Es un honor y privilegio que me hayan solicitado escribir estas líneas para narrar lo que ha sido uno de mis grandes amores, la Universidad Nacional Autónoma de México. Esta relación inició cuando decidí estudiar Medicina por la promesa que hice ante la trágica y prematura muerte de mi primo Luis. Una vez decidido, pude seleccionar otras escuelas de Medicina. Pero yo ya sabía dónde estudiaría, así que hice mi examen y esperé y desesperé para ver si me habían admitido en la UNAM. Después de 18 visitas a las oficinas postales recibí la respuesta afirmativa: ¡Ingresé a la UNAM!

El primer día (y muchos más) tomé el autobús que se detenía en el Toreo de Cuatro Caminos y llegué a Ciudad Universitaria y a la Facultad de Medicina. De golpe llegó mi primer amor por la Universidad, intenso y apasionado como el de cualquier adolescente, lleno de amigos, amor y sacrificio. Aunque sólo los dos primeros años los hice en Ciudad Universitaria. Ahí aprendí de libertad, apertura, mística de estudio, nuevos amigos y experiencias.

Un día después de terminar mi Servicio Social me abrió la puerta el Dr. José Narro para trabajar con él y después me mandó a hacer mi maestría. Guía, líder, amigo y apoyo siempre. El Dr. Narro me enseñó el camino de la Salud Pública y eso me llevó a la Escuela de Salud Pública en San Diego, donde mi familia y yo fuimos adoptados por el mejor epidemiólogo que ha habido, el Dr. Abraham Benenson. Tres años después, ya formado, me mandó de regreso a México, a la Secretaría de Salud, donde trabajé por 27 años.

También a mi regreso a México me aceptaron como docente en el programa de Salud Pública y eso me llevó de regreso a la Universidad y a mi segundo gran amor por ella. ¡Qué humilde me sentí al entender la generosidad de nuestra Universidad al darme mi formación profesional! Qué poco pidió de mí y cuánto recibí a cambio, qué vergüenza que tuve que salir de México para apreciar la importancia que en mi vida y en la de mi país tiene la Universidad.

Como parte de mi penitencia por torpe decidí dar clases en forma gratuita, lo que hice por 10 años y después ingresé como profesor de asignatura; 30 años después me sigo sintiendo afortunado y protegido por mi Universidad. Mis hijos hicieron sus licenciaturas y posgrados en la UNAM porque nunca se les ocurrió ir a otra universidad.

Hace cinco años, el Dr. Germán Fajardo me invitó a trabajar en la Facultad de Medicina y unos meses después, con la venia del rector Enrique Graue, me invitó a coordinar el Centro de Investigación en Políticas, Población y Salud que crearon entre los Dres. Graue, Narro y López Cervantes, una gran idea para reforzar la investigación en Salud Pública y demografía. Cinco años de retos, diversión, crecimiento y pandemia ¿qué más puedes pedir?

En este recorrido, este joven Centro ha tenido el apoyo de centros de excelencia como el IMASS, DGACO, la Coordinación de Investigación y, sobre todo, de la Fundación UNAM, motor económico y legal de la Universidad. La Fundación UNAM tiene un lugar especial por lo mucho que ha apoyado nuestros proyectos. Uno de ellos es llevar a médicos mexicanos a ejercer en California, proyecto complejo pero con grandes expectativas. Qué difícil de entender y qué paciencia el grupo de la Fundación ha mostrado para lograr que estemos todos trabajando al unísono. Sin su apoyo hubiéramos fracasado. Gracias por su generosidad y apertura.

La Universidad está en todos lados de México, es fuerza, disciplina, ciencia y docencia; y para mí es el mejor lugar para trabajar, porque sigo enamorado del potencial, de los logros, de la generosidad y, sobre todo, del compromiso ineludible con la verdad, esa es mi Universidad.


Coordinador General del Centro de Investigación en Políticas, Población y Salud. Facultad de Medicina. UNAM.

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