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El único idioma en el cual el escritor Norman Manea se siente seguro es justamente en el suyo, el rumano, aunque las posibilidades de que lo “tomara” otra lengua han sido muchas: aprendió alemán, ruso, ucraniano, yiddish, francés e inglés. A esas posibilidades siempre se negó porque tiene claro que son lenguas extranjeras y, aunque parcialmente, entendibles “mi lengua a domicilio sigue siendo la lengua rumana”.

El escritor, que tuvo a su cargo la apertura del Salón Literario, uno de los actos más importantes de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y dictó allí la conferencia “La lengua del exilio”, aseguró que las ocasiones pasajeras y relativamente superficiales de las lenguas aprendidas por necesidad no lograron profundizar porque las ha rodeado pero no han llegado a instalarse. “Al principio fue el verbo, nos dicen los antiguos, para mí el verbo inicial fue rumano. El médico y los asistentes que cuidaron de mi difícil alumbramiento hablaban rumano; en casa de mis padres se hablaba rumano; la mayor parte del tiempo la pasaba con María, hija de campesinos, que me cuidaban en rumano. No era la única fonética que se oía alrededor, se hablaba alemán yiddish, polaco, ruso, surtenio, pero prevalecía el rumano”.

Luego volvió a la carga y contó que cuando su abuelo preguntó sobre las probabilidades de supervivencia, lo hizo en rumano; luego narró que en su librería, el abuelo vendía libros y periódicos en rumano; que a los cinco años fue llevado al campo de concentración y no sabía más que rumano.

“En mi primer éxodo, se exilió conmigo la lengua rumana. En el campo de concentración aprendí yiddish de los viejos, y ucraniano de los niños; ya luego en mis estudios primarios volví a mi lengua rumana y, bajo la dominación soviética, en 1935 continúe estudios en rumano, pero posteriormente mis padres me pusieron un profesor en alemán. En el bachillerato aprendí francés y olvidé casi el ruso. Rusa era la lengua de los ocupantes, me obligué a perfeccionar el francés para facilitar mi contacto con los libros occidentales”, señaló ante decenas de asistentes.

Entonces le llegó la literatura a través de un cuento de tapas verdes que le dieron sus padres y donde quedó hechizado por las letras, por esa profesión que jamás abandonaría. “Los magos de la palabra me ayudaron a reencontrarme con mi propio yo y con mi lengua”. Y concluyó: “Aún hoy me parece que escribo en una lengua que no se parece a nada, sin raíces, una lengua de invernadero que nada tiene que ver con mi temperamento, no me conviene la lengua francesa o necesitaría una lengua salvaje, una lengua de borracho”.

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