En uno de los momentos culminantes de The Dark Knight (sexto largometraje del inglés Christopher Nolan) la cámara se postra fija en un punto de observación para mostrarnos al villano, The Joker, sacar la cabeza por la ventana del asiento trasero de una patrulla, en un gesto triunfante y lúdico.

Con el audio desvaneciéndose hacia el silencio, la imagen muestra a un guasón que, feliz, juega con el aire que pasa por entre su pelo verdoso mientras que con la lengua moja sus labios pintados de rojo: es el éxtasis de quien sabe que se ha salido con la suya, la victoria de quien sabe está cada vez más cerca de cumplir su único objetivo, el reino del sinsentido encapsulado en la imagen icónica del que probablemente sea el supervillano más grande en la historia del cómic y uno de los mayores en la historia del cine.

Para entonces ya no estamos frente a una película de superhéroes, éste es un  animal completamente distinto, una película que dinamitó los convencionalismos y refundó de raíz a un género, logrando lo que se pensabe inimaginable para este tipo de historias: dotarlas de inteligencia y buen cine.

“You’ve changed things, forever”, le dice el Joker a Batman. Y eso es justo lo que hizo Nolan: cambió el género para siempre pero, ¿qué hizo exactamente Nolan para que que hoy, pasados 10 años, nadie (ni el tan celebrado MCU) lo haya podido emular?

El secreto está en que Nolan no estaba dirigiendo una película de superhéroes. The Dark Knight  es una cinta que opera en los linderos del thriller criminal cuyas raíces no están en los cómics, ni en el cine fantástico, sino en el cine de Scorsese (Good Fellas, Taxi Driver), de Brian de Palma (Scarface), de Kubrick (The Killing, A Clockwork Orange) y, de forma directa, en el cine de Michael Mann.

No es ningún secreto, para entender por qué funciona tan bien The Dark Knight, hay que echar un vistazo a Heat (1985), el quinto largometraje de Michael Mann donde reunió a dos actores icónicos como antagonistas: Robert De Niro y Al Pacino.

Filmada en Los Ángeles, Heat es la crónica del inevitable encontronazo de dos fuerzas opuestas, el explosivo pero profesional detective Vincent Hanna (Al Pacino) y  el meticuloso ladrón de bancos Neil McCauley (Robert De Niro). En una de las escenas clave, ambos hombres se sientan a la mesa y se reconocen iguales pero en sentidos opuestos, ambos son los mejores en lo que hacen, ambos han dedicado su vida a ello, y ninguno de los dos piensa detenerse. Ambos, a su modo, son unos psicópatas.

Con grandes secuencias de acción, tensión constante y filmada en tonos fríos donde prevalece los colores azules metálicos, Heat es claramente la gran influencia en The Dark Knight, donde Nolan no sólo copia esos colores y esas secuencias, sino incluso repite la gran confrontación de los antagonistas que se ven forzados a sentarse de frente en una mesa y reconocerse el uno en el otro: “To them, you're just a freak, just like me.”

Pero el desfalco más claro de Nolan a Mann sea tal vez en la atmósfera. Tanto de The Dark Knight como Heat suceden en lugares reales (las calles de Chicago la primera, las calles de Los Ángeles la segunda), la ciudad engulle a sus dos personajes, al grado que Nolan reduce a Batman a su mínima expresión. A diferencia de los cómics donde su figura se posa cual enorme gárgola en las azoteas de Gotham, aquí es apenas una diminuta figura en medio de imponentes edificios.

Nolan, nos queda claro, no sabe dirigir escenas de acción, y tal vez (al menos en este caso) no lo necesite. Hace su propia versión del primer asalto en Heath y es espectacular (aquel camión volcado sobre su propio eje),  aunque esté mal armada. Pero a Nolan no le importa, porque para él el espectáculo está en el choque de personalidades, no de autos. Los efectos especiales no deben sobrepasar a conflicto moral ni al drama de sus protaginistas. Así, el director  rompe con otra convención del género: no hay grandes secuencias de acción, no hay gran pelea final, la película termina en el anticlimax, con un monólogo que (al menos la primera vez) te deja con la boca abierta.

Ese compromiso con la oscuridad y el “realismo” le sirve a Nolan pero termina por angullir al personaje y a la compañía. El legado negativo de la trilogía Nolan es que de inmediato se cree que, para ser tomado en serio, el género se debe volver oscuro. A la fecha DC no ha podido salir de ese atolladero (ver todo el trabajo de Snyder), y Marvel aunque por un momento compró la idea (ver Iron-Man 2 y 3, Thor 1 y 2), rápidamente escapó de aquella cueva oscura para mejor instalarse en la medianía entre la comedia y la acción. La fórmula, como sabemos, ha sido increíblemente redituable.

Para desgracia (económica) de DC Cómics, Nolan hizo una película irrepetible. Es el costo de poner al frente a un autor y no a un maquilador. De todas las lecciones que pudo aprender Marvel respecto al cine de DC, esta es la que les quedó más clara: la viabilidad económica del género depende en gran medida en no dejar que el control lo tomen los directores. Sólo así es como el gran plan de Marvel, el famoso MCU, pudo llevarse a cabo: mediante el trabajo conjunto de directores competentes pero disciplinados, rebeldes pero contenidos, maquiladores con personalidad acotada.

El subtexto de la cinta, a 10 años de distancia, sigue vigente: la preocupación por un gobierno que nos espíe (vía los celulares), el poder político que debe abandonarse antes de que éste te convierta en un villano (saludos, Rudy Giuliani) o la aceptación de que hay hombres que sólo quieren ver el mundo arder (saludos, Donald).

Al final, por supuesto, está Heath Ledger y su actuación al filo del delirio. El Joker de Ledger resulta en una de las encarnaciones del mal más puras en el cine: seductor, desquiciado, desfigurado, enloquecido, demasiado sofisticado para ser un simple terrorista, demasiado calculador para ser un simple demente; es el ser más peligroso que puede haber toda vez su carencia de dudas, moral y remordimiento. El villano perfecto, aquel que verdaderamente no tiene nada que perder.

Ledger es una característica sine qua non de The Dark Knight, sin él no hay película, pero la película no es sólo el: es este conjunto de raíces cinéfilas, de subtextos políticos, de armado en clave de suspenso, de vueltas de tuerca impredecibles. Todo un conjunto de características que siguen pareciendo exclusivas de esta cinta y que el género no ha querido o no ha podido emular.

El legado de Nolan es agridulce, por un lado entregó una de las mejores (¿la mejor?) cintas basadas en cómics, pero su propio éxito validó a un género que ahora engulle la taquilla y que ha sometido a Hollywood a un impasee temático donde pareciera que lo único que se puede ver el día de hoy son actores con trajes extravagantes en historias emocionantes, divertidas y delirantes.

Hollywood está arrodillado ante los cómics, y Nolan, en gran medida, es el culpable.

Cambió las cosas, ¿para siempre?

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