Después de meses de especulación –particularmente en semanas recientes- en torno a lo que era a todas luces una candidatura anunciada, el ex Vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, finalmente oficializó el jueves pasado su decisión de contender por la nominación presidencial Demócrata. Con una intensidad y solemnidad poco habituales en él, Biden -un político gregario, locuaz y apapachón- afirma en el spot de lanzamiento de su campaña que “estamos en la batalla por el alma de nuestra nación”. Convertido ahora ya en eslogan de campaña, el video refleja un viaje de reinvención para Biden: de senador a dos veces precandidato (en 1988, cuando se le acusó de plagio de ideas y 2008 cuando quedó quinto en el “caucus” de Iowa), a Vicepresidente, al ahora candidato presidencial innato. Durante ocho años, su personalidad y éxito como actor político estuvieron entreverados con Barack Obama. Brilló en el halo de la luz que emanó de un Presidente estadounidense histórico, y es eso lo que en este momento preciso lo retrata en una polaroid como el puntero camino a la contienda primaria de su partido. Pero esa imagen también lo encasilla; yendo hacia adelante, Biden tendrá que emerger de la sombra de Obama y marcar distancias con él, y definirse a sí mismo y delinear sus posturas sin sacrificar los dividendos que acarrea su asociación con el ex Presidente.

La hoja de ruta para su candidatura parece relativamente simple: como copiloto de Obama durante ocho años, es la cara -y marca- más conocida en su partido. Se encuentra, aún sin haber estado en campaña, al frente de casi todas las encuestas relevantes a nivel nacional y en la mayoría de los estados en los que arrancarán las primarias. Para alguien que en el pasado tuvo problemas para obtener fondos para sus dos precampañas presidenciales previas, recaudó un cifra record de $6.3 millones dólares en las 24 horas subsecuentes al anuncio de su candidatura. Y es posible que tal y como ha ocurrido con los principales contendientes Demócratas (Bernie Sanders y Kamala Harris) al momento de oficializar sus candidaturas, se beneficie de un nuevo brinco en las encuestas. Tiene los favorables más altos de todos los precandidatos Demócratas y números desfavorables relativamente bajos. También es el Demócrata con mejor desempeño en encuestas parejeras con Donald Trump (Biden lidera a Trump por 7 puntos, mientras que Sanders lo hace por 3.5 puntos) y obtiene altos niveles de apoyo de votantes registrados como Demócratas sobre la base de una percepción de elegibilidad. En una encuesta reciente de Quinnipiac, el 45 por ciento de los votantes que se identifican como Demócratas dijo que tenía la mejor oportunidad de vencer a Trump, más de 26 puntos de ventaja sobre Sanders. Ninguno de sus rivales en el partido tiene el conocimiento y la experiencia en política exterior y seguridad nacional que Biden posee. Y si bien puede que no sea el Demócrata más progresista, eso no es necesariamente una desventaja; aproximadamente la mitad de los votantes potenciales en la primaria Demócrata se identifican como moderados o conservadores, y el tsunami Demócrata de las intermedias de noviembre, con todo y las cuatro o cinco candidaturas progresistas emblemáticas como la de Alexandria Ocasio-Cortez, se dio a lomos de candidatos moderados y de centro en distritos más conservadores o competitivos. Ello podría convertirse en una ventaja en una contienda con 20 precandidatos donde muchos de ellos están buscando postularse desde posiciones progresistas en un partido escorado a la izquierda, lo cual, entre otras cosas, podría balcanizar y canibalizarle votos a Sanders. Y es el Demócrata al que Trump más teme como contrincante en la elección general, sobre todo por que de los principales precandidatos es –como nativo de Pennsylvania y un hombre muy cercano a los sindicatos y a la clase obrera- el que más podría pelearle los votos de trabajadores de cuello azul que los Demócratas perdieron en 2016 en tres de los cinco estados que ahora serán bisagras cara al 2020: Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. No es casualidad que el primer rally de campaña de Biden el lunes fue en Pittsburgh.

