Demoré una hora en llegar al restaurante. Impaciente, tomo asiento. Una joven de gesto amable, toma las comandas, prepara las bebidas y sirve la comida. En las paredes hay fotografías de personajes con atuendos tradicionales de África.

Ordenamos dos paquetes: el primero se compone de 10 soyas africanas (brochetas de cerdo), empanadas de carne, papas fritas y ensalada; éste va con un dip de garbanzo con hierbas y semillas endémicas. En el segundo son dos pescados asados al carbón y croquetas de plátano macho frito con carne. Cada paquete puede incluir una botella de vino, una jarra de jugo o una cubeta de 10 cervezas.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Lo primero en llegar es la cubeta de cervezas. Somos cuatro, así que hay plática y tiempo de sobra. De otra manera, hay que tener paciencia, pues el servicio es más que sereno. Mientras esperamos la comida, la mesera Lorraine (quien en realidad es dentista, pero ayuda al local los fines de semana) nos adelanta el dip con algunos totopos para botanear; es rico y cremoso, con menos textura que el hummus.

El local comienza a llenarse y dos mesas son ocupadas por personas de piel oscura e idioma foráneo. En la nuestra aparece un cerro de brochetas que, por recomendación, aderezamos con una salsa de amarillo intenso. La carne no tiene mayor ciencia, pero el sabor ahumado resulta sabroso. Aquí viene el highlight, esa salsa disfrazada de mostaza es algo que nunca había probado y de la cual me enamoré al instante. Está elaborada con tres especias desconocidas (para mí) hasta este momento: cheucheu, pee’pee y djasan, además de habanero y garbanzo: es picante, ligeramente ácida y completamente adictiva.

A continuación, cuatro empanadas fritas rellenas de carne molida, son enmarcadas por papas fritas y una ensalada de zanahoria y lechuga. Sigo las instrucciones de ocupar la salsa roja elaborada con tomate, cebolla y “especias de mi país”, nos cuenta Lorraine. Me gustan, pero disfruto aún más las croquetas. Siguen los pescados: su suave carne revela maestría en la parrilla.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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En la mesa contigua comen con algo que parece un tamal y no resistimos ordenar uno para probar. La textura es firme y a la vez pegajosa. Se trata de yuca fermentada envuelta en una hoja similar a la de plátano. “Es como nuestro pan”, me cuenta Danielle, una mujer alta de piel oscura y gran sonrisa, quien es la cocinera del lugar. Le confesé mi fascinación por aquella salsa amarilla y me responde con un frasco para llevar a casa. Felicidad absoluta.

De postre solo hay una opción: ndakéré. El platillo se prepara con semillas de mijo, cous cous y miel de abeja. “Está bueno el arroz con leche”, bromea uno de mis acompañantes y no está tan lejos de serlo. En mi siguiente visita a L’Africaine pediré la parrillada.

Dirección: Av. Instituto Politécnico Nacional 5119, col. Capultitlan

Tel: 5739 2217

Horario: lun-jue 12-22 hrs. / vie-sáb 12-00 hrs. / dom 12-20 hrs.

Promedio: $400 pesos

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