Cristóbal, Antonio y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, serán declarados santos hoy, luego de un proceso eclesiástico extraordinario que reconoció sus virtudes cristianas sin cumplir con los requisitos de un milagro y de las reliquias de sus restos.

Durante una misa de canonización en la Plaza de San Pedro y ante una nutrida delegación de fieles mexicanos, el papa Francisco elevará al honor de los altares a estos niños indígenas convertidos al cristianismo y que perdieron la vida entre 1527 y 1529.

En el rito habrá un detalle fuera de protocolo: nadie presentará ante el altar las reliquias de los nuevos santos ni pasará a saludar al Pontífice ningún “milagrado”, como se le conoce a quienes reciben algún hecho extraordinario o una curación inexplicable por intercesión de un beato.

Ello obedece a que los niños mártires mexicanos llegaron a la santidad tras un proceso especial, y a la aprobación del Papa para que su consagración sea efectiva gracias a la extendida y continuada devoción popular de la que gozan en tierras mexicanas.

“Se considera una canonización extraordinaria porque la norma es que se necesita presentar ante la Congregación para las Causas de los Santos un posible milagro para que el beato pueda ser reconocido como santo”, explicó fray Luis Martín Martínez Muñoz, vicepostulador general de la Orden de los Frailes Menores.

El religioso señaló que, tiempo atrás, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) elevó una petición al Vaticano con una lista de razones por las cuales se considera que los niños mártires han propiciado “un bien pastoral” para la Iglesia y la sociedad en México.

“El Papa dio su beneplácito a conceder que se exceptúe un milagro. Él lo puede hacer, lo ve prudente, ve la importancia pastoral para la Iglesia y la sociedad, y así lo decide”, añadió el franciscano.

Aseguró que serán declarados santos porque la Iglesia “quiere proyectar personajes positivos que ayuden a la sociedad”, y reconoce el ejemplo de estos niños que, a pesar de su edad, fueron personas llenas de coraje y decisión, creyentes en Jesucristo.

De veneración popular en el centro de México, la historia de estos niños está exenta de polémica. Sus historias paralelas se convirtieron en emblema de los primeros años de la evangelización y conquista del llamado Nuevo Mundo.

El niño Cristóbal, hijo y heredero del cacique Acxotécatl de Atlihuetzia, asiste a la escuela de los franciscanos, y ya convertido cuestiona a su padre por sus vicios hasta que éste lo mata arrojándolo al fuego en 1527; tenía 13 años.

Mientras, Antonio y Juan, originarios de Tizatlán, murieron en Cuauhtinchán, Puebla, en 1529, tras ser atacados por lugareños mientras recogían ídolos de barro.

Juntos los tres captaron la atención de los Papas. El 6 de mayo de 1990, Juan Pablo II los declaró beatos en la Basílica de Guadalupe; en 2012, durante su visita a Guanajuato, Benedicto XVI los propuso como modelos de vida cristiana.

El vicario general de la Diócesis de Tlaxcala, Jorge Iván Gómez Gómez, reconoció la existencia de “muchos cuestionamientos” sobre ellos, entre otras cosas porque no se tienen identificados los lugares exactos de sus sepulturas.

Este es el motivo principal de la inexistencia de una reliquia “de primer grado”, es decir, un trozo de hueso o alguna parte de su cuerpo. En la Iglesia existe la tradición de venerar las reliquias.

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