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A cinco metros de distancia, la señora Lidia Martínez, de 70 años, vio cómo demolían su casa. Su hogar desde que tenía 15 años. Poco antes de que la maquinaria pesada comenzara a taladrar su techo, ella entró por última vez a los pequeños cuartos vacíos que fueron su sala-comedor y dos recámaras. Ahí vivía con otras seis personas: su familia. Todos estaban dentro cuando hace un mes y dos días tembló. Según los censos, la delegación Iztapalapa fue donde las casas resultaron más dañadas y su colonia, Santa Cruz Meyehualco también.

Desde ese día durmieron a un lado de su casa, que de un segundo a otro quedó con el techo dividido por una grieta que atravesaba los muros. Ella y sus hijos se dedican al comercio, trabajan en un tianguis.

La misma semana del terremoto fue personal de Protección Civil para evaluar su casa, y después, recibieron un cheque para rentar, poco más de 3 mil pesos. En su calle, la número 49, apartaron la casa de enfrente a la suya, de un color más oscuro, para rentarla. Empaquetaron sus cosas y las sacaron al tránsito vehicular.

Lidia vivía en la parte frontal de la vivienda número 11, su hermano ocupaba los cuartos de atrás, que no sufrieron daños graves. Al ser un inmueble de alto riesgo, se sabía que debía destruirse para mantener a salvo a los civiles.

Las autoridades le notificaron a Lidia que le darían una de las 200 viviendas “antisísmicas” que se repartirán a los afectados; que el próximo mes de noviembre tendrá su nueva casa sobre su terreno. Esta casa, de acuerdo con la delegación, será de 50 metros cuadrados, con un valor de 100 mil pesos.

El material usado en su construcción será antiinflamable, con acero en muros, losa y esquineros, asentada sobre una placa de concreto: con una sala, cocina, comedor, recámara, baño y patio de servicio.

Este sábado, su casa estaba rodeada de los vecinos, y una máquina amarilla con un martillo en el brazo mecánico que controla el conductor, apuntaba hacia su vivienda. Después de las 12:30 horas, bajo el sol, un hombre de camisa a cuadros abordó la máquina, con la delegada Dione Anguiano a su lado. Así, primero, el martillo demoledor rompió el techo, luego los vidrios tronaron, una humareda cubrió a los que en primera fila tomaban fotos.

La señora Lidia lloraba, mientras su hija la abrazaba. Después de que el techo crujió, poco a poco en el muro rosado se abrió un boquete. Por un momento la propia delegada tomó los controles de la máquina, y después bajó del vehículo para hablar con los vecinos.

Todos se amontonaban, le preguntaban qué pasaría con sus casas, que estaban en la misma calle 49 y que habían resultado igual de dañadas. Ella les contestó que en una hoja se apuntaran, para ver uno por uno sus casos.

Luego, la delegada entró a una de las casas más adelante, que estaba apuntalada y el muro principal con una grieta que los mismos habitantes cubrieron con papel periódico. En la entrada, una mesa con objetos amontonados, por la próxima mudanza que deberían hacer para darle paso a la maquinaria pesada.

Un grupo de más de cinco personas caminaron hasta la recámara principal, donde distintas grietas atraviesan de forma horizontal las cuatro paredes donde dormían. “Sólo le digo que lo que nos preocupa es que no vamos a caber”, le decía la dueña de la casa a la delegada.

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