ana.pinon@eluniversal.com.mx

El Ballet Folklórico de México ha celebrado a lo largo del año el centenario del nacimiento de su fundadora, Amalia Hernández. Funciones en distintos foros de la Ciudad de México, giras por la República Mexicana y por diversas partes del mundo; remodeló su sede, se han preparado libros, conferencias, mesas de redondas. Los directivos han echado la casa por la ventana. Pero detrás de las celebraciones están los bailarines, eje central de la compañía.

A propósito de su presentación hoy en el Auditorio Nacional, donde participarán más de 200 personas en escena y la presencia de la Orquesta Sinfónica Juvenil de la Universidad Autónoma del Estado de México, además de mariachi y coros monumentales, tres de los bailarines con más antigüedad y tres de los más jóvenes hablan sobre la cotidianidad en el grupo, las giras de trabajo, lo difícil que es mantener una buena relación con más de 100 personas; y reflexionan sobre lo que significa bailar para esta compañía, sobre el repertorio, las lesiones y las exigencias profesionales.


Experiencia en el escenario. Juan José Pérez es uno de los bailarines veteranos del Ballet Folklórico de México, con 27 años de antigüedad, es de los pocos intérpretes que conocieron a Amalia Hernández, de quien se celebrarán 100 años de su nacimiento el próximo 19 de septiembre.

Su presencia impone en los ensayos. Su trabajo, dice, es mantener la esencia de la coreógrafa.

“Ella tenía muy claro lo que quería en sus coreografías, en la estética de sus bailarines y en la preparación. Esto no lo dejamos perder y estamos pendientes de todo. Recuerdo su disciplina, era enérgica, a veces uno sentía que no te salían las cosas, pero ella te exigía y te exigía hasta que te salía como ella quería; uno tenía que agredecerle porque debido a sus exigencias podías bailar tal y como ella lo deseaba. Amalia me enseñó a amar a mi país, a sentirme orgulloso por mostrar lo maravilloso de México a través de sus bailes, de su colorido y de su música. Los que vienen a México y no van a ver al Ballet Folklórico se pierden de una gran parte de nuestra cultura”, dice Juan José.

José Alonso Rosales, de origen estadounidense, es uno de los más jóvenes. Con tres años de antigüedad, coincide con Juan José. “Estudié en Estados Unidos y decidí venir a México sólo por un año, pero descubrí que es maravilloso, a mí me sirvió para reencontrarme con mi cultura porque de alguna manera se había diluido, bailar aquí fue como encontrar quién soy”.

Gustavo Lemus, como el resto de los integrantes del Ballet, ingresó a la compañía a través de una audición. Primero formó parte del grupo experimental, con el que empiezan a conocer el repertorio y el entrenamiento; el paso siguiente es ingresar a la compañía y formar parte de uno de los dos grupos: el que hace las giras nacionales y baila en el Palacio de Bellas Artes y el que hace las internacionales.

Los grupos son amplios, hay más de 60 bailarines en escena, por lo tanto es difícil destacar. Sin embargo, Gustavo advierte que la personalidad de cada uno es posible entregarla en cada función. “Hay veces que tienes un día difícil, así que tienes que esforzarte más para que la gente pueda sentir que tú también eres parte de estas coreografías; uno siempre tiene que venir como un profesional y ser un apasionado de lo que estás haciendo”.

Raquel Vargas ingresó hace siete años. La primera experiencia con la compañía la vivió en su natal Torreón, a donde acudió a una de las funciones. Quedó sorprendida. “Me enamoré del Ballet, quise ser parte de todo esto y me vine a audicionar. El primer golpe de realidad lo tuve cuando vi por primera vez el ensayo, es una compañía profesional. El segundo fue ver el recibimiento de la gente, es decir, yo sabía que bailaban en Bellas Artes, que hacían giras internacionales, pero hasta que estuve en los viajes me di cuenta de cómo es apreciado y de cómo el público aprecia el folclore”, comenta.

El Ballet Folklórico de México ha visitado 300 ciudades en 60 países, de Reino Unido a Chile, de Rusia a Argentina. Las giras duran alrededor de dos meses, viajar, coinciden los intérpretes, siempre será emocionante y los retará a sobreponerse a contratiempos, pero también demandará tiempo y distancia de sus familias, así como paciencia para convivir con un gran grupo que puede llegar a ser muy competitivo.

“En Perú ya estábamos todos listos, pero la carga con las cosas no había llegado y faltaba sólo una hora para que iniciara la función; finalmente llegó 10 minutos y todos comenzamos a jalar las cosas, a repartir el vestuario entre nosotros, cosa que casi no hacemos, y nos salió una muy buena función. También recuerdo que un día un compañero no encontraba su sombrero, le di el mío porque yo tenía 30 segundos más para buscar, pero no lo encontré, entré sin sombrero y me multaron porque esas cosas no deben de pasar. A veces sí hay competencia sana o insana, pero lo que importa es que se hagan las cosas”, recuerda Gustavo.

Ale García, con nueve años en la compañía, asegura que ésta es muy demandante. “Tienes que dividirte entre el Ballet, los ensayos y las funciones, y tu vida social, pero creo que para todos es una gran experiencia ser parte de este Ballet”, dice.

Otro de los temas más complejos, advierte Pamela Fuentes, son las lesiones. “Hace un año tuve una lesión y es lo peor que le puede pasar a un bailarín, para nosotros bailar es la vida, aquí dejamos 99% de lo que somos y el otro 1% lo repartimos. La vida de un bailarín es relativamente corta y lo que más nos llena es hacer eso. El año pasado tuvimos una temporada en el Castillo de Chapultepec, en una de las tarimas giré mal y me desgarré la pantorilla, fueron más de seis meses de terapia para preparar mi regreso, que es donde más me gusta estar. El bailarín siempre piensa en su retiro, incluso te preparas para el día que darás tu última función, pero cuando te lesionas, la vida te cambia, para mí fue como dar un giro de 180 grados”.

Los bailarines tienen una preparación diferente de cuando Amalia Hernández fundó la compañía; los de primer ingreso toman clases de contemporáneo, jazz, danza clásica, incluso flamenco, para conseguir una estética en el escenario. Hay cuadros prehispánica, dice Pérez, que exigen un alto entrenamiento para que puedan ser capaces de ejecutarlos.

Y hay otras coreografías, como La danza del venado, que son emblemáticas del repertorio e interpretarlas supone no sólo un ascenso para el bailarín, también una oportunidad para destacar en el escenario. “Cada función es diferente, la respuesta del público, nuestro estado de ánimo, pero siempre mantenemos la emoción. La danza del venado es emblemática y se trata de bailarla desde el corázón”, dice Juan José Pérez.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses