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San Nicolás de los Ranchos.— En las alturas, el guerrero sigue bufando sin parar, avienta fuego y cenizas a diestra y siniestra, pero sus vecinos ni se inmutan. Aquí, en los pies de Don Goyo —combatiente legendario llamado Popōca— los pobladores aprendieron a golpe de sustos una sola cosa: hay que saber vivir con el volcán.

En el corazón de San Nicolás de los Ranchos, el municipio vigía del Popocatépetl, la vida jamás se detiene: un mercado al aire libre con los olores de fruta fresca, carne recién tasajeada y puestos de memelas atiborrados de hambrientos lugareños.

En su puesto de antojitos, una mujer recia, llamada María Ruiz, avienta una tortilla de maíz tras otra, del doble que normalmente son, para darles forma de una memela.

Frente a la alcaldía y al lado de una imponente iglesia, sin tapujos, compara la Fase 3 amarillo de Alerta Volcánica, emitida hace una semana, con el mítico chupacabras.

“Esto es tipo política para distraer a las personas, ya nos pasó con el Chupacabras, nos distrajeron, y suben por aquí y por allá los precios de las cosas... pobre Goyito”, lamenta.

El repicar de las campanas anuncia la misa matutina, unos ingresan a toda prisa, otros deambulan por los puestos de jitomate, papa, cebolla, acelga, lechuga, plátano, papaya, manzana, piña, durazno y betabel.

La cotidianidad en San Nicolás de los Ranchos, cuyo nombre de raíces nahuas significa “casa alrededor”, sigue inamovible en esta región que forma parte del Valle de Puebla y del sistema volcánico transversal.

María Ruiz tiene toda su vida radicando en San Nicolás de los Ranchos y su relación con Don Goyo, al igual que sus vecinos, es simple: dejar a Dios su voluntad en una tierra que desde afuera, en el imaginario de los citadinos, es sumamente peligrosa.

“Es lo que Dios diga. Si saca lava y la vemos bajando, y si nos da tiempo corremos, y si no, pues nos quedamos. Miedo sí tenemos, pero a dónde vamos, no tenemos a dónde ir. Ahora, si dejamos nuestras cosas, gente malora se lleva lo poquito que con trabajo conseguimos”, afirma.

El mes pasado, como la tradición anual lo dicta, los pobladores de esta comunidad depositaron ofrendas para apaciguar a Don Goyo, pero a decir de María, resultó contraproducente.

“Le fueron a dar sus ofrendas y se me hace que se emborracharon mucho allá [en la montaña], y eso no le gustó a Goyito. No le gustan los borrachos, eso dicen las leyendas de nuestros antepasados. Nosotros ya no somos como ellos [ancestros], pero en lo poquito hay que tenerle respeto a Goyito”, se queja.

Como la mayoría de los habitantes de esta zona, a la que se llega por el Paso de Cortés, la mujer conoce los sonidos de Don Goyito, como cariñosamente le llama. Atenta a cuando la tierra se mueve y a los ruidos que lanza el volcán.

“Haga de cuenta que es como un cazo de carnitas: cuando uno le sube al gas, que hace un ruido [la lumbre], así se oye Goyito cuando hace ruido. Se sube y se baja. Cuando sube el ruido saca chispitas en la noche, pero nada más; pero que nos echemos a correr, no nos da tiempo”, explica.

Y si no salen huyendo los que viven más cerca, menos los que habitan un poco más retirado, como los habitantes de San Andrés Calpan, localidad cercana a Don Goyo.

“Los ruidos [del Popo] son normales para nosotros, cuando hay explosiones salimos y las vemos, y este año es cuando han sido de mayor actividad, pero para nosotros todo es normal”, comenta Gema Hernández.

Contrario a muchas creencias, Gema no avala la teoría de que cuando Don Goyo tiembla es porque está enojado. Las explosiones tienen una explicación lógica, que nada tiene que ver con leyendas antiguas, dice.

“Creemos que cuando tiembla [el volcán] es porque está tapado con tanta ceniza y no sale, pues se tapa la respiración del volcán, y cuando hace el tronadero es cuando ya no tiene por dónde respirar y hace que salga”.

El volcán Popocatépetl, desde 1354 ha registrado 18 erupciones, la más fuerte en 1947 y la más reciente en 1994, con una explosión que produjo gas y cenizas.

El repicar de las campanas no cesa. El párroco Francisco Salas Cruz oficia misa en una iglesia de tipo colonial construida en el siglo XVI, atiborrada por sus feligreses.

El hombre conoce el alma de su pueblo. La población, asegura, está tranquila, aunque no deja de estar preocupada por no saber qué hacer ante una contingencia, sobre todo por las carencias del pueblo, como es la falta de caminos adecuados.

El líder religioso se muestra cauteloso con las leyendas que envuelven al volcán y que desdeñan una erupción mayor, prefiere alertar a su comunidad a que estén preparados, a no confiarse, porque el Popo es un ser vivo con poder interno.

“Como dice la palabra de Dios: hay que estar preparados con la túnica puesta y las lámparas encendidas. La gente se confía y esto no es de confiarse. Es un ser vivo, es un volcán que contiene poder interno y que puede dañarnos”, afirma.

Y en tiempos de incertidumbre, Salas Cruz ha emprendido jornadas de oración de 24 horas, tras considerar que es mejor orar que subir a la montaña a realizar bendiciones.

“Pero Dios es providente y no pasó nada, pero no hay que confiarse. Yo estoy en jornadas de oración de 24 horas, para pedir a Dios que proteja a las tres comunidades que tengo a mi cargo”, afirma el sacerdote.

La fe tampoco está de más cuando se convive con un coloso como el Popocatépetl.

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