Ludwig van Beethoven, Franz Schubert, Johannes Brahms, la dinastía de los Strauss y otros grandes compositores vivieron sin saber que un día iban a ser vecinos en la eternidad, en "sepulcros de honor" ideados para hacer atractivo al público vienés el Cementerio Central de Viena.

"Las tumbas de honor son parte de la historia cultural de Viena. Son una gran distinción que da la ciudad más allá de la muerte a personalidades de la vida pública", se explica en la página oficial de ese gran camposanto.

Tras morir en 1827, Beethoven fue enterrado en el cementerio vienes de Währing, en esa época un pequeño pueblo y hoy un barrio de la capital, pero las autoridades municipales lo exhumaron y lo volvieron a sepultar en 1888 en el Zentralfriedhof (Cementerio Central de Viena), que había sido inaugurado catorce años antes.

En su apertura, el 1 de noviembre de 1874, la necrópolis desató vehementes protestas y controversias tanto por la gran distancia que había que recorrer para llegar a él (en contraposición con su nombre se encuentra en la periferia de la ciudad), como porque se determinó que iba a albergar enterramientos de las más diversas confesiones.

Con una superficie de 2,5 kilómetros cuadrados y más de tres millones de muertos, el cementerio cuenta con enterramientos católicos y también secciones evangelista, ortodoxa, musulmana, judía y, desde 2005, un camposanto budista.

Frente a ese malestar, las autoridades tuvieron la idea de hacer más atractivo el gran parque, entonces aún en inacabables obras, llevando los restos de celebridades veneradas por los vieneses, y los grandes compositores eran los más populares en la "capital de la música".

No pudieron hacerlo con Wolfgang Amadeus Mozart, pues murió pobre en 1791 y fue enterrado en una fosa común sin ataúd, de acuerdo a un decreto del emperador José II vigente entonces, por lo que casi un siglo después fue imposible identificar sin dudas sus huesos.

Pero como no era concebible que falte semejante genio en el Zentralfriedhof, se optó por erigir un monumento al compositor de "La Flauta Mágica" en el centro del grupo de sepulturas 32C, el de los músicos.

Así las cosas, ese conjunto de variopintas tumbas, con sus musas y partituras de piedra, es hoy "meca" de peregrinaje de melómanos de todo el mundo en cualquier época del año, y no solo el Día de los Difuntos, en el que el cementerio se llena de velas rojas que se encienden por las almas de los seres queridos que se han ido.

Pero los sepulcros "de honor" no están limitados a los músicos. Se convirtieron rápidamente en un éxito y hoy son una tradición muy valorada.

Se mantiene incluso la costumbre de traer los restos de quienes no murieron en Viena, ni siquiera en Austria, como es el caso, entre otros, del compositor Arnold Schönberg, creador del dodecafonismo, que huyó del régimen nazi a Estados Unidos, donde murió en 1951.

Un comité del departamento de cultura del Ayuntamiento es el encargado de decidir a quien corresponde esa distinción. Y si hay dudas, la última palabra la tiene el alcalde.

Según el decreto correspondiente, esa forma de sepultura es otorgada a "personalidades de las ciencias y las artes que han contribuido de forma considerable al prestigio de Viena", y el Ayuntamiento corre con los gastos de su cuidado.

Actualmente hay ya más de un millar de "tumbas de honor" reunidas en diferentes "grupos", entre las que destacan la del escritor Arthur Schnitzler (1862-1931) o la de "padre" de la logoterapia, Viktor Frankl (1905-1997).

También es muy visitada la del legendario músico de jazz Joe Zawinul (1932-2007), fundador del "Weahter Report", o la de los compositores de vanguardia Ernst Krenkek (1925-2000) y György Ligeti, (1923-2006), conocido entre el gran público por la música de 2001: Odisea del espacio.

Mientras que las losas y monumentos de las grandes celebridades evocan la riqueza cultural del antiguo Imperio Austro-Húngaro, y el vasto parque invita a disfrutar de la variada fauna y flora, no faltan las huellas de los capítulos más oscuros de la historia.

En esta necrópolis Viena enterró en 2002 los restos de 599 niños asesinados entre 1940 y 1945 en una clínica infantil durante el nazismo.

Una veintena de monumentos están dedicados a "víctimas" de diversos acontecimientos, entre ellos uno en memoria de los 300 austríacos que murieron luchando en la guerra civil española (1936-39) en las filas republicanas.

Las losas del cementerio judío "antiguo" (en el Zentralfriedhof hay también uno "moderno") se pierden entre la hiedra, entre ellas las que albergan los restos de Jacob y Amalia Freud, los padres de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, que tuvo que huir de los nazis a Londres, donde murió.

sc

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