Una mañana de octubre de 2000, al caminar entre decenas de puestos del tianguis de San Fernando, en el norte de Cuajimalpa, Beatriz Plata le comentó a su esposo Salvador Narváez que en la noche había soñado que en ese mercado de segunda mano compraban en 700 pesos una máquina negra de coser. Unos pasos después de haber comentado su sueño, algo llamó la atención de Beatriz, supo que era una “señal” y se detuvo.

“Es increíble, en ese puesto estaba una máquina de coser igualita a la que había soñado en la noche, cuando pregunté el precio, no lo podía creer: 700 pesos, la misma cantidad que me decían en mi sueño. Sabía que era una señal y debía de comprarla”, comenta con una sonrisa.

A 17 años de ese suceso cuenta con 10 máquinas en su taller de costura Abril, proyecto que es una realidad gracias al empeño y al esmero que le han dedicado, además de un crédito que le otorgó el programa Prospera.

El hilo blanco pasa por la aguja de metal del aparato mientras las manos de Salvador sostiene unidos los pedazos de tela que en menos de cinco segundos se convierten en la manga izquierda de una blusa azul para mujer.

Chava, como le dicen de cariño, recuerda que el oficio de costurero viene de su abuelo, quien tenía un pequeño taller donde su madre trabajaba para mantener ella sola a seis hijos.

Junto a docenas de rollos de tela que esperan ser convertidas en uniformes escolares, vestidos de gala y ropa casual, el hombre de 42 años asegura que de niño veía a su mamá usar una máquina vieja de pedal, lo que le llamaba la atención, puesto que él veía que pedazos de lino, rayón o popelina eran convertidos, en cuestión de minutos, en ropa.

“Cuando tenía como siete años le dije a mi madre que me enseñara a coser porque me gustaba lo que ella hacía. —¿De verdad quieres aprender? Le contesté que sí y de inmediato me comenzó a decir sobre lo más básico y que fue fundamental para que aprendiera este oficio que hoy, junto con mi esposa, nos ha ayudado a salir adelante”, afirma.

“No tener miedo, base para aprender”

En el pequeño taller construido en la azotea de su casa, Beatriz recuerda que a diferencia de su esposo, ella no tenía ningún conocimiento en la costura, y no le interesaba mucho porque ella trabajaba de secretaria; sin embargo, cuando perdió su trabajo, quiso ayudar a su esposo y le pidió que la instruyera.

“Pero yo me desesperaba mucho, porque no entendía muy a bien lo que Chava me explicaba. El tenía mucha experiencia. Por suerte, en un centro comunitario cerca de aquí se abrió un curso intensivo para aprender este oficio y fue donde dije: ‘Es mi oportunidad’, y me iba tres veces por semana a aprender”, cuenta.

En sus clases de costura, Beatriz se le quedaron guardadas las palabras de su profesora María y que le hizo perder el miedo a estar frente a una máquina de coser, debido a que “todos los días nos decía: ‘No le tengan miedo, es sólo un pedazo de tela, no le tengan ningún miedo’. Es algo que se me quedó grabado y que influyó para que le echara más ganas para aprender.

“Tengo que quitarme el miedo, ¿por qué le voy a tener miedo a una simple tela? Entonces comencé a cortar sin saber que dentro de mi había talento para poder saber cortar, poder trazar una prenda y saber donde va un corte, como puedes unir, como unir las partes de una prenda. Siempre se me quedó muy grabado esas palabras y dentro de mi decía: no tengan miedo, es un pedazo de tela, desde ese momento en la casa me puse a cortar y a coser”, relata.

Beatriz Plata prende una máquina y comienza a maquilar los uniformes de una panadería, mientras recuerda que a los pocos días de que se cumplió el propósito de no tener miedo a iniciar con el oficio, sus vecinos comenzaron a llegar a su casa para pedirles pequeños y sencillos trabajos que le ayudaron a dejar el miedo atrás.

“Llegaban vecinos y me decían que si por favor no les cortaba una falda o que si les ponía un cierre, cosas sencillas, y dentro de mi siempre fue decir: no tengo miedo y sí puedo. Fue así como me impulse a dedicarme de lleno a aprender más en este, mi nuevo trabajo”.

Salvador recuerda que constantemente su mamá y abuelo, personas a las que siempre tiene en cuenta cuando se le pregunta sobre quienes fueron sus maestros, le decían que la base para seguir en la costura era siempre entregar un producto bien hecho, puesto que de eso depende obtener más trabajo y, por consiguiente, mayores ingresos.

“Siempre tienes que hacer bien las cosas que se solicitan, debemos entregar todo muy bien hecho, por lo que en este taller la consigna que se tiene es la de entregar siempre un diseño perfecto, porque si hacemos eso, los clientes nos van a recomendar”, afirma.

Ha sido esta consigna la que al matrimonio le ha permitido, tras ampliar su taller, haber obtenido mayor demanda en trabajos de costura, no solamente para vecinos, sino en escuelas particulares y públicas, quienes les hablan constantemente para que se encarguen de diseñar y de elaborar uniformes deportivos o para eventos culturales.

Apoyo económico para vecinos

Tanto Beatriz como Salvador señalan que varios vecinos van con ellos para que les remeden una prenda o les diseñen algún vestido, porque esto representa una ayuda económica para ellos, porque no tienen que invertir mucho dinero para vestir, por lo que siempre han optado por tener precios económicos.

“A mi se me hace feo darles a mis vecinos y personas que vienen a solicitar un trabajo un precio muy elevado. Pienso que es justo y honesto decir qué vale cada trabajo, por eso no damos precios elevados, lo que nos ha ayudado a que venga clientela”, externa Beatriz.

Su esposo recuerda que hace un par de años una vecina estaba preocupada porque en su hogar no contaban con mucho dinero para hacer la fiesta de 15 años de su hija, “y vino con nosotros a decirnos que si le podíamos hacer el vestido y nos enseñó el modelo que habían visto en una tienda, pero que valía 50 mil pesos. Ellos no podían pagar ese monto, por eso nosotros le cobramos 80% menos del valor en esa tienda. La niña lloraba de alegría porque se le hacía imposible que pudiera tener un vestido así”, narra.

Todos los días, a las 07:30 de la mañana, tras desayunar y haber enviado a sus tres hijos a la escuela, Chava y Betty se suben a su taller y dedican casi 12 horas a su trabajo, puesto que la demanda se ha incrementado considerablemente, a pesar de esto, el matrimonio consideran que tantas horas “gastadas” en esta labor no es un sacrificio, sino un gusto.

“Coser, diseñar, cortar son actividades que nos gusta hacer, es un gusto que nos mueve a seguir con este trabajo. La ganancia es un complemento”, dice.

Consideran que la mayor satisfacción que tienen es que sus hijos se sientan orgullos de ellos, porque sin haber tenido estudios profesionales en corte y confección de prendas han desarrollado una forma de vida.

“Nuestros hijos siempre nos dicen que se sienten orgullosos de tener unos padres que son buscados porque saben hacer muy bien su trabajo. Esa es nuestra satisfacción, el ser un ejemplo e inspirarles a que siempre hagan su mejor esfuerzo en las cosas que hacen”, sonríe.

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