Salamanca, Guanajuato.- Don Patricio comenzó a elaborar campanas en su adolescencia —en la época del presidente Adolfo López Mateos—, a la fecha le apasiona el oficio, produce la artesanía al gusto de los clientes. Una de las más pedidas es la réplica de la famosa Campana de Dolores, emblemática de la lucha de la Independencia nacional.

A sus 72 años de edad, es la cabeza de una dinastía de campaneros en su taller familiar, ubicado en la colonia Guanajuato, en el sur de esta ciudad; en más de medio siglo ha sido maestro de sus dos hijos, nietos, yernos y nueve trabajadores.

La fórmula para sacar un buen producto la lleva en la mente. Debe tener la aleación correcta de metales para que dé brillo y sonido, dice.

El artesano perdió la cuenta: calcula que en su historia ha forjado más de un millón de piezas de variados tamaños y modelos, algunas de ellas para templos de la región, y todavía, señala, le sobra ánimo para seguir con la tarea. “A los 14 años comencé en esto y me gustó”, comenta.

“Yo no tuve escuela, sólo fue aventarme al trabajo y de ahí salió para mantener a mis hijos y para salir adelante”, afirma tras una línea de campanas brillantes que hace tañer.

Heredó el oficio de su padre, lo aprendió en un taller en el que ambos trabajaban; ahora, siguen los hijos y los nietos, aunque las ventas no son igual que antes, y los materiales son muy caros. Su hijo José Dolores Flores sigue sus pasos como brazo fuerte del negocio.

Recuerda con emoción que una vez por despistado forjó unas campanas de oro y las vendió como si fueran de bronce. Tras la inundación de Irapuato (hace 46 años) le llevaron unos lingotes de oro cubiertos de tierra, como si fueran desecho, junto con otros materiales de cobre, los cuales fundió de inmediato en el horno.

Reaviva tañido de réplica de Dolores
Reaviva tañido de réplica de Dolores

Expansión

El taller es el punto de distribución para las ciudades de Dolores Hidalgo, Guanajuato capital, San Miguel de Allende; Tequisquiapan, Peña de Bernal, Querétaro; Zacatecas y San Luis Potosí, y de ahí las piden turistas de otras entidades y países. Funden al menos 300 campanas por semana.

José Dolores también se encarga de la distribución, y sus clientes, a modo de chascarrillo, llaman a su producto “la Campana de Dolores”.

Los artículos se venden todo el año, pero la fecha de mayor demanda es en septiembre, por los festejos patrios, sobre todo en Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Guanajuato capital, así como en diciembre y en Semana Santa, por ser temporadas de más visitantes.

Toma algunas muestras de una caja y dice: “Esta es la campana que se realiza por el Grito de Independencia, la preferida en septiembre; lleva sus dos mongolitos en bronce sobre una base”. Es la réplica del esquilón que se tocó la madrugada del 16 de septiembre, cuando el cura Miguel Hidalgo llamó al pueblo a levantarse en armas contra el virreinato de la Nueva España.Otra versión es la campana “sin monitos” y otras con las leyendas “Dolores Hidalgo” o “Bicentenario”, en diferentes medidas.

En un puesto del Jardín Principal de Dolores Hidalgo, Yolanda vende las obras de la familia Flores. En esa ciudad se registra la mayor venta, por ser la cuna de la Independencia nacional, que recibe más visitantes y en septiembre se venden por tradición. Una campana de Independencia, con los monitos, cuesta entre 900 y mil pesos.

Otras campanas se venden todo el año, por ejemplo, a 70 pesos la pequeñita al menudeo. A la gente les sirve de timbre, de adorno para su casa, para llamar a misa, en un restaurante, de recuerdos en bodas, XV años, bautizos o como souvenirs.

Reaviva tañido de réplica de Dolores
Reaviva tañido de réplica de Dolores

Detalles

El proceso de elaboración no es sencillo, es mucho trabajo. Diario hacen de 30 a 40 campanas grandes o de 100 a 150 piezas de las pequeñitas, con 70 u 80 kilos de bronce, en un lapso de dos y media a tres horas.

Una grande mide cerca de 40 centímetros de ancho con todo y la esquila en bronce; las hacen en terminación oxidada, con terminaciones en patinado en café combinado con bronce, patinado en verde en combinación con bronce, en dorado; y los mongolitos se rellenan en bronce o también van huecos, dependiendo de la ocasión, si los quieren muy pesados o los quieren ligeros. Cuando son huecos, al proceso se le llama a la “cera perdida”.

En la producción utilizan desperdicio de bronce industrial de venta en las chatarreras; de válvulas de las llaves para tarjas, llaves de los cilindros de gas, de las puertas y de los candados. “Nada más que le echamos un poquitito de zinc, dependiendo del porcentaje; se le llama ‘ligamiento de metales’ para dar los sonidos”, explica José Dolores.

“La finalidad es que la campana tenga un sonido, nosotros le llamamos un ‘sonido esponjoso’, que se quede el eco, que cuando suene se expanda el eco. Una campana ‘sorda’ no sirve”.

El alcance del sonido depende de la altura donde la coloquen. Una campana, por grande que sea, si la colocan a muy baja altura no expande el sonido; entre más altura tiene, más se propaga.

“Se puede escuchar a unos 600 metros a la redonda, dependiendo también del eco. Si hay un eco muy grande entre un cerro, pues se expande más, por la altura”, dice José Dolores, quien lleva 34 de sus 49 años haciendo campanas.

Su padre dice que la receta para sacar un buen producto la tiene en la memoria: “Ya decimos: ‘le falta esto’, ‘échale esto otro’, según venga el material de bueno es el proceso de aleaciones para que suene mejor. Se le echan más kilos de otro material. Rara vez una campana suena mal”.

El taller tiene un pequeño horno, algunos motores para cortes, rebabeados, pulidos, torneados y pátinas. Don Patricio camina del horno de fundido de metales hasta un montón de tierra para fundición, la recoge con una pala y vierte en una caja de madera, la aplana, y con la misma tierra rellena un molde de aluminio que da forma a las figuras de la campana, separa los moldes y quedan las figuras de tierra.

“El bronce se funde primero allá y las piezas se moldean en cajas. Ya cuando el bronce está en su momento, se saca con cucharas y en cada hoyito se echa todo. Los moldes se usan una vez, se vuelven a quitar y queda pura tierra. Cada vez que hago una campana se quitan, queda el hueco donde estaban ellos y ahí es donde se vacía el bronce y al minuto se saca; se enfría pronto, y entonces se saca al corte y de ahí se van a tornear para que salga brillo y luego el pulido y se arma, se pone la agarradera y el badajo”.

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