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Moscú.— Con acusaciones cruzadas de complot, cinismo y falsificaciones, Rusia y Occidente se libran a una guerra verbal sobre las responsabilidades de cada uno en la Segunda Guerra Mundial, un frente de memoria histórica que el presidente Vladimir Putin se toma en serio.
La victoria sobre el régimen de la Alemania nazi, conmemorada este miércoles con gran pompa, luego de un mes de retraso debido a la pandemia por el coronavirus, ha sido siempre uno de los pilares del patriotismo que preconiza el mandatario ruso. Y el gran desfile militar que acompaña la celebración es un símbolo del regreso de Moscú al primer plano internacional.
A medida que las relaciones ruso-europeas se deterioraban debido a las guerras en Ucrania y en Siria, a las acusaciones de espionaje o de injerencias, un abismo se ha abierto también respecto a la interpretación de los acontecimientos del siglo pasado; cada campo acusa ahora al otro de “reescribir la historia” a su favor.
En los meses que precedieron la pandemia, Vladimir Putin pareció casi obsesionado por la memoria de la Gran guerra patriótica, como los rusos llaman al conflicto germano-soviético.
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“Estamos obligados a defender la verdad sobre la victoria. Si no, ¿qué diríamos a nuestros hijos si la mentira se extiende por todo el mundo como la peste?”, aseveró Putin en enero ante el Parlamento.
En su última intervención hasta la fecha, el 18 de junio, Putin acusó a los occidentales de revisionismo antirruso, en una larga tribuna publicada en una revista estadounidense.

Esta convicción se ha traducido en exabruptos poco diplomáticos con la Unión Europea y antiguos satélites, Polonia y Ucrania en especial, con los que Moscú mantiene pésimas relaciones.
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Putin denunció el “increíble cinismo” de Polonia, que acusa a Rusia de haber cerrado un pacto con Hitler al inicio de la guerra.
El primer ministro polaco replicó, al denunciar las “tonterías rusas”.
El mandatario de Rusia también reaccionó airado a una resolución en septiembre del Parlamento europeo, la cual condenó la repartición de Polonia entre la entonces Unión Soviética (URSS) y el Tercer Reich, considerándolo como un intento de colocar comunismo y nazismo en el mismo plano.
De hecho, Europa insiste en denunciar el pacto germano-soviético de 1939, que organizó la repartición de Europa Oriental entre los dos regímenes totalitarios, pero para Moscú fue una necesidad, porque las potencias europeas dejaron a la URSS sola frente a Alemania al ceder, en 1938 en Múnich, los Sudetes checoslovacos a Hitler.
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“Terriblemente indignada”. Moscú también reprocha a Occidente minimizar su papel en la victoria y los enormes sacrificios humanos realizados —27 millones de rusos muertos— para engrandecer en cambio a Estados Unidos y a Reino Unido, especialmente gracias al desembarco de Normandía en 1944. Rusia ya se declaró “terriblemente indignada” de que la Casa Blanca citara en mayo solamente a Estados Unidos y a Reino Unido como los vencedores de los nazis.
La victoria de 1945 es un elemento esencial de la identidad nacional rusa y ha sustentado para Moscú su preminente lugar en la postguerra, que se trate de su escaño en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o de los territorios liberados de los nazis, que la URSS convirtió luego en satélites comunistas.
Actualmente esta memoria asociada a una política de poder debe “unir al pueblo” ruso frente al adversario, opina Vitali Dymarski. Por lo demás, “toda esta querella con Europa no es historia, es simple política”, resume.
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