Enfermedades crónicas, accidentes, intervenciones quirúrgicas

de los presidentes de México, a lo largo del siglo 20, quedaron en el rumor y allí se volvieron anécdotas inconsistentes, al surgir versiones distintas, que se quedaban en segundo plano, ante el halo del presidencialismo del todo poderoso, perfecto, sano, fuerte, ajeno a los males de salud y a la muerte misma.

El 5 de julio de 1997, el presidente Ernesto Zedillo rasgó las cortinas del secreto en torno de la salud del jefe del Ejecutivo federal y, en ropa deportiva y tenis, se presentó ante la prensa en Los Pinos, con la novedad de que le habían practicado una microcirugía en la rodilla derecha.

Llegó en silla de ruedas a la sala de la residencia Miguel Alemán, apoyado por su hijo Carlos de 15 años, entonces, y luego, con muletas se valió por sí mismo, y contó todos los detalles del mal que lo llevó a la plancha: los meniscos gastados y un fuerte golpe que se dio al jugar con el tenista exitoso del momento, Oliver Fernández.

“Mi error fue ponerme a jugar con un muchacho que, además, es profesional”, comentó el Presidente que hacía polvo un nicho de secretos presidenciales, la salud del jefe del Estado, y describió la intervención quirúrgica en el Hospital Central Militar, la participación de su médico de cabecera, Mario Madrazo Navarro, y de los otros cirujanos que intervinieron, Santiago Echavarría, Nicolás Zarur y Roberto Solares.

Al día siguiente, México cambió. Las elecciones intermedias, redujeron al PRI a la oposición en la Cámara de Diputados, y por primera vez, el Presidente de la República quedó sin mayoría absoluta en las Cámaras y el mando en San Lázaro pasó a quedar a cargo de cuatro fuerzas, capitaneadas por Porfirio Muñoz Ledo, del PRD, y en la Ciudad de México, se erigiría como primer jefe de Gobierno, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, también perredista.

Tiempo después, el primer presidente panista, Vicente Fox Quesada , llevó hasta el hospital a fotógrafos y camarógrafos, que dieron sus testimonios de una intervención quirúrgica, para corregir una hernia discal, el 12 de marzo de 2003, cuando el mundo vivía la crisis que llevó a Estados Unidos a declarar la guerra Irak, sin el voto de apoyo de México en el Consejo de Seguridad.

Fue la primera vez que un presidente mexicano no estaba para tomar la llamada de un presidente estadounidense.

Su sucesor, Felipe Calderón, sufrió un accidente en bicicleta, en los jardines de Los Pinos, el 30 de agosto de 2008, de lo cual se informó al día siguiente, para explicar el uso de cabestrillo, porque tuvo “fractura del húmero (hombro) izquierdo”, y una contusión en la rodilla izquierda.

Enrique Peña Nieto

fue sometido a una cirugía programada de nódulo tiroideo, el 31 de julio de 2013, y de vesícula biliar.

En el extremo hermético, se refiere el caso del presidente Adolfo Ruiz Cortines, quien fue operado del apéndice al inicio de su mandato, y aunque lo atendió el doctor Gustavo Baz, se negó a que le aplicara anestesia general. Había que estar a cargo de los hilos del poder.

Adolfo López Mateos,

aquejado por dolores de aneurismas, ya como ex presidente murió a consecuencia de estos males, pero en su sexenio la sociedad en general desconoció esa enfermedad eclipsada por la imagen del presidente popular.

Gustavo Díaz Ordaz,

quien sufrió desprendimiento de retina del ojo derecho, hacia el final de su mandato, y apareció en fotos con un parche posoperatorio, mantuvo reservada la historia del padecimiento, de lo cual se derivaron versiones distintas sobre la causa, que quedó en el mito y en la burla: “En la tierra de los ciegos, el tuerto es rey”.

De Luis Echeverría, los enterados decían que padecía de los riñones, pero la imagen era de un hombre sano, robusto e incansable, y de igual manera se comportaba su sucesor José López Portillo.

La discreción médica es la caja fuerte de los expedientes médicos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.

La historia deja lagunas en los casos de Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán.

Las enfermedades y los achaques, en caso de los viejos, quedaron en los secretos de su círculo cercano. Incluso, el presidente Porfirio Díaz , cuando tenía el problema del alzamiento revolucionario de 1910, era víctima de intensos dolores de encías. Y cuando fue a Ciudad Juárez a negociar con Francisco I. Madero, el joven demócrata quizá haya advertido que Díaz estaba casi sordo.

PODEROSOS ENFERMOS Y ENFERMEDAD DEL PODER

El autor David Owen, en el libro, “En el poder y en la enfermedad”, estudió el caso médico de líderes mundiales del siglo 20, su manejo de padecimientos, la actitud con la que se manejaron al respecto, y aportó luces para comprender al personaje y a sus decisiones históricas. Desde luego, los pintó de carne y hueso.

La dipsomanía de Winston Churchill ; el tratamiento con cocaína al 10%, de Adolfo Hitler; la enfermedad de Addison, que John F. Kennedy negó hasta a los mismos médicos; los males de próstata, que Francois Miterrand, se ocultaba a sí mismo.

El otro tipo de enfermedad, que se adquiere por el ejercicio del poder, la hybris, una especie de soberbia que Owen encontró en George Bush y Anthony Blair, tras los atentados terroristas de 2001.

lsm

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