Como las moscas del verano, en tiempos recientes Alfred Hitchcock ha estado brotando en muchos y distintos lugares. Hace no tanto tiempo lo interpretaron Toby Jones y Anthony Hopkins en películas biográficas que discutieron sus condenables placeres, y unos años después el crítico Kent Jones recordó la clásica entrevista con François Truffaut en el documental inesperadamente llamado Hitchcock/Truffaut (2015). La Cineteca Nacional recibió una exposición basada en el gran cineasta anglo-estadounidense hace unos meses, y más o menos en la misma época se estrenó un filme abiertamente hitchcockiano —aunque no por ello valioso—: Obsesión (Serenity, 2019), de Steven Knight. En Estados Unidos se estrenó antes El misterio de Silver Lake (Under the Silver Lake, 2018), pero ya llega este fin de semana a México, en un exitoso intento de desbancar a Obsesión como el filme voyerista y abundante en rubias del año. Tampoco se trata de una película formidable pero sí de una genuinamente ambiciosa que, a momentos, nos responde con interesantes ideas al misterio de por qué Hitchcock reaparece tanto en la actualidad.

Como en los filmes clásicos de Hitchcock y algunos de sus mejores alumnos estadounidenses —Scorsese y De Palma, básicamente—, en El misterio de Silver Lake todo comienza con una muchacha, pero si en Hitchcock había una mirada acrítica hacia el voyerista que la vigila y la persigue —diría yo que exaltadora, incluso, en filmes como La ventana indiscreta (Rear Window, 1954)—, en Silver Lake el director y guionista David Robert Mitchell parece seguir los pasos del Hitchcock más inusual: el que se castiga por sus obsesiones en Vértigo (Vertigo, 1958). Sam (Andrew Garfield) observa a su vecina Sarah (Riley Keough) con la esperanza de un día poseerla. Hablarle y conocerla resultan inconsecuentes no ante su belleza sino ante la personalidad de Sam, que a lo largo del filme queda expuesto como poco más que un inadaptado mirón. Elocuentemente, la primera imagen de la película nos muestra a una muchacha limpiando una advertencia en una ventana mientras un paneo nos revela un mundo normal, joven, donde aparece Sam al final del plano, desubicado y distraído por algo, o más bien por alguien.

Cuando llega a casa, Sam observa con sus binoculares a dos vecinas, una madura y otra más joven —Sarah— a quien conocerá más adelante. Cuando Sarah desaparece, Sam comienza una investigación que involucra a la actriz Janet Gaynor, una revista de Nintendo, perros asesinados y una mujer con cabeza de búho que, más que caminar hacia sus víctimas, danza. La grotesca combinación evoca más a Thomas Pynchon y sus delirantes conspiraciones que a Hitchcock, y satura una trama que convendría más a una novela que a una película. He ahí la ambición de Mitchell, que crea una narrativa que me gustaría llamar hipervincular. Como en el internet, un nombre nos lleva a otro y éste a otro más, en un aparente infinito de informaciones que se entrelazan y se explican mutuamente. Mitchell a menudo pierde el control y deja cabos sueltos pero no sin antes hablar de la todopoderosa mirada masculina, la falsedad inherente en la cultura popular del capitalismo y la interconectividad de una realidad tan extraña que parece un sueño.

¿Cómo se relaciona todo esto con Hitchcock? Podríamos decir que Mitchell parte de una estética contemporánea, millennial, que cuestiona sin dejar de consumir. Su imitación de Hitchcock parece expresar al mismo tiempo admiración y crítica, considerando que el estilo formidable de Vértigo regresa intacto con una operática banda sonora y lentas persecuciones en auto. Sin embargo también hay en Silver Lake un tono de parodia que nos muestra al protagonista no como el héroe trágico de Vértigo sino como un joven hediondo y patético que se enamora de alguien a quien no conoce porque lo que siente, en realidad, es una atracción anormal. Su impulso de salvar a Sarah es una imposición de su deseo —no sobra añadir “masculino” como adjetivo— y lo ubica más bien cerca del protagonista de Taxi Driver (1976), de Scorsese. Mitchell parece cuestionar a Hitchcock y sus personajes tanto como resalta la genialidad de su estilo, y en ello nos da una película, sí, saturada y excesiva, pero también contemporánea y ambiciosa que revive a un genio para regañarlo.

Twitter:@diazdelavega1

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