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En la Época de Oro del cine mexicano no sólo se produjeron esas grandes películas que han marcado nuestro imaginario colectivo, también fue el momento en el que en la historia del cine se ha registrado la mayor cantidad de espectadores.

“Nunca ha habido tal diversidad de públicos ni la experiencia cinematográfica fue tan central en la vida de la población”, sostiene la antropóloga Ana Rosas Mantecón, autora del libro Ir al cine. Antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas, en el que analiza la manera en que ha evolucionado nuestra manera de ver el cine.

Ir a los grandes palacios del cine o a las salas pequeñas en los años 40 o 50 del siglo pasado, dice, estaba en el centro de la convivencia y la experiencia de habitar la ciudad o el pueblo más pequeño. Hoy, México ostenta el cuarto lugar en la lista de países con más salas de cine, incluso es considerado como un mercado cinematográfico en auge, pero a diferencia de la época dorada, los espectadores de ahora sólo se concentran en las grandes ciudades. “Sólo 10% de los municipios en el país cuentan con salas de cine, 90% de ellos no tienen una sola sala”, indica en entrevista la investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, quien dedicó 15 años a esta investigación histórica y antropológica que ahora edita Gedisa. Este volumen, señala, “trata de explicar el fenómeno cinematográfico más allá de lo que siempre se ha visto, la producción, los actores, la industria. Mi idea fue mirar del otro lado de la pantalla, que es algo que pocas veces se hace”.

Es así como la especialista en públicos de museos y cine analiza el comportamiento de los espectadores y las salas desde la llegada del séptimo arte a México en 1896 hasta hoy. “El libro narra cómo fueron cambiando esas formas de ir al cine, que también se relaciona a la manera en que fueron cambiando las formas de estar en el espacio público; cuando llega el cine y propone a la gente sentarse junto a otros que no conoce, provoca grandes crisis, principalmente hubo resistencia en los sectores altos por la idea de sentarse junto a desconocidos. En la publicidad de las primeras salas se llegó a poner: ‘Aquí no hay mezcolanza’”, comenta.

En sus páginas, el volumen recorre las diferentes etapas del cine mexicano, los inicios, el auge, la crisis y su renacimiento en las últimas décadas, cuando comienzan a surgir escenarios emergentes y las plataformas digitales como opción para la exhibición.

Actualmente, considera, la exhibición de películas ha comenzado a reorganizarse, pero dado que las salas se han multiplicado únicamente en las áreas urbanas, vivir la experiencia fílmica en una sala se ha convertido en un privilegio de los sectores medios y altos. “Hay todavía en la agenda enormes pendientes para que todos puedan ir al cine, como poder pagar una entrada e ir con su familia”, dice la investigadora, quien apuesta por el fortalecimiento de los festivales y proyectos que en los últimos años están intentado llevar el séptimo arte a diferentes partes del país.

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