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Al igual que en el arte, la literatura y el teatro, el fotoperiodismo en México registra cómo el narcotráfico ha generado una transformación social. Ese cambio es palpable en las fiestas, arquitectura, vestimenta y modos de vida, así como en las formas en que las personas se relacionan con la violencia.

“Si hay una producción de estas imágenes es porque algo está pasando, no es que haya un exceso de violencia en el arte o en las fotos; es lo que está pasando. No podemos hacer como que no está pasando”, dice el fotógrafo Fernando Brito.

Sin embargo, a diferencia del arte y la literatura, el del fotoperiodismo no es el terreno de la ficción.

Algunos fotógrafos de Sinaloa han construido series y portafolios que van más allá de la noticia diaria. Esto ha sido reconocido con premios internacionales y nacionales de fotografía, ha motivado exposiciones y generado ensayos en revistas como Luna Córnea, del Centro de la Imagen.

Son fotoperiodistas de diversos tipos y generaciones: algunos freelancers, otros integrados a medios con mayor tradición, algunos con experiencia en diarios de nota roja. Originarios de Sinaloa o aficandos allí, entre éstos figuran Gladys Serrano, Juan Carlos Cruz, Iván Lizárraga, Fernando Brito y Enrique Rashide Serrato.

Sus series, por una parte, documentan fenómenos sociales como las fiestas a Jesús Malverde cada 3 de mayo; la costumbre de hacerse fotos ante el hotel Miramar, de Mazatlán, donde fue detenido en 2014 Joaquín “El Chapo” Guzmán; las modas de crear grandes cenotafios en lugares donde alguien fue asesinado o la de construir tumbas tan grandes como una capilla, con lujos como aire acondicionado.

Sus trabajos también constituyen una reflexión sobre el sensacionalismo y el papel de los medios de comunicación cuando varios grupos quieren “mandar” mensajes de terror a sus oponentes o a la propia sociedad.

“Fue toda una sorpresa ver el tipo de imágenes que se estaban produciendo en todos los sentidos, en todos los géneros periodísticos; particularmente el tema de la violencia del narcotráfico y la estética del narco estaban siendo abordados, desde mi punto de vista, de una manera inteligente, sensible y valiente”, cuenta el curador e investiga dor de la fotografía Héctor Orozco, quien en 2013 coordinó la exposición El privilegio de la memoria. Fotoperiodismo contemporáneo en Sinaloa.

Orozco, que en la actualidad investiga los temas del narco y la migración en la fotografía del norte de México, dice que en un principio no era la intención de los fotógrafos retratar algo más allá de las noticias del día a día, pero que el tema, con muchas variantes, por ejemplo los lujos, resultó ineludible. “Siempre ha existido en Sinaloa una relación entre la sociedad y la cultura del cultivo y el trasiego de la droga, pero ahora hay una estética que me parece que corresponde por un lado al cambio generacional en el narco y, por el otro a los reflectores que puso la guerra emprendida por Felipe Calderón”.

Fotógrafos como Brito, detalla Orozco, comenzaron a crear imágenes poderosas; él es autor de la serie Tus pasos se perdieron con el paisaje, premio de Adquisición de la XIV Bienal de Fotografía y tercer lugar en Noticias Generales en World Press Photo en 2011.

Brito, quien trabajó para Debate y hoy es freelancer, reflexiona: “Hay gente que está tratando de mostrar desde el arte lo que está pasando, como Teresa Margolles o Lenin Márquez. Yo no puedo analizar el tema desde el arte, estoy en el fotoperiodismo. Estamos registrando algo insólito. Algunos creen que mis fotos de muertos son actuadas, pero no son puesta en escena. Yo recalco que son denuncia, si lo ven como arte le resta el sentido de denuncia….

Con su serie, Brito buscó dejar fuera el sensacionalismo de las imágenes y propuso no juzgar el cuerpo; no culpar a la víctima antes de saber su historia. “Al no tratarlo como una cuestión social, sino una cifra, en los medios se torna como un producto”.

