El ajetreo y las prisas cotidianas nos impiden muchas veces levantar la vista y ver más allá del hoy, algunos apenas y visualizan literalmente el mañana, ese mañana inmediato en el que nuestra agenda ya nos está notificando los eventos del día. Sin embargo, es importante que nos demos cuenta de la urgente necesidad que como mexicanos tenemos de relacionarnos con nuestro futuro si queremos realizar acciones que vayan más allá del efímero presente y de un entorno muy acotado.

Lo anterior no es una situación solo en lo individual, aplica también para las sociedades, debemos estar conscientes de la necesidad de guardar un trato inteligente con el futuro, si es que queremos que disposiciones colectivas como la previsión y la anticipación, o emociones públicas como la esperanza y el temor, los deseos y las expectativas estén articuladas de una manera razonable. Los actuales contratiempos y dificultades de la sociedad para pensarse a sí misma en términos de objetivo y promesa colectiva ponen de manifiesto que no se tiene claro algo más allá del hoy, tenemos un problema de raíz y por lo tanto el futuro no está bien atendido.

Hoy en día la función de la política está en entredicho; pero la política bien usada, se distingue de la simple gestión porque la primera trata de gobernar ese futuro menos visible pero no menos real. Ante los últimos acontecimientos y resultados de los procesos democráticos a nivel mundial, surge el planteamiento de saber si nuestra democracia es capaz de anticipar posibilidades futuras en un contexto de gran incertidumbre.

La idea del progreso muchas veces ha traído crisis, pues para muchos el futuro se vuelve problemático y el presente se absolutiza; es mucha la urgencia por resolver el hoy al costo que sea, el presente es dueño y señor absoluto. Estamos en un torbellino que nos obliga a practicar un imperialismo que ya no es espacial sino temporal; el dónde y el como ya no importan, lo único relevante es el cuándo, siempre que sea lo más pronto posible.

Hemos acelerado tanto el tiempo social que el presente se ha convertido en una auténtica tiranía, la cual dificulta la percepción y anticipación que debiéramos tener para prever.

Hay quienes hablan del destino como algo fijo, inamovible, marcado en el cronograma como un evento al que día a día nos acercamos sin posibilidad de modificarlo, lo cierto es que no es así, el futuro es algo configurable por el hombre que con la planeación adecuada y las acciones precisas se puede moldear para trascender como el legado que habremos de dejar a las futuras generaciones.

El futuro de nuestra democracia

lo debemos construir entre todos, pero para no partir de cero es importante cuidar y proteger a las instituciones cuya madurez esta visible mediante la certeza de sus resultados. De la participación de todos, de las opiniones, experiencias, visiones y perspectivas se fortalece el sistema democrático en el que vivimos.

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