Bajo los rayos del sol y con la preocupación de que no hay clientes, Andrés Hernández sale de la cocina económica María Isabel para llamar la atención de la gente.

Hasta 300 personas visitan esa fonda para comer en martes, pero ayer sólo hubo 40 comensales.

“Ojalá que lo arreglen pronto porque nos están dando en la torre”, dice Andrés mientras ve cómo las calles aledañas al Monumento a la Revolución quedaron vacías por las medidas sanitarias.

Las cocinas económicas de la ciudad siempre esperan ansiosas la llegada de los oficinistas, puntuales y con el tiempo medido para volver a su trabajo; no obstante, ahora son pocos los empleados que buscan un lugar dónde comer.

¿Que si Andrés sabe esto? Sí lo sabe. ¿Que si le preocupan los efectos del ? Sí le preocupan. ¿Que si dejará de trabajar? Eso no es seguro, pues de él dependen su papá y su mamá, quienes tienen más de 60 años, son diabéticos y les debe comprar vitamina y medicina para evitar cualquier enfermedad.

“No están saliendo ni los gastos mínimos, ya estamos empezando a poner de nuestra bolsa, se le retiene el sueldo a los empleados, a algunos no se les puede dar trabajo.

La preocupación es de todos mis compañeros, no sabemos si vamos a tener para nuestros gastos o si el establecimiento va a cerrar”, expresa. El joven indica que aunque sí tiene ahorros preparados para la cuarentena, no tiene idea si serán suficientes porque “parece que esto va empezando”.

El panorama para estos negocios cambió abruptamente: todavía la semana pasada había suficientes clientes para sostener los sueldos de los trabajadores, pero en un abrir y cerrar de ojos las cacerolas de comida quedaron llenas.

El temor por los impactos que tiene el Covid-19 es compartido por Jonathan Hernández, quien labora en la fonda Edisson 95, donde fueron contados los clientes ayer.

“Al establecimiento no le conviene porque hay que sacar los sueldos, gastos del día, y si no hay gente ni siquiera para eso, a los trabajadores tampoco les conviene porque les baja su ingreso”, dice.

Aunque el joven asevera que su padre trabaja y mantiene la casa, él tiene planeado vender comida para amortiguar el impacto.

Muy cerca de donde trabaja Jonathan se encuentra Maribel, quien observa sentada en una silla cómo las personas pasan sin detenerse a leer siquiera el menú. Ella trabaja para el restaurante La Oaxaqueña y no sabe si seguirá trabajando la próxima semana, porque a sus otros compañeros los mandaron a descansar.

Frente a este escenario el temor por no tener dinero para mantener a su familia es constante: “En la casa vivimos con lo que alcanza, salimos al día, esta es mi única fuente de ingresos”.

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