En los sueños púberes de Mario Vargas Llosa, París despuntó como el parnaso, esa patria literaria donde se citan los más grandes escritores de siempre y que hoy hizo un hueco, en pleno corazón de La Sorbona, al literato hispano-peruano.

Bajo la mirada de los retratos de unos ciertos Moliere, Racine o Descartes, en la sala Louis Liard de la universidad parisina, Vargas Llosa compareció serio y solemne al homenaje que se le tributó con motivo de la aparición de sus obras seleccionadas en la prestigiosa colección de La Pléiade.

El escritor -rodeado por seres queridos como su hijo Álvaro, el editor Antoine Gallimard o su compañera Isabel Preysler- recordó a los presentes el enorme significado que tiene París para su vida y su obra.

Antes de su intervención, la académica Florence Delay y el actor Bruno Raffaeli, de la Comédie Française, leyeron extractos de La casa verde, La tía Julia y el escribidor y El paraíso en la otra esquina.

De esta última novela el propio Vargas Llosa rescató una parte que leyó al alimón con la actriz Joaquina Belaúnde, antes de emocionar a los invitados con su sentido discurso de agradecimiento a Francia y su capital, que además pronunció en la lengua de Moliere.

Aunque reconoció que incluso a un escritor como él le faltaban las palabras para describir sus sentimientos, acertó a expresar que el día en que Gallimard le llamó para anunciarle que iba a entrar en la constelación de La Pléiade fue el día más feliz de su vida.

"Gracias a mi profesora en la Alianza Francesa en Lima descubrí La Pléiade. Sin la menor duda, eran escritores clásicos, eternos. Malraux, Zola, Balzac... ¡Nunca pude imaginar que un día yo sería parte de esta familia de genios!", dijo.

Por eso, aún a día de hoy todavía le cuesta creer que esté "al lado de Proust, Sartre, Tolstoi o Kafka", por lo que confesó sentirse aún "algo avergonzado".

Al menos, se consoló, no es el único latinoamericano que forma parte de esa galaxia, que también acoge "al gran Borges y al gran Octavio Paz".

Su gratitud se amplió a Francia y a la cultura francesa, que le permitieron encontrar qué tipo de escritor quería ser y que no basta con el genio innato para triunfar en la literatura.

"En 1958 descubrí en París 'Madame Bovary'. Mi vida cambió después de leer a Flaubert. Ahí supe que quería ser un escritor realista, que no tiene nada que ver con la vulgaridad. Con Flaubert el realismo era de un rigor extremo, de gran belleza y de una búsqueda extrema de la perfección", evocó.

Más tarde, revisando la correspondencia del gran novelista francés comprobó que "aunque no se hubiese nacido siendo un genio, la perseverancia y la obstinación" podían hacerle alumbrar obras maestras.

En aquel París, el joven Vargas descubrió también el universalismo, muy alejado del "mundo tan pequeño que era por aquel entonces América Latina", y que la verdadera literatura debía tener siempre esa vocación universal.

Y por último, el escritor halló la voz inconformista y rebelde de su obra, pues, a su juicio, la literatura no puede ser neutral, sino que debe ser comprometida y tomar partido.

"La literatura siempre es polémica, problemática. Puede equivocarse o defender causas equivocadas, puede ser justa o injusta, pero no puede ser un simple reflejo del mundo tal como es", argumentó.

Una lección magistral, con la palabra exacta. Así quiso Vargas Llosa, en pie ante el parnaso, agradecer a Francia y a la literatura todo lo que le han dado en vida.

sc

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