En el artículo del 20 de mayo (http://eluni.mx/t67yax7) del Presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, Ricardo Monreal, ex gobernador de Zacatecas y miembro de un clan regional político adinerado compara el momento que vivimos con la guerra civil originada por las leyes de Reforma en 1858.

La analogía es extraña en la medida que proviene de uno de los líderes más prudentes del nuevo gobierno y pareciera que la propuesta frente a la sociedad es que si hubiera una oposición pertinaz a la 4T sus impulsores estarían dispuestos a llegar a las últimas consecuencias que es la confrontación armada.

La posibilidad del conflicto está en la denominación e imaginería social que despierta la 4T. La Guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución fueron momentos violentos. ¿Realmente, los mexicanos queremos repetir esos desencuentros históricos? ¿Acaso no hemos aprendido a solucionar nuestras diferencias en forma pacífica? ¿Hay que dividir a la sociedad en bandos irreconciliables para avanzar políticamente? ¿Es válido fomentar el odio de clases u opositores ideológicos?

La dicotomía neoliberales-populistas es una repetición de las que confrontaron a nuestros antepasados: realistas-insurgentes, conservadores liberales, federales-constitucionalistas y reaccionarios y revolucionarios. La vida reducida a un maniqueísmo excluyente que condujo irremediablemente a la guerra fratricida.

¡Qué extraña analogía! El Senador Monreal compara 1858, el inicio de la Guerra de Reforma, con el día de la firma del Decreto de la condonación en el pago de impuestos a los grandes contribuyentes. Pone una línea, reta al oponente a cruzarla e insinúa una amenaza con la nada casual rememoración de un incidente violento. Coincidentemente, el Senador Gómez Urrutia hace una declaración similar. Ambos son concluyentes: todos aquellos que no están alineados a su visión política están en el lado incorrecto de la historia.

En su peculiar interpretación de la historia mexicana, los movimientos violentos han sido necesarios para emancipar (sic) el poder económico del político. La separación de ambos poderes fácticos es ilusoria, uno atrae al otro y viceversa. Las familias Monreal y Gómez Urrutia son un ejemplo de esta simbiosis. El resto de los ejemplos, que son numerosos en nuestro país y en el mundo, los dejo a la imaginación de los lectores.

La historia maniquea es una gran falsedad de la que sacan provecho los políticos sin escrúpulos que igual se hermanan en sus proyectos con personajes irreconciliables ideológicamente. Es muy difícil poner en la misma bolsa a Juárez, Zapata, Villa, Flores Magón, Madero o Cárdenas y raya en el cinismo ostentarse como herederos de todos ellos.

Por otro lado, comparar a nuestro país con los nórdicos, con democracias sociales maduras es incorrecto y puede ser mal intencionado. La carga fiscal elevada en Dinamarca, Suecia y Noruega, que representa casi la mitad del producto interno bruto, es resultado de una constante formalización de la economía basada en el aumento de la competitividad del trabajo.

La carga fiscal es muy baja en México por la gran informalidad de la economía –mayor a un tercio con cifras conservadoras- que se fomenta con los programas sociales que entregan directamente recursos a las personas o con los incentivos negativos a la cotización a la seguridad social. La eliminación de cualquier privilegio fiscal indebido es loable, siempre y cuando no se confunda a las legítimas devoluciones por acreditamiento del IVA o por las deducciones de lo estrictamente indispensable para la operación de un contribuyente con prebendas injustas.

Los problemas estructurales de nuestro país son profundos. La violencia no los soluciona, por el contrario, los agrava y los perdedores de que haya azuzadores del odio suelen ser los pobres y las clases trabajadoras. En lo que si debemos imitar a los países nórdicos es en la disciplina financiera, la prudencia política, así como la tendencia social al ahorro y al trabajo. Ninguno de los estados mencionados por el Senador Monreal lograron el desarrollo económico avivando los odios sociales, ni comparando el presente con la cruenta guerra de liberación de los nazis o los rusos.

Todo cambio social es doloroso. Un grupo gana y otro pierde. Hay confrontaciones y reacomodo de fuerzas. Eso es inevitable. Sin embargo, el cambio social es violento sólo cuando perdemos la capacidad de dialogar y cuando nuestros dirigentes en el gobierno y en la oposición excluyen en sus visiones de país al otro. La violencia explota cuando el político habla sólo mirándose al espejo y no escucha consejos.

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I
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