Chicago, Illinois.— Se cumple el primer año de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. La evaluación de su desempeño tiene un veredicto que difiere según la audiencia a la que se le pregunte.

La base dirá que el empresario enfrenta a los políticos porque no les debe nada. Cobra el olvido y las heridas causadas por la clase política a los más vulnerables, aquellos que perdieron el sueño americano.

El Partido Republicano claramente utilizó al presidente para aprobar la reforma fiscal más ambiciosa en décadas. Un cambio en política pública que sin duda dará dinamismo a la economía y generará oportunidades. Esto ocurrirá no de forma sana y ordenada, sino como los esteroides aumentan la masa muscular. Hoy se goza del beneficio y mañana se pagan las malas decisiones.

“Los hombres y mujeres olvidados”, como los llama Trump, votaron por él luego de que las empresas manufactureras abandonaron cientos de poblados, dejando pueblos fantasma y sin oportunidad. No obstante, la reforma fiscal promete ganancias récord en el mercado de valores que no ayudarán al votante de Trump. La repatriación masiva de capitales que se invertirán en industrias tecnológicas no beneficiarán a los mineros de carbón de Pennsylvania a quienes el presidente prometió devolver un estándar de vida con dignidad.

En medio de los escándalos, Trump sí está cambiando algunos aspectos relevantes del gobierno. Como el avance en la nominación de jueces federales y al colocar al magistrado Neil Gorsuch en la Suprema Corte. Hasta ahora el único contrapeso a sus órdenes ejecutivas han sido los miembros del Poder Judicial. Con más jueces federales conservadores o trumpistas, se desvanece la división de poderes.

Por otro lado, la relación entre el presidente y el legislativo es tensa, pero ha mostrado ser funcional. Los republicanos bien pueden detestar a Trump, pero lo usan para cristalizar sus políticas. Lo triste es que en ese partido son pocas las voces que denuncian los abusos del presidente, convirtiendo al Congreso en una comparsa, al menos mientras los demócratas no recapturen una de las cámaras legislativas.

Para sus seguidores el presidente sí cumple lo que promete. Creen en él y lo apoyarán en su reelección. Para el resto, la presidencia de Trump rebaja la estatura del país. Bien apoya medidas que dinamizan la economía, pero el hombre destruye las instituciones que han dado sustento a la república. Igual con sus conflictos de interés que con su abierta inclinación a discriminar a grupos minoritarios.

En lugar de que el poder proteja a quienes son abusados, es el primer gandalla de la nación quien saca raja política de los más vulnerables. Los estadounidenses sabemos que Trump es un perro que ladra y que no necesariamente muerde. Pero la incertidumbre causada por estilo caótico mina la confianza de los aliados de esta nación. Nadie sabe qué esperar de este presidente, si sus palabras son de fiar o si hundirá el puñal por la espalda si eso emociona a su base con politiquería.

Me queda claro que los estadounidenses demandaban desde la elección de Barack Obama a un presidente que respondiera a la sociedad y no a la clase política. Obama condujo una agenda liberal de nobleza filosófica, pero sin realismo financiero. Muchos de sus planes fueron percibidos como una excesiva intervención del gobierno en la economía y en la vida de los ciudadanos.

Entonces muchos se radicalizaron y dieron su voto en 2016 a un hombre sin escrúpulos. Un demagogo que ha construido lo que tiene con engaños. Ese personaje que pudo actuar con pragmatismo, tristemente, se ha conducido sin ética ni humanidad.

Las elecciones legislativas de este año pueden imponer un dique a Trump si la oposición gana la mayoría en una de las cámaras. También, el fiscal especial puede concluir que el presidente enfrente un juicio político.

En cualquier caso, los estadounidenses deben entender que su país les ha sido arrebatado no por la desigualdad económica, sino por la contradicción entre la políticas de Trump y los valores que son cimiento de la nación. Con eso en mente debemos remontar este penoso episodio en nuestra historia.

Periodista

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