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El destino lo llamó y de pronto se vio sobre los escombros del edificio derruido en Escocia y Edimburgo, como rescatista a mano limpia, con unas ganas de salvar a quienes allí estuvieran. Fueron 12 horas de entrega, con muchos momentos de dolor en los que el tiempo pasó sin que se diera cuenta.

José Luis Nácar, de 28 años, vio a la muerte y a la vida, como rescatista del terremoto 2, el del 19 de septiembre de 2017, en la colonia Del Valle. A la media hora de la sacudida, ya removía escombros; todo era confusión y conmoción. Vio el rescate de dos personas y más tarde, lo que siguió fue el encuentro de cadáveres.

Un día después, el joven nacido cuatro años después del terremoto de 1985, mira con tristeza la línea limítrofe que se ha tendido lejos de los edificios caídos. Ya no hace falta. Dentro, en la calle Escocia, entre Nicolás San Juan y Gabriel Mancera, la situación está bajo control del Ejército.

La tarde del martes “hubo bastante gente y no había ni marinos ni Ejército ni federales. [Los civiles] éramos la única fuerza que podía ayudar en ese momento”.

José Luis trae el casco blanco que le dieron en esas horas de rescatista y le ha pegado con cinta la lámpara sorda que utilizó desde que anocheció, a las 20 horas, y hasta la 1:00 de la mañana de este miércoles. Espera la oportunidad de volver a ser útil, pero escucha: “Gente, ya no”.

Recuerda escenas de la tragedia: “Los paramédicos volteaban boca abajo [los cadáveres], ya sólo los sacaban sin vida”. Fueron momentos estrujantes los del martes. Y llegaron los elementos del Ejército, los marinos y federales “y quienes llegamos al principio ya les estorbábamos, ya éramos más los que estorbábamos que quienes realmente estábamos ayudando”. Muchos llegaban y gritaban y empujaban sin saber que hacían.

Había muchachos que se subieron a los escombros con el fin de tomarse selfies y decir: “Estamos aquí ayudando” y en efecto, había cientos que hacían tareas útiles, dice. Relata con dolor haber visto el cuerpo sin vida de una persona, prensado en lo que habia sido un cubo de escalera.

Relata que hubo un rato en el que desde lejos había quien les decia que dentro estaba “Juan Pablo”, quien pedía por mensajes de teléfono celular que lo rescataran. Y como llegó, esa historia se perdió en los escombros sobre los cuales había muchos voluntarios en su cita con el destino, como aquellos que removieron piedras, vestidos de traje. Los cascos, guantes de carnaza y herramientas llegarían mucho después.

Había pasado momentos de llanto por el hallazgo de cuerpos sin vida. Hubo un grupo de cinco personas que fueron rescatadas uno tras otro, juntos; todos usaban botas de obrero, quizá habían ido a un trabajo. “Ves sacar los cadáveres y lloras, pero te contienes y continúas”.

Las horas pasaron sin que José Luis sintiera el cansancio, “pues era tanta la chinga que no te das cuenta”. Y aunque trabajó a brazo partido durante casi 12 horas: “pude haber hecho más, pero hice lo que estuvo en mis manos”.

Los supervisores de la solidaridad juvenil dicen que ya no necesitan más, y ve entrar los grupos de marinos y soldados que van a reemplazar a otros militares, y trata de resignarse y se propone regresar de noche: “A lo mejor alguien está cansado y lo relevamos”.

Muchos otros rescatistas se encuentran en el área y reaccionan como con resorte “Yo, yo, aquí”, cuando se llama: “¡Un sicólogo!”, profesionistas con capacidad para realizar intervenciones en crisis, explica Diego Sánchez.

Cuando aparece algún perro o gato, se hacen presentes los veterinarios de la UNAM, cuya base de atención está en el deportivo Benito Juárez. Recorren los puntos de desastre y atienden mascotas, como el can que sale de los escombros.

Todos piden un rescatista, como Víctor Hugo Caricio Higuera, quien con 10 familiares y amigos busca viva o fallecida a su hermana Sandyibel, quien quedó atrás en el edificio de Escocia y Gabriel Mancera.

Los supervisores de la solidaridad despiden a los voluntarios. Entre los rechazados están un Sansón con un mazo que carga como palo de escoba y Los Topos de Cancún y sus binomios caninos.

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