En la comunidad de Santa Ana Tlacotenco, Milpa Alta, huele a tierra mojada por la lluvia. Las colinas están bordeadas por el verde del nopal y la hilera de asfalto que abre la ruta para conectar los poblados a la Ciudad de México. Entre el camino hacia Oaxtepec, Morelos, y la CDMX, como marcan los anuncios en la carretera federal —a 30 kilómetros de Los Pinos—, se encuentra el lugar donde siete de cada 10 hombres han robado alguna novia en su vida.

Lilia tiene 71 años y hace 57 fue robada. Como consecuencia de ese robo hay hasta bisnietos. Un día de finales de mayo de 1961 ella salió de la casa de su padre a vender calabazas, con dos cubetas de siete kilos cada una. Para las 3:00 de la tarde ya sólo le quedaban dos por vender. Cuando dieron las 6:00, en su casa comenzaron a preocuparse porque no llegaba. Uno de sus hermanos fue a buscarla y regresó con las dos cubetas vacías y sin su hermana.

Javier, de 18 años, cuatro años mayor que Lilia, la conocía de unos meses atrás y esa tarde que la vio pasar afuera de su vivienda se acercó y le dijo: “¿Sabes qué? Pues ya no te vas. Ahora sí te llevo a mi casa”. Así nada más. La llevó a casa de su madre y ahí esperaron a que fueran a buscarla para informarles que se había robado a la novia.

A los días siguientes, Javier y sus padres fueron a la casa de sus suegros para hablar sobre el robo de Lilia. Llegaron a las 3:00 de la madrugada y los recibieron a las 5:00 de la tarde. “El papá de ella, de mi esposa, se molestó bastante. Él tampoco estuvo de acuerdo en que nos juntáramos. Éramos demasiado jóvenes, principalmente mi mujer”.

El “robo” de novias sobrevive en la CDMX
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La historia se repite

Años más tarde, David, de 36 años actualmente, veía a su ahora esposa —nieta de Lilia y de Javier—, pasar todas las mañanas afuera de su casa cuando llevaba a su cuñado al kínder, a unas calles de donde vivía. Él tenía 14 años e iba a la escuela por la tarde, así que ya sabía que Marlén pasaba a las 9:00 de la mañana y bajaba 15 minutos después. Volvía al mediodía por su hermano y 15 minutos después la veía por última vez y así todos los días, “nada más era el gusto de verle la cara, verla sonreír. La veía pasar y decía: qué bonita está esa chica”.

Al paso de unos años, decidió robársela. Ese día sus suegros fueron a Chalma, Estado de México. Aprovecharon que no había nadie en casa y sacaron todas las cosas, sólo un hermano los vio. La madre aún lamenta el día en que decidieron ir a ver el Santuario del Señor de Chalma: “Ella me había dicho que quería ir, pero no había espacio en el auto. ¿Quién sabe qué hubiera pasado si hubiera ido?”. Después de ese seis de enero, los suegros de David dejaron de ir a Chalma por más de 10 años por el disgusto que les dieron.

El “robo” de novias sobrevive en la CDMX
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“Para mí no fue bonito”

Lilia comenta que desde que ella tiene memoria y desde antes se da el robo de novia. Sus amigas mayores y parientes le hablaban de “lo bonito” que era que te robaran, pero para ella no fue así: “Vive uno muchas experiencias bonitas, pero también malas. Sobre todo es más de entendimiento, comprensión. La vida es mucho muy difícil”. Después de que sus hijos crecieran habló con Javier para decirle que quería estudiar. Cuando se la robó acababa de terminar la primaria y ella quería continuar, pero la respuesta de Javier fue: No. “Si no hubiese sido robada, si no me hubiese ido con mi esposo, pues hubiera seguido estudiando, que era lo que más me convenía”.

Ella fue la segunda novia de Javier y él fue el primer y único novio que tuvo. Antes de ella, a Javier lo acusaron de robarse a una mujer y violarla. La policía lo retuvo un mes en la cárcel que había en Xochimilco, pero no prosperó el caso. Javier sólo alza los hombros y comenta: “Ella no se quería ir”.

Para David, el tema fue diferente. Cuando se robó a Marlén, ella ya había tenido otro novio pero nada serio. Él supo convencerla: “En cierto tiempo mi esposa y yo teníamos una relación, pues muy contentos, muy a gusto, muy enamorados, de esas veces que no te quieres separar de alguien ¿no? No sé si hoy en día ocurra la misma situación. A mí sí me tocó esa parte de la virginidad de la mujer, para mí en lo personal es como tener todo de una persona”.

La hija mayor de David y Marlén tiene 18 años. A esa edad ellos ya vivían juntos. David le ha dicho a su hija que espere más para tener una pareja. Que estudie la universidad y que vea “el mundo detrás de las montañas”, que conozca. De Santa Ana Tlacotenco a la estación del Metro más cercana se hacen 40 minutos en transporte público. La gente trabaja en “la ciudad”, como ellos dicen. De camino pueden pasar tres horas de ida y otras tres de regreso.

En tres ocasiones

Nezahualcóyotl ha robado tres veces: la primera a los 17; la segunda un año después, y la última hace 11 años, después de salir con ella durante 17 días.

“Lo único que te podría decir es que la haces tu novia, pasas cierto tiempo y le pides que se vaya contigo, que van a ser felices; bajas la luna y las estrellas. Al final cambia la situación. Empiezan los problemas, el día a día”, añade.

Por las mañanas es parte de la intendencia de una escuela primera y por las tardes conduce un camión de la ruta 21 que va de Santa Ana Tlacotenco a Milpa Alta.

El “robo” de novias sobrevive en la CDMX
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No es tanto como en las películas, que va el novio con el caballo y la sube y vamos. Ha cambiado mucho: le propones que se vaya contigo. ‘Sí, vamos’. ‘No’, ok. Cada vez que la ves le dices 'vámonos, vámonos'. Igual y la convences o igual y la fastidias, también”.

Para el doctor Carlos Hernández Dávila, coordinador de la licenciatura de Etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), el robo de novia es una situación que “se va configurando como una especie de patrón cultural”.

“No sólo es una costumbre, sino algo que se cree que ‘hay que hacer’ para formar una familia”, explica el etnólogo de la ENAH.

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