Entre los saldos de la elección destaca la entera reconfiguración del mapa político del país, y la urgente necesidad de proceder a su revisión para apuntalar a las instituciones de control del poder.

El agotamiento que ya mostraba nuestro sistema de partidos, tuvo el 01 de julio una recaída fatal, capaz de enviar a la enciclopedia de nuestra mitología política el tripartidismo bajo el que se aglutinaba el ejercicio del poder. Que el otrora partido hegemónico haya pasado al tercer lugar, el PRD perdido tres de sus bastiones y el PAN obtenido menos votos respecto al 2012, son datos reveladores que, si los sumamos a que el PES tendrá, sin registro, la cuarta bancada más amplia en la Cámara de Diputados, por encima de PRI y PRD, y que junto a Nueva Alianza se encaminan a perder el registro, evidencian la necesidad de reconfigurar el sistema de partidos, y fortalecerlo para que pueda desplegar una oposición eficaz frente a Morena, que en este tránsito deberá convertirse de movimiento a partido, y definir su posición frente al gobierno.

Al analizar opciones, conviene tener presente el balance de su contribución a la vida política del país, los beneficios aportados a la población, la manera en la que han modificado la estructura del poder y los resultados obtenidos en aquellos ámbitos en donde han tenido la ocasión de gobernar luego de conseguir la alternancia.

Las circunstancias actuales invitan también a pensar integralmente el esquema de privilegios que los partidos se han dado desde la Constitución, porque no hay duda que la comodidad con la que han vivido, al tener garantizada una monumental bolsa de recursos, los ha sumido en un letargo que hoy explica la crisis que atraviesan, el descrédito de sus liderazgos, el desencanto de su militancia, el enojo de sus simpatizantes, y el escepticismo de la ciudadanía por la política.

Para que los partidos puedan salir fortalecidos de este trance, tal vez sea el momento de desprenderlos del tutelaje que les ha brindado el Estado, para que cortado ese cordón umbilical, alcancen la madurez que necesitan desde una independencia que los haga reconstituirse internamente en su organización, ideología y políticas, para que proyecten una renovada confianza que los lleve a generar alianzas con nuevas fuentes de financiamiento privado, de carácter lícito, para su parcial sostenimiento.

Los órganos constitucionales autónomos se encuentran en un momento definitorio de igual magnitud. Surgidos en su mayoría dentro de una etapa de reformas caracterizada por la cohabitación política entre el PRI y el PAN, han podido desligarse, como efecto de la elección, de sus entes creadores, y alejarse de los compromisos adquiridos en el contexto del sistema de cuotas bajo el que se institucionalizaron sus nombramientos.

La liberalización que acaban de experimentar los obliga a definir el papel que habrán de asumir en el sexenio que está por comenzar. El estar catalogados dentro de la “mafia del poder” y advertir indicios que hacen pensar en reformas institucionales o cambios de titulares, puede orillarlos a un ejercicio de dócil acomodo que pudiera garantizarles estabilidad y permanencia. Pero si son conscientes de que se han disuelto los vínculos que los mantenían atados a añejas injerencias políticas, pueden optar por recobrar su plena independencia, para ejercer a cabalidad el rol de contrapesos efectivos frente a una Presidencia caracterizada por su inusitada fuerza política.

Las garantías formales que hoy tienen conferidas los protegen de cualquier intento de avasallamiento o represalia. Sin embargo, hay que esperar a ver la actitud individual de cada uno de sus integrantes, y la capacidad que tengan para expresar una voluntad común que pueda proyectarse, sin fisuras, como una única voluntad institucional.

Habrá que ver también qué es lo que se pretende desde el nuevo gobierno. Existirán quienes, como en el 2000, propondrán sofocar a los partidos y aplacar a las instituciones. Esperemos, por el bien de la República, que se alcen las voces de aquellos que, con auténtica visión de Estado, busquen la manera de empujar su fortalecimiento, porque más allá de esta coyuntura específica, ninguna democracia florece ni madura con una Presidencia fuerte, partidos debilitados e instituciones de control cooptadas desde el gobierno.

Académico de la UNAM

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