Los cinco meses que el lleva instalado en Estados Unidos son los mismos en los que las Grandes Ligas transitaron de la esperanza al escepticismo y, de ahí, a una temporada golpeada por la enfermedad.

El impacto inicial llegó el 12 de marzo. Ante la declaración de la OMS referente a una pandemia mundial, la oficina de MLB canceló los juegos de Spring Training, suspendió campamentos y retrasó dos semanas el arranque de la campaña 2020, programado para el 26 de ese mes.

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El 19 de marzo, México, Puerto Rico y Reino Unido se quedaron sin series internacionales. La oficina del comisionado empezó una disputa con la Asociación de Peloteros (MLBPA), en torno a los potenciales escenarios y las consecuencias económicas. Llegó el 9 de mayo y el desenfreno del coronavirus orilló a Rob Manfred, comisionado de la Liga, a recorrer el Play Ball hacia julio. La conversación entre MLB y el sindicato progresaba en protocolos sanitarios, pero no en salarios y extensión del curso.

A mediados de junio, se conoció el primer brote entre jugadores y empleados de clubes, por lo que varias organizaciones volvieron a cerrar sus puertas.

Mike Leake, de Arizona, fue el primer pelotero en desertar de la campaña, mientras las Grandes Ligas anunciaban cambios en las reglas del juego: bateador designado universal y hombre en segunda para extrainnings.

El 23 de julio inició la campaña y, desde entonces, peloteros de distintas organizaciones han arrojado positivo, lo que ha generado caos.

 

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