Si la pandemia por coronavirus ha generado temor en cada rincón de México, la solidaridad para enfrentar este mal no se ha quedado atrás.

Prueba de ello es el entusiasmo de luchar contra la enfermedad que ha llegado al Centro de Prevención y Readaptación Social Santiaguito, en el Estado de México, donde mujeres privadas de la libertad elaboran miles de cubrebocas.

Sentadas en un salón que regularmente funciona como taller de costura, alrededor de 30 reclusas toman pedazos de tela y le dan forma a estos insumos, que son vendidos a fundaciones o empresarios que los donan a los sectores vulnerables.

El objetivo de las mujeres de Santiaguito es crear 7 mil 500 cubrebocas semanales, por lo que cada día, desde las 9:00 horas, cada una de ellas se compromete a fabricar al menos 100.

Algunas integrantes del proyecto muestran mayor habilidad que otras a la hora de coser; sin embargo, el interés de ayudar al país es compartido por todas.

“Desde aquí queremos ayudar y apoyar lo más que podamos. Trabajamos con mucho esfuerzo y cariño, y lo estamos haciendo lo más pronto posible para que los cubrebocas lleguen a la gente que los necesita”, comenta Carmen, coordinadora del taller.

La pandemia no ha pasado desapercibida para las mujeres privadas de la libertad, ya que, además de que prácticamente viven en el olvido, ahora se han suspendido las visitas familiares en el centro de reclusión de Santiaguito.

“Estamos muy preocupadas por nuestras familias, por toda la gente del exterior. Para darles ánimos, les llamamos por teléfono y les damos fortaleza, porque nosotras sabemos lo que es estar confinadas. También les damos esperanza, porque esto acabará pronto”, señala Carmen.

Esta preocupación por la familia es un motor que mueve a las reclusas a seguir elaborando cubrebocas, que son producidos con material regalado por el sector privado o adquirido por Plan B.

A pesar de que a Norma aún le faltan más de 40 años de condena, se inscribió al taller de costura con la esperanza de alcanzar un beneficio.

Su voz revela que las reclusas no sólo elaboran los insumos médicos para obtener ganancias y luchar contra la pandemia, sino que también lo hacen porque experimentan una especie de redención.

“El estar aquí lo tomo como un trampolín para elevarnos y ser mejores en un futuro, para llegar a una sociedad con la frente en alto”, comparte Norma, quien también rechaza los estigmas que hay hacia la gente en prisión y asegura que con esta clase de acciones demuestran que han cambiado, que están listas para regresar a la sociedad.

Norma también recuerda cómo, en un inicio, se tardaban hasta un día entero tratando de hacer un cubrebocas, pero reconoce que con el pasar de las semanas han encontrado un modelo sencillo, y a partir de eso se aceleró la elaboración.

Las internas de Santiaguito esperan alcanzar los 30 mil cubrebocas en los próximos días; no obstante, si aún cuentan con material, seguirán con la producción de los insumos.

“En la medida que podamos seguir teniendo apoyo de las personas, del gobierno o de las empresas, vamos a estar abiertas y dispuestas a trabajar duro; además, las mujeres de Santiaguito quieren devolverle a la sociedad todo lo que les han dado”, expresa Tatiana Ortiz, directora de Plan B.

La experta en sistema penitenciario explica que la idea de este proyecto surgió cuando algunas de sus amigas comentaron que querían regalarle cubrebocas a la población para prevenir contagios. En ese momento, las mujeres de Santiaguito se convirtieron en las protagonistas de esta causa, pues Tatiana Ortiz propuso que las reclusas los elaboraran.

“A las mujeres esto les ayuda, porque se mantienen ocupadas. Están relajadas y viviendo una reflexión para mejorar su ser.

“También ellas tienen muchas ganas de darle gracias a quienes las han apoyado a través de distintos proyectos que hemos llevado a cabo juntas”, detalla Tatiana Ortiz.

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