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Chapultepec, Méx.— José Turbio Rivera Salazar es policía de la Secretaría de Seguridad del Estado (SSEM) de México desde hace 25 años, y por temor a que su actividad ponga en peligro la integridad de su familia, desde hace 15 años vive separado de sus hijos; inicialmente porque con el divorcio tuvo que alejarse, más tarde —cuando los recuperó—, por el miedo a que “alguien” les haga daño sólo porque él es policía.

Tiene 52 años, tres hijos, es divorciado, diabético, padre soltero y el miedo más grande que enfrenta cada día es dejar solos a sus tres hijos.

Sentado en una de las tres sillas del pequeño comedor de madera que ocupa la mitad de su estancia y que sacó al pórtico de la casa donde habitan, el uniformado comenzó a platicar su historia. Parece un hombre hosco a primera vista: tiene un gesto adusto y la mirada dura, características que no anticipan la sensibilidad de un señor dedicado 100% a cuidar a la gente, feliz por ser papá y pertenecer a la corporación.

El uniformado cuenta que decidió ingresar a la carrera policial como una opción de trabajo formal, en donde además habría posibilidades para mejorar con base en su esfuerzo y la capacitación.

Su ejemplo, dice, fue un hermano mayor que ingresó a la policía municipal en Metepec.

“En un principio no quería entrar a la policía estatal, pero mi carnal fue quien me avisó que había espacio en la corporación. Dije ‘yo qué voy a estar haciendo ahí, con esa bola de rateros’ porque la verdad eso es lo que inicialmente piensa uno, la verdad”, narró.

Sin embargo, ya tenía familia y la necesidad de llevar a su casa un sustento fijo, que además le permitiera brindar calidad de vida a todos, incluidos sus padres, lo hicieron recapacitar la oferta laboral. Decidió inscribirse, hacer los exámenes y finalmente ingresar a la corporación.

Al fondo de la conversación se escuchan los ladridos de Rufus, que según el policía, es el eterno y más fiel guardián de su hija menor, por quien al parecer pierde la respiración este papá soltero que se hace cargo de ella.

José también es técnico contable y programador analista, aunque trabajó en varias oficinas, decidió por la carrera policial porque “es un poquito mejor aquí, no digo que es mucho, hay varias limitantes”.

De pronto sus ojos se nublan y la voz se le entrecorta cuando se le pre gunta si ser policía es mejor aún con los riesgos, a lo que contesta: “A veces el mayor miedo que tengo es dejar solos a mis niños. Me ha costado tanto trabajo, los amo tanto y yo … no quisiera que nada les pasara”.

Tiene un poco de estrabismo derivado de la diabetes que le generó la separación de su esposa, quien no resistió el ritmo de trabajo de un policía, los horarios corridos por dos días y uno de descanso, las jornadas que parecen interminables; porque ella se fue y se llevó consigo a su hijo mediano y a la más chica.

Con la separación, debió entregar un porcentaje de su salario, que según cuenta, no es muy elevado al mes, pero sirve para rentar la casa de sus hijos, que ya son mayores, y el cuarto donde él vive. La pensión la sigue entregando a pesar de ser quien se encarga de sus hijos, porque la custodia la mantiene su ex mujer.

“No he logrado esa parte. A veces pienso que con el dinero que le entrego podría darle mejor vida a mi niña. Sobre todo a ella que es por quien yo daría la vida, mi pequeña que vivió muy mal los años de la separación, pero pues ni modo, no he tenido suerte”.

José es un hombre sensible, noble, así lo describe su pequeña hija, palabras que lo hacen llorar. El uniformado se seca las lágrimas que provocan los recuerdos de un papá soltero que no la ha pasado bien, según cuenta sobre su propia vida.

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