Detrás de Emilio Lozoya siempre ha estado Froylán Gracia Galicia, su amigo desde la juventud, con quien planeó casi todo lo que sucedió en Pemex durante su gestión. Su relación se estrechó más cuando, como jefe de Oficina de la Dirección General Petróleos Mexicanos, gestionó todo tipo de reuniones y relaciones para favorecer al exdirector de la petrolera y a su primer círculo.

Aunque en apariencia los perfiles de Lozoya y Gracia son diferentes —el primero perteneció a la élite política mexicana y financiera internacional, mientras que el segundo siempre fue de un perfil más bajo, su papá tenía bodegas de jitomates en la Central de Abasto capitalina—, en el fondo son dos personalidades muy similares: ambiciosos, soberbios y narcisistas, según las descripciones de varios exfuncionarios del gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto, trabajadores de Pemex y empresarios que convivieron con ellos durante el sexenio pasado.

Gracia Galicia estudió en el Colegio Americano de la Ciudad de México, donde comenzó a codearse con algunas de las familias acomodadas de la capital del país. En la adolescencia sus padres lo enviaron a un internado Militar en Texas: la Marine Academy de Houston, y luego regresó a México para cursar la licenciatura en Administración en la Ibero. Sus conocidos aseguran que desde entonces gustaba de presumir sus estudios en el extranjero y sus autos de lujo: manejaba un Corvette.

Tras estudiar una maestría en la Universidad de Georgetown consiguió ser consejero de la Embajada de México en Estados Unidos, donde conoció a Lozoya Austin, quien por aquellas fechas operaba fondos de inversión en Nueva York y se desempeñaba en el Foro Económico Mundial como director en jefe para América Latina.

El clic fue inmediato: ambos tenían aspiraciones en la administración pública de México y Lozoya era asesor de una empresa con fuertes nexos con el gobierno de Peña Nieto en el Estado de México. Era la controvertida constructora española OHL.

La relación entre Lozoya y Gracia Galicia comenzó a forjarse entre 2009 y 2010, cuando Peña Nieto figuraba como posible candidato presidencial.

Desde sus primeras charlas en Washington y Nueva York soñaban con un puesto relevante de lo que podría ser esa gestión. Paradójicamente, su llave de acceso fue el hoy villano favorito de Lozoya, Luis Videgaray, quien coordinó la campaña presidencial y lo invitó a formar parte como coordinador de Vinculación Internacional.

Cuando arribaron a Pemex, Lozoya y Froylán estaban convencidos de que tenían que hacer dinero y rápido, pues no pensaban quedarse todo el sexenio en la empresa. Fue por eso que desde el inicio de su administración se plantearon estrategias como la del “Club del millón de dólares”, la cual consistía en invitar a un grupo de 25 empresarios a los que favorecerían con licitaciones, teniendo como garantía una “membresía” por esa cantidad de dinero.

Esta y otras acciones de sobornos y extorsión se planearon y fraguaron con la venia del exdirector de Pemex, quien se dedicó a hacer relaciones públicas en Medio Oriente, Europa y Estados Unidos, mientras su operador Gracia Galicia, de la mano del entonces coordinador de Asesores, Carlos Roa, hacían los acuerdos en México.

“Cómo no voy a usar los aviones de Pemex para ir a las giras, si así llegan los jeques árabes a las reuniones”, dijo Lozoya alguna vez a modo de justificación por el uso indiscriminado de las aeronaves de la empresa estatal.

Esa soberbia la llevaba consigo Froylán, quien por un lado “agasajaba” a políticos, funcionarios y empresarios con bacanales en diversas casas de la Ciudad de México y en destinos paradisiacos de la Riviera Maya y, por otro, los exprimía a más no poder y los usaba para presionarlos a que vendieran sus empresas o aprobaran leyes a favor de Pemex. Los casos más emblemáticos son los de Oceanografía, Oro Negro y Evya.

Las crónicas que cuentan cercanos a Froylán sobre las fiestas en la casa de la calle Copérnico, en la colonia Anzures de la Ciudad, son de antología: vinos Vega Sicilia y otras bebidas caras; decenas de mujeres extranjeras —la mayoría latinas y europeas del este— creaban el ambiente propicio para cerrar acuerdos al calor de las copas y el éxtasis.

Lo que pocos sabían es que en esa casa había cámaras escondidas y micrófonos para grabar las conversaciones a modo de protección para los funcionarios de Pemex, y también como posible método de extorsión futuro.

La relación Lozoya-Froylán continuó cuando dejaron Pemex y la gestión pública. Se sentían intocables por las pruebas incriminatorias que aseguraban tener de prácticamente “todo mundo”. Una de las principales: las bitácoras de los vuelos de los aviones de Pemex en las que viajaron múltiples veces los familiares de Peña Nieto y Videgaray a destinos turísticos y de shopping.

La historia con el nuevo gobierno, sin embargo, cambió las cosas y hoy todos están en el ojo del huracán.

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