Entre monumentos y tumbas. Juan Carlos Cruz trabaja para medios locales, para la revista Proceso y para la agencia Contraluz (enfocada en cultura). Acerca de sus fotografías, explica: “Trato de contar la violencia, pero de ahí se derivan muchos subtemas: narcotráfico, desaparecidos, lo que llaman la narcocultura; manifestaciones alrededor de la violencia: la forma de vestir y la forma de celebrar a Malverde”.

Tiene también una serie que se llama “Los lujos del narco”, sobre las capillas, tumbas y todos los excesos. Una serie más es sobre cenotafios, que inició en 2002, cuando encontró algunas cruces al visitar una población a 40 kilómetros de Culiacán, tras una matanza de campesinos; cuando fue asesinado un hijo de Guzmán Loera, en 2008, tomó fotos del cenotafio que hicieron en su memoria en una plaza comercial de Culiacán, que es de los más visitados.

Cruz coincide con los demás fotógrafos en que su trabajo no hace apología: “Mi trabajo de periodista es documentar lo que está pasando”.

Una serie de Iván Lizárraga da cuenta de cómo, después de que fue detenido Guzmán Loera, el lugar era fotografiado por el público. “Yo documenté por cerca de un año todo lo que pasó en ese edificio, se tomaban la selfie, iban a poner veladoras, a echar porras, llevaban banda”. Ha creado también series sobre la vestimenta y estilo de vida de los llamados buchones.

Gladys Serrano hizo series sobre Malverde y los panteones: “Es como una celebración muy característica, donde se saca un busto de Malverde de la capilla y se da un recorrido por unas calles de la ciudad; hay gente con música de banda, los que se llaman buchones y buchonas que usan ropa con joyas, pedrería, camisas de seda con ciertos estampados, botas. Iba también gente humilde, gente con tatuajes de Malverde”. Otra serie suya fue sobre el Panteón Jardines del Humaya, donde las tumbas tienen aire acondicionado, sillones, patios, jardines, mantas con la foto de la persona muerta: “Es competir por el lujo, por la tumba más grande, alta y bonita; es construir una imagen poderosa desde la arquitectura”.

Para Serrano, el fotoperiodismo debe buscar mantenerse crítico: “Creo que si uno está trabajando una serie de fotos de eso, un video o una investigación, lo que tiene que hacer es mantener un punto de vista crítico de lo que está mostrando, que se note en tu trabajo que estás haciendo una reflexión, no que estás simplemente exhibiendo a estas personas”.

El curador Héctor Orozco destaca la reflexión que algunos fotógrafos han mantenido en sus proyectos: “Me parece que hay una reflexión a partir de la fotografía de los orígenes del tema, consecuencias, cambio social. Sin retratar un cadáver, retratan una sociedad que se acerca a ver esos cadáveres con sus familiares como si fuera un espectáculo; retratan el duelo humano desde otro punto de vista. Es una evolución en su lenguaje y en la forma de abordar el tema. Ellos son los que han podido seguir la transformación de esta cultura del narco, la han registrado, la han seguido durante muchos años y han podido comprender cómo se va modificando la sociedad. No hay, al menos desde el fotoperiodismo, una apología; ellos tienen la obligación de cubrir estos hechos. El salto cualitativo es cómo influyen ellos desde la fotografía, cómo pueden tener un punto de vista de lo que retratan. Pero tampoco creo que se trate de una apología de la violencia en los casos de la música con los narcorridos o de la literatura. Son dinámicas que han existido siempre a partir de la narración oral”.

Fernando Brito, quien hará una serie sobre los desplazados por la violencia en la sierra de Sinaloa, concluye:

“El fotógrafo tiene una responsabilidad visual, independiente de para quién trabaje. No creo que se haga apología, creo que hay una mala educación entre muchos de los que están en los periódicos, educación en qué hacer, cómo autosanarse, sus derechos; estamos desinformados y cometemos atrocidades”.

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