Nueva York.— En un día histórico para la justicia de Estados Unidos, afuera del tribunal donde se le leyeron los cargos a Donald Trump y fue fichado, todo era un circo; adentro, el exmandatario lucía serio, con los labios apretados y enojado.

Un falso Trump en una limusina circuló frente a la corte, gritando: “No es un juicio, es una persecución”. Otro Trump, también fake, se quejaba de la “cacería de brujas” que dijo, se ha emprendido en su contra.

Cientos de periodistas superaban con creces a los simpatizantes y detractores del exmandatario. El parque Collect Pond frente al tribunal estaba atestado de reporteros y cámaras.

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A sabiendas de que no se permitirán cámaras de video al interior del tribunal, todos alistaban el flash para la llegada del acusado. Congresistas como Marjorie Taylor Greene, quien convocó a una protesta para “defender” a Trump, o George Santos, conocido como “el mentiroso, mentiroso” porque su carrera ha estado llena de falsedades, se hicieron presentes, unos minutos apenas, para mostrar su “lealtad”. Después, se esfumaron, no sin antes comparar el arresto del magnate con el del sudafricano Nelson Mandela... o el de Jesucristo.

Antes del inicio de la audiencia, un puñado de fotógrafos fue autorizado a inmortalizar la presencia del antiguo inquilino de la Casa Blanca, de 76 años, en una sala con un ambiente asfixiante. Traje azul, corbata roja y el cabello un poco revuelto, Trump miró a los objetivos con ojos de acero.

Pero una vez que se fueron los fotógrafos, el multimillonario republicano se relajó y su mirada parecía a veces traicionar su cansancio. Durante la audiencia, que duró una hora, su actitud recordaba a veces a la de un niño al inicio del curso: curioso, aburrido, como si estuviera preguntándose cuándo podría irse. Fiel a su estilo, Trump se declaró “no culpable”. “Quería hacerlo”, aseguró el jefe de su equipo de abogados, Joe Tacopina.

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Pero el magnate inmobiliario y estrella de la televisión se contuvo, y en el teatro judicial, dejó a sus abogados interpretar los principales papeles.

Al pie del tribunal, un imponente edificio de estilo art-deco, la plaza soleada estaba llena de centenares de periodistas, policías y militantes pro y anti Trump, que se gritaban, en un ambiente a veces tenso.

En la sala de audiencia, los abogados de Trump estaban decididos a dar la batalla. El principal defensor, Todd Blanche, que se acaba de incorporar al equipo del acusado, se refirió a su cliente como “presidente” y exhortó al juez a que no impida a su cliente hablar del caso en sus redes sociales, después de que Juan Manuel Merchán advirtiera contra la posibilidad de que sus palabras desaten violencia.

Trump estaba frustrado, enfadado, cansado. Asi salió del tribunal y en el mismo tono dio su discurso en Mar-a-Lago, Florida. Ni estar en sus terruños, con los suyos, levantó su ánimo. Ni haber sido, como tanto le gusta, el centro de la atención. No sólo fue el tribunal. Fue cobertura las 24 horas. Y las portadas. Como la huella digital, color naranja, que publicó Time. Por ahora, la atención le reditúa. Por ahora.

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