A manera de epitafio, despido el año que puso a prueba al mundo entero. Aquel que nos enseñó a cocinar, a hornear panqués de plátano, a optimizar el uso de trastes para no lavar tanto o a intercambiar comida para no aburrirnos de lo mismo. Un año en el que extrañamos decirle “con todo” a nuestro taquero de confianza o a sentirnos apapachados por el mesero que sabe de memoria lo que siempre ordenamos.

En poco más de ocho meses, aprendimos a cocinar a través de una pantalla y se creó el recetario virtual más grande jamás hecho. Los secretos de cocina dejaron de existir. Nos atrevimos a olvidarnos de sopas instantáneas, sándwiches o quesadillas, para preparar algo con nuestras manos. Y cuando la economía se tornó complicada, algunos, hasta emprendieron un negocio de comida a domicilio.

Fuimos empáticos con los menos afortunados y nos sumamos a campañas de donación. Como en el sismo del 19 de septiembre, preparamos comida para esos “héroes sin capa” que lucharon 24/7 en primera línea de los hospitales. Le dimos un poco más de propina a esos repartidores que arriesgaban su vida, con tal de que tú estuvieras a salvo en casa. Extrañamos la sonrisa de doña Lupita que todos los días montaba su puesto de tamales y atole a las 6 am.

Abandonamos el glamour de los restaurantes y nos volcamos a bocados de apapacho. Compramos salsas, galletas, pizzas caseras y hasta cocteles listos para beber con tal de apoyar a aquellos cocineros, bartenders o meseros que se quedaron sin ingresos. Y quienes no pudimos gastar, difundimos los proyectos para que más gente los conociera. No hubo ayuda pequeña, cualquier gesto fue importante.

Nos volvimos más digitales que nunca y la frialdad del mundo virtual desapareció a través de una sonrisa. Como opening del sitcom The Brady Brunch —si tienes menos de 30, favor de googlearlo—, partimos pasteles de cumpleaños, compartimos un trago o cocinamos entre amigos a través de Zoom. Instagram se convirtió en la red social de los emprendedores y le dijimos adiós a los intermediarios.

Aprendimos a usar y escuchar a través del cubrebocas —todo un talento— y como nos enseñó Tyra Banks en American Next Top Model, a sonreír con la mirada. Compramos un cartón de cervezas —o dos— cuando nos asustaban con el desabasto y usamos pants para no sentir cómo nos apretaba el pantalón. Armamos nuestros propios chiles en nogada y descubrimos el significado del “baño María” -cuando enviaban cosas empacadas al alto vacío-.

Cuando abrieron los restaurantes fuimos con miedo, pero con unas ganas tremendas de compartir la mesa con algún ser querido. Preferimos las terrazas y los espacios abiertos. Nos tomaron la temperatura, nos cambiaron los horarios, nos pidieron escanear códigos o mandar mensajes SMS y nos separaron a través de mamparas. El mundo de la restauración cambió, pero la memoria traiciona, ya veremos qué ocurre en 2021.

Querido lector, gracias por leer estos jueves de Menú, me gustaría saber cómo fue su 2020, lo leo en diana@gastrobites.com.mx

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