Por supuesto, esto no significa que el camino de Biden hacia la nominación será fácil. Ni por asomo. Biden cuenta con varios pasivos y factores de riesgo. No se ha caracterizado en el pasado por ser buen precandidato, tiende a la incontinencia verbal e inexplicablemente, en plena época del #MeToo, mostró lentitud para encarar críticas –algunas detonadas desde el GOP y otras por gente cercana a Sanders- de que no sabe reconocer espacios vitales personales, al resurgir la acusación de que hace años supuestamente habría besado en la cabeza a una candidata local en Nevada en un evento de su campaña en 2014. Y si bien es cierto que los ex Vicepresidentes usualmente ganan la nominación de sus partidos cuando la buscan (desde 1945, de los nueve casos en los que un Vicepresidente buscó la nominación de su partido, seis de ellos la alcanzaron), todos lo hicieron en funciones desde la vicepresidencia. Biden lo está intentando cuatro años después de haber dejado ese trampolín y luego de que en 2016 Obama hubiese decidido apoyar a Hillary Clinton en lugar de a él. A pesar de las credenciales de Biden como heredero aparente de Obama, el apoyo al interior de su partido no está garantizado. En 2008, por ejemplo, el factor elegibilidad fue inicialmente una gran ventaja para Clinton, pero esa percepción se erosionó después de que Obama obtuvo el respaldo de donadores importantes y líderes del partido y de opinión al desempeñarse tan bien o mejor que Clinton en careos directos con los Republicanos, ganando Iowa, un estado clave que consiste en gran parte de votantes blancos de clase trabajadora. Eso ayudó a Obama a ganar terreno en las encuestas contra Clinton; los votantes Demócratas ya no sentían que tenían que escoger entre el candidato que más les gustaba y el candidato que percibían podría derrotar a John McCain. Y mientras que Biden disfruta del apoyo de varios ex funcionarios de la Administración Obama y de donadores del ex Presidente, muchos otros han gravitado hacia candidatos como Beto O’Rourke, Pete Buttigieg y Harris. Y un factor relevante será una cobertura mediática poco favorable, enfocada más en las candidaturas efervescentes de Buttigieg y O’Rourke, o las que están generando noticias como las de Sanders, Elizabeth Warren y Harris. En la encuesta más reciente de ABC/Washington Post de este fin de semana, 54% de los votantes Demócratas y de los independientes que se inclinan a favor de ese partido contestan que aún no se inclinan por ningún precandidato, y ese porcentaje no se ha movido desde enero de este año (56%). Es previsible que Sanders y Warren lo atacarán por sus posiciones cercanas a Wall St. y su voto a favor de la intervención militar en Irak, temas que respectivamente en la elección presidencial de 2016 y en 2008 en la primaria Demócrata, le pasaron factura electoral a Clinton. Y es posible que los senadores Cory Booker y Harris –afroamericano e hija de afroamericano, respectivamente- erosionen el importante y crucial apoyo de ese bloque sociodemográfico muy cercano a Biden, sobre todo en Carolina del Sur, una de las primeras primarias clave en el calendario de 2020 y un estado en el que cerca del 60% del electorado Demócrata es afroamericano. Finalmente, para un partido diverso y joven, no deja de ser paradójico que los dos punteros, Biden y Sanders, son hombres mayores y anglosajones: de ganar la elección presidencial, Biden tendría 78 años (Sanders, 79) al momento de tomar posesión.

La entrada de Biden a la contienda primaria marca el final de un período relativamente plácido camino a la nominación Demócrata y abre una etapa mucho más contenciosa y estridente en lo que seguramente serán unas primarias brutales, en las cuales los precandidatos Demócratas podrían acabar trocándose en un pelotón de fusilamiento en círculo. Pero la fortaleza de arranque de la candidatura de Biden pondrá además de relieve la falla tectónica en el partido entre moderados y el ala progresista del partido, y la disyuntiva entre construir el futuro del partido con un candidato que lo encarne, aunque les cueste la elección del 2020, o reconstruir coaliciones intrapartidistas reminiscentes del pasado –con alguien como Biden, en su tercer intento por alcanzar la candidatura- capaces de derrotar a Trump.

Consultor internacional

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