No me parece que esto signifique nada alentador ni para las mujeres ni para México.

Está de moda decir que las mujeres que ocupan los lugares de decisión consiguen transformar las cosas, pero la verdad es que con muy contadas excepciones, las que están en cargos y curules trabajan para sí mismas y para sus grupos políticos. Más de una vez las hemos visto callar cuando se han dado situaciones que comprometen el buen desarrollo del país o la causa de las mujeres, pero que le sirven a su partido o a su jefe.

Para muestra, dos botones: las nuevas ministras de Suprema Corte, han mostrado que su única agenda es defender lo que quiere el Presidente. Y las diputadas, que están dispuestas a pasar por encima de cualquier principio o compromiso moral, y votar lo que les indican. Incluso las hemos escuchado lanzar insultos que evidencian su nulo respeto por las mujeres, por el recinto en el que se encuentran y por el pueblo de México al que supuestamente representan. ¿Por qué entonces esperar algo distinto de las gobernadoras?

Que haya mujeres en cargos importantes no garantiza ni que tengan una agenda de género ni que tengan la capacidad para resolver lo que hay que resolver.

Lo que estamos viendo hoy es que las mujeres son solo un añadido dentro del mismo esquema tradicional y no un cambio real en la la forma de funcionamiento del sistema, pues ellas no promueven ni defienden los derechos de todos, ni tampoco cuidan al país y a los ciudadanos.

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