Para su ópera prima, Cuando los Hijos Regresan, el debutante Hugo Lara recurre a un tema que se está volviendo fórmula en las comedias recientes nacionales: los hijos que ya siendo adultos deben vivir de nueva cuenta con sus padres, ya sea porque los primeros siguen siendo unos mantenidos (también les dicen millennials) que no piensan dejar nunca el hogar paterno o ya sea porque los segundos, golpeados por la fragilidad económica de la tercera edad, deben regresar a vivir con sus hijos. En este escenario, la imagen de un férreo padre, cansado de sus críos y en búsqueda de una forma de darles escarmiento, será el pivote sobre el cual gire la trama cómica.

Es el caso de la reciente Un Padre no tan Padre (Martínez, 2016) donde Don Servando (Héctor Bonilla) es un viejo cascarrabias que corren del asilo donde vivía, amén de haber perdido recientemente las inversiones que tenía en cierta empresa. Sin dinero, no le queda de otra más que ser arropado por su numerosa prole, aunque sólo uno de sus hijos es quien lo recibe.

El encontronazo entre lo que Don Servando le enseñó a sus hijos y la forma de vida un tanto cuanto estrafalaria de estos (viven cual hippies en comuna aunque en una muy bonita casona en San Miguel de Allende) es lo que detona el humor en esta cinta que tuvo un éxito importante en taquilla.

Ahora es el turno de Hugo Lara quien en Cuando los Hijos Regresan recurre a una variante de la fórmula. Adelina y Manuel (Carmen Maura y Fernando Luján) son un matrimonio en plena celebración por la jubilación del segundo. Dos de sus hijos están felizmente casados y el último en partir del nido acaba de recibir una oferta de trabajo en Puebla, por lo que la casa finalmente queda sola para que el septuagenario matrimonio la disfrute.

Pero el destino juega en contra de esta familia cuando, uno de sus hijos, Chico (Erick Elías) le pide asilo “temporal” a sus padres por una supuestas remodelaciones en su departamento (en realidad su esposa dejó vacías las tarjetas de crédito y ahora no tienen donde caerse muertos). Al mismo tiempo, su hija Carlota (Cecilia Suárez) llega con sus hijos para quedarse indefinidamente puesto que cachó a su marido poniéndole el cuerno. Y obvio, para no variar, el menor de los hermanos, regresa con la cola entre las patas al haber perdido la chamba que le ofrecían en Puebla.

Aquello se vuelve un infierno ante la indolencia de unos hijos que obviamente no piensan irse pronto y unos padres desesperados que ya no saben cómo deshacerse de la plaga que representan sus propios vástagos.

Por más que se le de vuelta a la fórmula, lo cierto es que este par de cintas abreva directamente de Nosotros los Nobles, el taquillazo dirigido por Gaz Alazraki donde de igual forma, un padre harto de los flojonazos de sus hijos, decide darles una lección para que aprendar a trabajar y ganar su dinero. Lara incluso recurre a la misma fórmula de nombrar a su comedia haciendo alusión a algún clásico de la cinematografía nacional, en este caso Cuando los Hijos se Van, cinta de 1969 dirigida por Julián Soler (con Alberto Vázquez y Fernando Soler) donde una familia absolutamente tradicional entra en crisis cuando los hijos se quieren ir de la casa, uno para ser cantante, otro para ser psicólogo y otra más que simplemente ya se quiere casar. La ironía, claro, es que hace cuarenta años el problema es que los hijos querían dejar el hogar, hoy en cambio el problema es que no se largan.

Filmada de manera precaria, cual si se tratara de un programa unitario de Televisa, Cuando los hijos Regresan carece de un guión que apele al humor. Se trata en todo caso de un largo y aburrido sketch extendido mediante el cual la película lucha por ser chistosa, la mayoría de las veces sin conseguirlo. Lo mejor, por supuesto, es la sorprendente presencia de Carmen Maura y la no menos apreciable actuación de Fernando Luján, cuyo talento queda lastimosamente desperdiciado en una cinta que simplemente no tiene nada nuevo qué decir ni nada gracioso que aportar.

Cecilia Suárez asume con elegancia su personaje, una mujer harta de su matrimonio que busca la forma de escapar a la rutina saliendo con sus amigos… a jugar boliche. La cámara de Ramón Orozco es funcional aunque a veces pareciera que se trata de un niño con juguete nuevo: esas tomas en riel que dan de vueltas en círculo a un par de personajes que hablan no hace sino marear al espectador, aunque se agradece el esfuerzo por -literalmente- darle la vuelta al campo contra campo.

Y si, deveras da coraje que los hijos regresen porque da la impresión de que la película hubiera sido mucho mejor si tan sólo hubieran dejado a Luján y Maura solitos a cuadro. Ellos sabrían resolver lo que el director y guionista no pudieron.

-O-

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