Sí, los pesos pesados de los viajes de negocios, abonados al cielo business, siempre bienvenidos por su nombre de pila en salas VIP de Nueva York, Tokio y Milán, también sufren.

Podrán imponer un sutil respeto mientras avanzan por el aeropuerto, impecables, sin una arruga en el traje hongkonés, móvil en una oreja, carry on siguiéndolos casi como una mascota con vida propia. Pero por dentro sufren.

Cómo quisieran decirles a todos esos pasajeros contracturados con el mal de la clase turista (y alguna dosis de resentimiento), que ciertas noches en su penthouse de cinco estrellas a miles de kilómetros de casa, ellos también pueden sentirse mal. Qué importan el menú de almohadas, los masajes tailandeses y el champán de cortesía. Se lo explicarían, claro, si a alguno de los que vuelan en eso que está por allá atrás, llamado “clase económica”, le permitieran acceder al frente del avión, donde el business traveler ya se apresta a colocar su asiento en 180 grados para dormir ocho horas, después de los quesos franceses.

“El lado oscuro de la hipermovilidad” es el reciente estudio de la Universidad de Surrey, Inglaterra. Es a partir del análisis de los costos psicológicos, sociales y emocionales derivados de los viajes de negocios que advierte sobre una “silenciosa epidemia de viajeros enfermos y tristes”.

Los viajeros de negocios tienden a comer de manera menos saludable y a hacer menos ejercicio del aconsejable. Debido a los largos vuelos, tienen más riesgos de padecer trombosis y se exponen más de la cuenta a radiaciones potencialmente peligrosas. El jet lag, la alteración del ritmo circadiano o biológico, puede volverse crónica.

“El último año pasé 322 días viajando, lo que significa que pasé 43 miserables días en casa”, dice en la película Up in the air Ryan Bingham, el personaje de George Clooney, adicto a sumar millas. En el mundo real, la vida lejos del hogar genera reacciones menos positivas que se suman a la lista de males del viajero de negocios.

“Viajo constantemente por trabajo y me encanta. Lo único malo es sentir siempre que preferiría estar en tal lugar con mi familia”, dice Esteban Anca, comerciante y viajero hiperfrecuente a Las Vegas y Santiago de Chile.

En otro informe, Carlson Wagonlit Travel, se detectó que para los viajeros frecuentes (más de 30 vuelos al año) volar en fines de semana es significativamente más estresante, si tienen familia. A la vez, viajar por trabajo con una pareja o un hijo mayor ayuda a relajarse, a sobrellevar mejor el jetlag y a ser más productivo.

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