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El actor, dramaturgo, ensayista y poeta mexicano José Ramón Enríquez, considerado como uno de los pilares más importantes del teatro mexicano, cumple en esta primavera 50 años de trayectoria.

El creador, quien vive en Mérida desde hace más de 10 años, habla de sus primeros años en el teatro, de sus ideologías, de su preocupación por la falta del público, de las razones por las que considera que su trabajo ha sido poco representado y de su deseo de emprender una nueva aventura: escribir una novela. Por lo pronto, dice, ya trazó las primeras páginas.

El autor de libros de poesía como Ritual de estío (Oasis, 1970) se inició en el teatro en 1967, bajo la dirección de Ignacio Retes. Como director de escena, sobre todo ha estrenado obras de autores mexicanos, así como clásicos del Siglo de Oro.

En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Teatro Juan Ruiz de Alarcón por su trayectoria como dramaturgo; el año pasado recibió la Medalla Bellas Artes y recientemente fueron montadas dos de sus obras, El corazón de la materia. Teilhard, el jesuita, escrita junto con José María de Tavira y Luis de Tavira; y Divina Despierta, bajo la dirección de Tito Vasconcelos.

¿Recuerda esa primera vez en el escenario?

Sí. Gabriel Retes era amigo mío y fui a un ensayo de su papá, el maestro Ignacio Retes. Gabriel me dijo que fuéramos a los camerinos, subí al proscenio, me metí entre piernas y aquello me pareció como Alicia en el país de las maravillas. Pensé: “Yo aquí me quedo”. Claro que en ese momento  ya había hecho teatro estudiantil, pero el momento de decidir mi profesión ocurrió en ese ensayo. Y mi incursión profesional sucedió hace justamente 50 años, en la primavera de 1967, participé en Macbeth, dirigido por el maestro José Solé, quien acaba de morir. Retes, Solé y Julio Prieto fueron personas fundamentales porque ellos hicieron el teatro del IMSS, y de manera personal, Pepe Solé fue mi maestro en la escuela y luego mi director de teatro; luego fue el maestro Retes.

José Solé fue importante.

Muy importante. Desde que entré en la escuela de teatro siempre quise ser director de escena, pero Pepe Solé me dio un consejo que ahora doy a mis alumnos: “Si tú quieres ser director, primero tienes que ser actor, te tienes que subir al escenario para empezar a entender cómo dirigir y cómo escribir”.

El teatro ha cambiado, el mundo es otro y serán otros los retos.

Hoy hay más gente que se dedica a hacer teatro y creo que el entusiasmo de ahora sigue siendo el mismo que el de años atrás. El gran problema que tenemos ahora son las nuevas formas de expresión. Cuando empecé había muchas funciones, ahora las temporadas son muy breves, salvo las que son de empresas como Televisa o que tienen mucho dinero detrás.  Antes era común ir al teatro y a misa. Hoy ya no es así, las iglesias y los teatros están vacíos. Vivimos un tiempo en el que la gente ya no quiere salir de su casa y puede ver cine en su sala. Así que el gran reto es lograr que la gente regrese al teatro, si lo logramos, las personas podrán ver que es algo litúrgico. ¿Hasta qué punto es el miedo, el crecimiento de la urbe, lo que provoca que la gente ya no salga? No lo sé. ¿Por qué en un país religioso en las iglesias sólo hay personas mayores y turistas? No lo sé. 

Luis de Tavira lo describe como un hombre de fe, un hombre de comunidad, un pensador. ¿El teatro es el espacio que le permite seguir haciendo preguntas?

Sí, desde la fe. Todo hay que preguntárselo, pero soy, antes que todo, un hombre de fe. Soy cristiano y mi divinidad no es abstracta, se llama Jesús. No tengo una filosofía abstracta, sino un diálogo con Él y le pregunto todo, le hago todas las preguntas. Cuando vemos cómo está el mundo, lo he cuestionado, le he preguntado si valió la pena que lo crucificaran. Todos mis cuestionamientos parten de un diálogo con un hombre que está conmigo, con un ser humano que es Dios al mismo tiempo.

¿De este diálogo surge una obra como El corazón de la materia?

Desde luego, para nosotros, los nacidos en los años 40, la figura de Teilhard de Chardin fue muy importante porque en él dialoga la fe con la ciencia, además fue un extraordinario poeta. Después de 1968, cuando empezó la movilización y la lucha política, se nos olvidó un poco Teilhard y se quedó entre los filósofos abstractos. Gente como Luis de Tavira y yo pensamos que ha llegado el momento de retomarlo porque hoy nos responde muchas cosas y si no nos responde, nos acompaña en las preguntas.

¿Sigue habiendo razones para ser de izquierda?

Sí. Pertenecí al Partido Comunista Mexicano. Y evidentemente hay razones porque la búsqueda de la justicia sigue siendo la misma. Pensar en la derecha sería desear que mantenga el status quo, es decir, seguir pensando que el que nació arriba puede seguir disfrutando y el que nació abajo debe seguir aguantándose. A mí me sigue interesando que la gente tenga para comer. Sé que es difícil definirse en la izquierda porque en términos de economía política muchas cosas fracasaron, cayó el muro de Berlín; pero la idea central, que es la construcción de una sociedad justa que dé la posibilidad al surgimiento de un hombre nuevo, pues no sólo es válida, es urgente. No sólo estamos acabando con los seres humanos, también con todos los seres vivos, con todo el planeta. Es por eso que pensadores como Teilhard son necesarios. Vivimos tiempos en los que ya no nos preguntamos nada, vivimos como podemos y agarramos lo que podemos e impera la ley del más fuerte sin planteamientos morales. Nos vale todo. Y este valemadrismo es suicida. Es más urgente que nunca levantar las banderas de la izquierda.

Ha dicho que su obra no se lleva a escena como quisiera.

No pertenezco a una corriente típica del teatro mexicano y no lo digo peyorativamente, digamos que no estoy en el teatro realista de Usigli, a mí me marca más el Siglo de Oro, Lorca, Valle-Inclán, es decir, estoy en el teatro poético y este tipo de teatro no es llevado a escena. Sí se han montado mis obras, pero tengo muchas más sin estrenar. Lo curioso es que soy muy buen actor realista, pero no lo soy ni como dramaturgo ni como director. Uno no escribe pensando en si te van a montar o no, excepto cuando escribo para mis alumnos. Mi teatro es más litúrgico, es más monástico, pero no me preocupa, no me quejo por eso. Me parece muy bien que así sea. Un día monté con Antonio Crestani la obra Las visiones del rey Enrique IV, en donde hago una defensa de la homosexualidad de Enrique IV; la presentamos en el teatro de la Sogem y nos fue muy mal, una de las funciones casi la detuvimos porque había cuatro personas, pero aun así dimos la función como debe ser. Al final me esperó un muchacho y me dijo que entró por casualidad y que no sabía qué obra ver, pero que la obra le cambió la vida porque le ayudó a tener otra visión de las cosas, platicamos por más de 20 minutos. A lo mejor todo lo que he hecho ha servido sólo para ese joven, quizá todo lo que he hecho ya está justificado, qué más me hubiera gustado que 600 jóvenes me hubieran dicho lo mismo, pero sólo fue uno y con eso se ha cumplido mi destino.

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