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México ha sido testigo de historias que cruzan fronteras para continuar tradiciones con el romance como estandarte. Ese fue el caso de los matrimonios concertados por medio de cartas que los inmigrantes japoneses realizaron a inicios del siglo XX.

Antes de la Revolución, los inmigrantes que radicaban en México sufrieron peligrosas condiciones laborales en ingenios azucareros o compañías mineras; con el inicio de la guerra, muchos fueron obligados a ir al campo de batalla dados sus conocimientos militares o a la ventaja que tenían de leer y escribir, frente a la población mexicana, en gran medida analfabeta.

Al fin de la guerra, las comunidades trataron de superar los cruentos resultados que había dejado a su paso:

“Muchos de los inmigrantes que participaron en la Revolución empezaron a ahorrar y lograron emprender pequeños negocios; trataron de reagrupar las redes de comunidad perdidas con la batalla”, señala en entrevista el historiador Sergio Hernández Galindo, investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), quien ha documentado estos procesos en Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015).

Casi la totalidad de esa migración estaba compuesta por hombres muy jóvenes que llegaron para buscar mejores posibilidades de vida cuando aún eran solteros. Hernández relata que bajo las condiciones de paz relativa que se vivían en los años 20, los inmigrantes japoneses empezaron a formar familias, y aunque algunos se casaron con mujeres mexicanas, la gran mayoría “llamó” a posibles compañeras para que vinieran desde Japón.

El shashin kekkon, o casamiento por carta, era muy difundido entre comunidades japonesas de toda América Latina: buscaba formar matrimonios por medio de una fotografía que era acompañada de una carta en la que se explicaban las intenciones del interesado: “Narraban a qué se dedicaban y de qué familia venían, también confesaban que no poseían nada y que no podían ofrecer mucho, pero explicaban que tenían un trabajo estable para salir adelante. Con la invitación, las mujeres en Japón tenían la disposición de viajar porque eran campesinas pobres que no tenían futuro en sus comunidades. De esta manera se reprodujo la comunidad japonesa en México”, explica el historiador.

En aquel entonces no existía la posibilidad de regresar a la tierra natal para buscar pareja, por lo que en la mayoría de los casos se pedía apoyo de personas que se dedicaban a presentar parejas, con la esperanza de que la relación pudiera funcionar después de la misiva y con la llegada de la invitada a tierra americana.

Aunque tenían que juntarse los ahorros de un largo periodo para traer a la joven del otro lado del planeta, se tenía una esperanza desde ambas partes.

Frente al anonimato del pretendiente y entre mucha incertidumbre, las mujeres llegaban a nuevas latitudes con el anhelo de un mejor presente, la cual daría vida a futuras historias de amor que aportarían a la riqueza cultural mexicana.

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