cosas no son tan simples: hay grandes diferencias entre los espacios públicos y privados que podrían traducirse así: en las playas públicas el burkini ya no es ninguna rareza, y va ganando terreno, al tiempo que el bikini y el bañador lo pierden.

Si uno lo compara con una playa marroquí de hace 20 años, llama la atención la cantidad de mujeres que permanecen en las playas vestidas, o que se enfundan un burkini. Cuanto más popular y concurrida es la playa, cuanto más cerca está de una ciudad, más difícil es ver a una mujer en bañador o en bikini.

Si además algún energúmeno se entretiene fotografiando a mujeres en traje de baño y creando una página de Facebook para denunciar así “la desnudez de nuestras playas”, como ha sucedido este mismo verano, se entiende que las mujeres en bikini se batan en retirada.

Hay que irse a una playa sin transporte público, que equivale a decir más elitista, para encontrar una atmósfera más tolerante, donde cada cual se viste como quiere. Ahí sí conviven todo tipo de trajes de baño y de indumentarias.

En mi piscina mando yo

Es distinto lo que sucede en los espacios privados. En hoteles, albercas, clubes de playa y parques acuáticos es común que la administración prohíba el burkini “por razones higiénicas”.

En los últimos años, casi cada verano salta la polémica del por qué una mujer con burkini se enfrenta a la dirección de un hotel exigiendo que se le demuestre por qué su traje, por el que ha pagado cerca de 125 dólares (que es lo que cuesta en Marruecos), es menos higiénico que otro bañador cualquiera.

La polémica salta a las redes, unos defendiendo la libertad de una musulmana de vestirse como quiera en su propio país, otras lamentando los tiempos de sus madres y abuelas donde la idea de “traje de baño” se entendía de otro modo.

Es curioso cómo cada una percibe sus derechos: para la mujer tapada, el burkini le da derecho a ocupar el espacio público, pues como ha elegido el hiyab (velo) como modo de vida, solo una prenda como el burkini le permite disfrutar de los lugares de ocio en verano.

Para la defensora del traje de baño, el burkini, al igual que el hiyab, son vistos como una moda llegada del Oriente árabe que está invadiendo todo el espacio público y haciendo sentir en falta a la mujer “descubierta”.

“Hoy en día son muchas las mujeres que evitan llevar el bañador en la playa por miedo a ser agredidas por locos de la religión que son en realidad ‘obsexos’ del sexo”, escribía la feminista Fatiha Daudi en el Huffington Post magrebí.

Mayoría no tan silenciosa

Si antes las mujeres más conservadoras se callaban hasta casi la invisibilidad, los tiempos han cambiado. En Facebook, las defensoras del burkini han creado el grupo “Marroquí, musulmana y orgullosa de mi bañador integral”.

Las integrantes (todas de un nivel social alto) comparten guiños sobre dónde encontrar tiendas de ropa decente, clubes de verano que admiten el burkini y playas del mundo donde pueden bañarse sin temor a leyes prohibitivas”.

Esas mujeres sienten en Europa la misma actitud condenatoria que la que siente una joven con bikini en playas marroquíes.

Una usuaria del grupo lo ve de modo bien militante: “Chicas, ha vuelto el verano y os propongo un acto de resistencia: nadar en burkini y postear nuestras fotos. ¡No permitáis que os impidan el acceso ni que os dicten cómo vestiros!”.

SCHSC

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