El acto de comer insectos se conoce como entomofagia, costumbre que en México registró en el siglo XVI fray Bernardino de Sahagún en el Códice Florentino, documento donde se describen, por lo menos, 96 variedades de bichos incluidos en la dieta mesoamericana.

Así que no es casualidad que diversos restaurantes los incluyan en sus menús, especialmente entre abril y junio. Pero hay establecimientos que los ofrecen todo el año, como Tlacoyotitlán, un local de la Santa María de la Ribera que cuenta con un apartado “prehispánico” con platillos como tacos, tlayudas, huaraches y quesadillas con porción de bichos.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Faltan quince minutos para las dos de la tarde y el lugar está repleto. Tomo asiento y, sobre el colorido mantel de tela a cuadros, reposa un plato de barro con frijoles mezclados con maíz y algunos totopos. La salsa roja fue hecha con chile morita, meco, chipotle y otros chiles no revelados; a la verde la llaman diabla porque lleva habanero. La carta es más extensa de lo que imaginé, pero vine a probar insectos, así que elijo una “tlayuda prehispánica”.

Ya llevo la mitad de mi chela y, de pronto, aparece una tostada de maíz azúl de forma larga y ovalada, repleta de chinicuiles, escamoles, cocopaches y chapulines. Cada insecto está perfectamente alineado en secciones, así que inicio por los chinicuiles. Algunos gusanos son rojos, otros más beige, pero todos miden aproximadamente tres centímetros. El gusano (con el que también hacen la famosa sal) está frito y se uniforma con el crunch de la tostada; su sabor es ligeramente amargo, pero la salsa diabla le aporta buena acidez.

Observo con detenimiento el lienzo de maíz para decidir la siguiente mordida, pero no soy la única que repara en el platillo. Los transeúntes no pueden evitar mirar de reojo con asombro, especialmente cuando llevo algún trozo a la boca, lo que hace la dinámica más divertida. Entre los gusanos y los escamoles, se traza una línea de cocopaches que pruebo de forma individual y luego en conjunto. La mal llamada tlayuda también lleva nopales, queso, frijoles y cebolla, que combina perfectamente con la crujiente chinche de sabor dulzón.

Al costado de las chinches de mezquite , se concentra el caviar mexicano: los escamoles. Una cama blanca de hueva de hormiga pinta la tostada y, al primer contacto, se siente la cremosidad de la larva.

Por último, quedan los chapulines y a éstos sí los baño con salsa roja, pues su intensa salazón me lo demanda y algunos tragos de cerveza maridan a la perfección.

Ya mi hambre estaba saciada, pero ordeno un tlacoyo por curiosidad. Los hay ahogados con bistec, costilla o arrachera: elijo uno de chicharrón, con poco cerdo frito, pero con buen sabor. Solo lamento la textura de la masa, pues se rompía fácilmente.

Mi visita a Tlacoyotitlán fue grata, el servicio estuvo atropellado, pero siempre amable. Me encantaría volver pronto, pero en contraesquina está el restaurante ruso Kolobok y,

honestamente, suena más tentador.

 Tlacoyotitlán

Dirección: Salvador Díaz Mirón 84, col. Santa María La Ribera

Tel: 6588 7460

Twitter: @tlacoyotitlan

Horario: lun-mié 8-20 hrs. / jue-sáb 9-22 hrs. / dom 12-19 hrs.

Promedio: $350 pesos

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