Acusaciones de corrupción entre candidatos a la Presidencia y sus respectivos equipos, entre los candidatos a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, entre los candidatos a senadores, a diputados federales, a diputados locales, a alcaldes, en fin. Parece que en México las elecciones 2018 están marcadas por la corrupción de toda la clase política.

Indica que pocos se salvan de haber desviado recursos públicos para su uso particular, para comprar tintes, ropa o departamentos, para enriquecer su fortuna personal. Pocos se salvan de ser señalados por haber beneficiado a sus amigos en la asignación de contratos de obra pública o de compra de uniformes ¡hasta de insumos de papelería!

Casi nadie queda exento de una mala gestión, de omisiones, de tergiversaciones en el gasto público con dinero de los impuestos que los ciudadanos pagamos. No recuerdo una elección en donde el tema en todos los debates, en todas las peleas fuera, no ya un debate ideológico del México del futuro que queremos construir, sino si el de enfrente es más corrupto que yo, o tiene más amigos corruptos o si robaron más o menos. Al final, sin importar el monto, el acto es el mismo.

México tuvo una transición dolorosa a la democracia electoral. El adjetivo es importante pues en la práctica no hemos tenido en nuestro país algo más sustancial que las reglas electorales parejas para todos, derecho al voto y respeto del mismo. Eso a nuestro país le costó décadas de trabajo. Nuestro país ocupa un triste lugar en el último reporte del latinobarómetro con respecto a la confianza de la ciudadanía en sus instituciones y en la democracia, deberíamos preocuparnos. El primer paso para la llegada de un régimen autoritario es la perdida de la confianza en la democracia pues eso abre la puerta a falsos profetas y propuestas populistas (de derecha o de izquierda) para hacernos pensar que resolverán todos nuestros problemas (sobre todo económicos) si les dejamos coartar “un poquito” nuestra libertad.

Esa es una puerta falsa (y ojo que el populismo y el autoritarismo no tienen un color fijo ni una ideología única, puede venir de cualquier frente). Si queremos que nuestro país cambie necesitamos empezar por dejar de denostar a la política. El que existan políticos corruptos, ineficaces o poco transparentes no implica que todos sean iguales ni tampoco implica que el ejercicio de la política y la democracia traiga en su ADN dichos males. Deberíamos preguntarnos si denostar a la política y (¡peor aún!) a la democracia, por lo que hacen unos cuantos, le hace bien a nuestra sociedad o es un elemento más que continúa carcomiendo nuestro futuro como país libre.

Denostar a la política y a la democracia nos hace daño, perjudica la  posibilidad que tenemos de tener personas honestas, transparentes y trabajadoras en un oficio con tan mala reputación. Si por querer ser legislador me van a catalogar de corrupto ¿qué persona encontraría en ello una motivación para acercarse?

En la búsqueda de lograr cambios nuestro país y con ellos los intelectuales, opinadores políticamente-correctos y partidos de oposición bien-alineados, se conforman con la negociación fácil y los acuerdos que se alcanzan, insuficientes en el fondo, se justifican porque es lo que se pudo y eso, en su óptica, es mejor que nada. Se perdona a los amigos y se crucifica a los enemigos por los mismos actos ilegítimos.

Si deseamos un sistema que funcione, donde los legisladores dejen de pasar de un partido a otro, donde los representantes de los ciudadanos rindan cuentas, donde se ejerza un control efectivo, debemos crear los incentivos para ello.  Es un círculo en el que tenemos responsabilidad tanto legisladores como ciudadanos. Sin ciudadanos activos, los políticos harán a su antojo sin rendir cuentas, y aunque haya quienes quieran rendirlas no hay nadie para escuchar. Sin incentivos, los políticos tendrán pocos incentivos para trabajar con ciudadanos apáticos y desinteresados y seguirán trabajando por y para sus partido y grupos de interés.

Si, como parece, el próximo Congreso tiene una mayoría absoluta de un sólo partido (aunque insisto en pedir que hagamos un voto dividido), mayor incentivo para participar. Involucrarnos en política es involucrarnos en nuestro futuro y el de nuestros hijos y las generaciones que vienen. Involucrarnos es exigir que se cumplan las promesas, que se respeten los presupuestos, que se acabe la corrupción y se transparenten las cuentas. Involucrarnos es participar. La política, los políticos y sobre todo, la democracia, son elementos indispensables para construir el país que queremos pero construirlo requiere de que todos los ciudadanos nos involucremos.

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